CULTURA

Un año para el género fantástico

La Fundación Ciudad de Arena impulsa, entre sus proyectos, concursos de relatos y cortos de cine y un congreso en Bariloche.

Por Pablo de Santis

El género fantástico y la ciencia ficción argentinos alcanzarán este año un inusual protagonismo cultural, gracias a una serie de actividades organizadas por la Fundación Ciudad de Arena. Tres concursos de relatos, uno de cortos cinematográficos, un singular y literario viaje en tren por la Patagonia y un gran congreso en Bariloche son algunas de las actividades reunidas bajo el título general de Los caminos de lo fantástico, que esta nueva Fundación encara para 2004.
El impulsor de estas actividades es Gabriel Guralnik (un conocedor del género que no acepta el título de “experto”), quien el año pasado organizó en el Club del Progreso una serie de charlas sobre estos temas. Alentado por el éxito de esos encuentros, creó una Fundación –Ciudad de Arena– y un sitio en Internet (www.ciudadearena.org), a partir de los cuales puso en marcha el proyecto.
La literatura fantástica y la ciencia ficción –géneros a menudo laterales en la narrativa de otros países– han ocupado un lugar central en la literatura argentina gracias a la obra de autores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Esa tradición nunca se cortó, y en la literatura de los últimos veinte años estos géneros han estado presentes de un modo frontal en escritores como Angélica Gorodischer o Carlos Gardini, y de un modo más lateral en La ciudad ausente de Ricardo Piglia, en las narraciones breves de Ana María Shua, en las diversas máquinas que imaginó Alberto Laiseca y en toda la obra de Marcelo Cohen. También el cine argentino tiene su tradición, desde María Celeste (Julio Saraceni, 1945) hasta La Sonámbula (Fernando Spiner, 1998), pasando por las inolvidables realizaciones en las que Manuel Antín puso en pantalla a Cortázar (Circe, La cifra impar, Intimidad de los Parques).
El proyecto de Ciudad de Arena retoma de la legendaria colección Minotauro y de la revista El Péndulo la voluntad de mezclar ciencia ficción y fantasía, sin la obsesión por separar nítidamente sus territorios. Al menos en la literatura argentina, los intentos por acercarse a la ciencia ficción siempre desdeñaron un verosímil científico. El planeta Tlön, la isla de Morel, la máquina de Macedonio o los viajes del astronauta Trafalgar Medrano (por citar textos de Borges, Bioy, Piglia y Gorodischer) no necesitan de grandes laboratorios ni laboriosas explicaciones: su combustible no es la energía atómica, sino la palabra.
Si el interés por lo fantástico nunca cedió en escritores ni en lectores, a menudo le tocó al género enfrentar las urgencias de la época. Cargó así con diferentes acusaciones: ejercer la pura evasión, mostrar indiferencia ante los males de la sociedad, alejarse de los problemas del hombre contemporáneo. Sin embargo, la voluntad de imaginar cosas que no existen ha sobrevivido en la literatura argentina para producir buena parte de sus mejores textos.
La serie de eventos tendrá como su punto más curioso una reunión de escritores y expertos en un tren patagónico (a fines de septiembre) y, como final, la organización de un congreso en Bariloche, el primero en su género (en los últimos días de noviembre). La conjunción de concursos y encuentros colaborará con la aparición de nuevos autores, con el diálogo entre literatura y ciencia, y con el repaso de la historia del género en la Argentina.

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