CONTRATAPA

Homo Interviú

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Algún día, falta menos, alguien escribirá neo-crónica o yo-ficción acerca de lo que se lee en salas de espera de clínicas y consultorios. Ese alguien, está claro, no va a ser Rodríguez a quien –a esta altura–sólo se le ocurren teorías para que otros las pongan en práctica. Ahora, ahí, silencio-hospital, Rodríguez, quieto y en trance (se trajo para leer las apasionadas cartas de V. Nabokov a su Véra N.; pero el libro le pesa mucho en las manos y, aunque tenga el estómago lleno de mariposas oscuras, el amor de ellos no es más fuerte que su miedo) mirando de reojo las revistas en busca de algo más primal y fácil de digerir.

Y, hey, ahí está el número especial cuarenta aniversario de la revista Interviú. Y Rodríguez –la memoria funciona tanto mejor cuando de lo que se trata es de olvidar el presente y mejor ni pensar en el futuro– se acuerda a la perfección aquella última semana de mayo, cuatro décadas atrás. Su padre entrando con el semanario escondido, para que no lo vea nadie salvo él. En la portada, ojos grandes y pezones más grandes aún (la edición conmemorativa incluye un facsímil de aquel debut sin acento en la u) y, adentro, artículos sobre Las Vegas, un asesinato en el Aconcagua, los gallegos en el poder, como excusa para acompañar a tetas y culos del Destape-Transición-Movida-Pachá con la Chica Interviú como antecesora de la Chica Almodóvar. Con el tiempo, la de inmediato muy exitosa Interviú (Rodríguez ignora si su nombre y fonética provienen de aquel en principio fanzine-collage-artesanal mitomaníaco que luego fue el muy glamoroso y divinamente decadente mensuario creado por Andy Warhol) descolló en periodismo investigativo, destapó escándalos políticos a diestra y siniestra de la Derecha e Izquierda, y convocó a firmas de renombre (Marsé, Vásquez Montalbán, Umbral, Cela, Fernán-Gómez) sin por eso dejar de mirar y hacer mirar traseros y delanteras. Así, –en posados muy bien pagados o eficazmente robados o que, por favor, parezcan eficazmente robados más allá de estar muy bien pagados y todos contentos– desfiló y aún marcha, ligero de ropa o au naturel, buena parte del más deseado lomo ibérico. Ahí, la sorpresa cataclísmica de encontrarte una mañana con Marisol desnuda o con Norma Duval o Isabel Pantoja o Ana García Obregón o Mar Flores o Mónica Molina o Rocío Jurado o Anne Igartiburu o Concha Velasco o Bimba Bosé o María José Cantudo o Mari Trini o Assumpta Serna o Sara Montiel o Bárbara Rey o Paloma San Basilio o Lola y Rosario Flores o Sofía Mazagatos o Marta Sánchez o –cuando de tanto en tanto se trató de sorprender– Bibiana “Andersen” Fernández o el gay apto para todo público (incluyendo tías y abuelas) Jesús Vásquez. El fundador de Interviú explicó que “A los españoles les faltaba sexo, les dimos sexo. Faltaba claridad, les dimos la libre expresión de los columnistas. Era un cóctel. Pero no molotov”. De acuerdo; pero la mecha eran las tías buenas.

DOS Y puede dividirse al psicótico inconsciente colectivo español –otra cosa de esas que se le ocurren a Rodríguez a la espera de que la escriba otro y de que la recepcionista diga su nombre en voz alta– como mitad Interviú y mitad ¡Hola! La segunda de ellas, la cumbre del papel cuché color rosa delicado, vendría a ser algo así como la domesticada Eliza Doolittle a la altura de las carreras de Ascot en My Fair Lady (tal vez de ahí que se permitan la atrocidad tipográfica/ortográfica y más bien cockney de titulares con separación de sílabas por guiones para que no olvidemos de donde provienen muchas de sus entrevistadas). Mientras que Interviú se parece más a la loba feroz Vanessa Ives de la serie Penny Dreadful. En una, realeza y gente irreal con ocasionales intromisiones de toreros y futbolistas y folclóricas mostrando sus casas que, en ocasiones, ni siquiera son suyas. En la otra, estadistas al desnudo o en pelotas, nenas rápidas con ganas de llamar la atención, participantes de reality-shows mostrando todo, denuncias de corruptelas varias. Últimamente, en ¡Hola! están particularmente obsesionados con la herederadísima Marta Ortega –hija del galáctico magnate, dueño de Zara– quien no hace mucho descubrió apenas su espalda para la cámara del fotógrafo top Mario Sorrenti, famoso. Para sus cuarenta años, Interviú le hizo a la cuarentona Chenoa una oferta que, seguramente, no pudo rechazar.

TRES Chenoa surgió de aquella primera temporada de Operación Triunfo –esa mezcla entre la Casa de Gran Hermano y la Academia de Fame– que en 2001-2002 rompió récords de audiencia en tiempos en que “España iba bien” y todo eso. Junto a ella –como ejemplos para la juventud toda– surgieron “triunfitos” como David “Centrífugo” Bisbal, la entonces rotunda Rosa (a quien Interviú no ha desnudado aún, pero tiempo al tiempo, y nunca digas “de esa revista no he de comer”) y David “Cantabrian Psycho” Bustamante. Todos juntos iba a Eurovisión y cantaban cosas como “Europe’s Living a Celebration”. Ya no. Cada uno a lo suyo, Europa en coma, y sin nada que celebrar o vivir. Y Chenoa –quien nació en 1975, en Mar del Plata, Argentina y viajó a Palma de Mallorca a los ocho años– sigue en la lucha y en la brecha, como cuando frecuentaba los pequeños escenarios de bares y casinos de la isla balear. A Rodríguez le cae bien Chenoa, con ese rostro cruza de Manga y Teletubbie y, en la portada de Interviú, con un look como el de aquella replicante que bailaba con serpiente en Blade Runner (aunque su favorita de la especie sea la más talentosa e indie y volátil Vega, “descubierta” en la segunda temporada de Operación Triunfo, nombre artístico robado a Suzanne pero con tantas ganas de sonar como Aimee Mann y, a veces, casi-casi).

Y, sí, Rodríguez siempre ha seguido la un tanto sufrida vida sentimental de Chenoa (Bisbal la dejó al poco tiempo de salir del concurso y desde entonces los novios le duran poco), y hasta es capaz de silbar alguna de sus canciones cuyos temas siempre oscilan, bipolarmente, entre el desengaño amoroso, el himno de batalla hembra de inmediato adoptado por la comunidad gay, y un optimismo que ni ella misma parece creerse del todo. Porque Chenoa funciona mejor escupiendo estribillos de dominatrix de barrio como “Tu eres mi karma y en tu cruz me clavaste” o “Cuando tu vas, yo vengo de allí / Cuando yo voy, tu todavía estás aquí”. Y lo cierto que, en Interviú, Chenoa no está nada mal y –aunque ya nadie sepa donde termina la carne y empieza el pixel– agotó la tirada. Y, acompañando poses picaronas, Chenoa dice todo lo que hay que decir en estas circunstancias: que se pensó mucho lo del desnudo pero a los cuarenta se considera por fin lista (aunque se lo viniesen proponiendo desde hace quince años); que los hombres se intimidan con ella; que hay una “fiebre de veinteañeros” a los que le gustan las de su edad; y que “Mis pechos, aunque sean pequeños, me gustan mucho. Tengo cinturita pequeña y mucho culo... un cuerpo muy sexy”.

Rodríguez piensa: “Oh, igual que mi cuerpo; salvo en lo de cinturita pequeña y lo de muy sexy”.

Entonces la enfermera menos erotizante que ha visto en su vida gruñe su nombre y Rodríguez se pone de pie y obedece y pasa a la habitación de al lado donde su doctor le hace breve interview, le dice que van a tomarle unas radiografías, y le ordena que, por favor, se vaya desnudando.

Gratis.

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