DEPORTES › OSAMA BIN LADEN Y AL QAIDA, SOMBRAS SINIESTRAS SOBRE EL FúTBOL

La amenaza de los mundiales

 Por Gustavo Veiga

Osama pega con Obama. Quizá por eso, George Bush nunca pudo anunciar que Bin Laden había muerto durante su gobierno. Lo hizo el actual presidente de Estados Unidos, pero el éxito de la operación no significa que se terminó el miedo que provocaba el fundamentalista de la barba larga y la mirada melancólica, siempre acicateado por los EE.UU. Durante casi diez años, la amenaza de un nuevo atentado terrorista (que operaba en el imaginario colectivo con la contundencia de las Torres Gemelas derrumbadas) tuvo a menudo un mismo escenario: los mundiales de fútbol. Incluso tres años antes de que se produjera el del World Trade Center, el 11 de septiembre de 2001, la red Al Qaida planeaba atacar durante el Mundial de Francia 1998. Un mensuario alemán, Rund –citado por la AFP–, sostenía que “en un partido Inglaterra-Túnez (2-0) disputado en el Velodrome de Marsella, un grupo vinculado con Al Qaida pensaba asesinar al arquero David Seaman y al delantero Alan Shearer”, y como si no le alcanzara con esos crímenes que nunca perpetraría, “lanzar una granada contra el banco de suplentes ingleses”.

Desde entonces, en Corea-Japón 2002, Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, Bin Laden y su red acapararon la atención con sus potenciales demostraciones de fuerza. Las usinas mediáticas de los países desarrollados las estimulaban sin disimulo. Fuentes de inteligencia, fuentes a secas, fuentes y más fuentes describían los atentados a punto de cometerse. Como el que la revista Rund sostenía que “se planeaba en el cuartel general de la selección estadounidense”, abortado porque los presuntos autores de esos ataques habían sido detenidos dos semanas antes del Mundial francés. Aún hoy, con su líder muerto, un fantasma recorre Europa (Rafael Alberti tiene un poema con ese título) y no es el del comunismo; se trata del fantasma de Al Qaida y sus células dormidas, como si se tratara de bacilos letales a punto de inocularse en cualquier lugar: un edificio público, una estación de trenes, un estadio de fútbol colmado por la multitud indefensa.

Yossef Bodansky, autor del libro Bin Laden, el hombre que declaró la guerra a Estados Unidos, sostiene que el objetivo original de la red en 1998 no eran las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia (donde hubo centenares de muertos en sendos atentados), sino el Mundial de Francia. Adam Robinson, un periodista británico que escribió Bin Laden, detrás de la máscara del terror, precisa un poco más: el seleccionado de Inglaterra, que la Argentina de Daniel Passarella eliminó en los octavos de final, había sido el blanco elegido. La idea consistía en atacarlo en Marsella, mientras jugaba con Túnez, pero el plan se derrumbó porque la policía belga detuvo a siete argelinos sospechosos de preparar el ataque. En eso coincide con Rund.

El pánico por más atentados continuó vigente en la Copa de 2002. Aunque la amenaza resultó menos sólida, según el mismo medio alemán. El grupo que causó tanto daño en el corazón de Manha-ttan “estaba demasiado mal organizado para cometer actos terroristas en Asia, donde no cuenta con redes locales”, mencionaba la información. En Alemania 2006 volvió a instalarse el temor de que los integrantes de la red anduvieran en algo pesado. Este cronista cubrió el Mundial y nunca se enteró de que alguien hubiera sufrido un rasguño. Cuatro años después, en Sudáfrica, Al Qaida vaticinó nuevos atentados en un mundial a través de la revista jihadista Mushtaqun Lel Paraíso (Anhelo el Paraíso): “Qué increíble sería que cuando retransmitiesen en directo el partido entre Estados Unidos e Inglaterra, en un estadio repleto de espectadores, retumbase en las tribunas el sonido de una explosión. Todo el estadio se pondría patas arriba y el número de cadáveres se contaría por cientos, si Alá quiere”, sostenía la publicación. Además de esas dos selecciones, también eran posibles blancos las de Dinamarca y Holanda, porque en esos países se había ultrajado al profeta Mahoma con caricaturas consideradas profanas.

Bin Laden y su padre Mohammed, un magnate saudita constructor de carreteras en el reino petrolero, siempre vieron el deporte como un mundo de oportunidades. Frank, el dueño de la escudería Williams a la que le dio su apellido, recibió el apoyo financiero del clan para mantenerla en la Fórmula 1. Ganó ocho títulos mundiales entre 1979 y 1997, aunque nunca se supo si el hombre más temido del planeta o sus familiares asistían a las carreras. En cambio, Robinson, uno de los biógrafos del ex socio de la CIA asesinado en Pakistán este 1º de mayo, afirma que Bin Laden fue detectado dos veces en una cancha de fútbol, la que utilizaba el Arsenal inglés. En su libro sostiene que ocurrió en 1994, cuando el líder de Al Qaida vivía en Londres, donde residió tres meses.

Se sentaba en el sector del Clock End, el famoso reloj de trece metros de diámetro que hasta 1928 estuvo en el viejo estadio de Highbury. Allí presenció un par de partidos de la Recopa europea de la temporada 1993-1994: Arsenal-Torino y Arsenal-París Saint Germain. Hasta compró una camiseta para el mayor de sus trece hijos, Abdullah, agrega Robinson, quien asegura que simpatizaba con el equipo de camiseta roja. El escenario actual, de Ashburton Grove, se inauguró en 2006 con el nombre de Emirates Stadium (lo financió en un 75 por ciento la Aerolínea de los Emiratos Arabes con 115 millones de euros). Como todo estadio sofisticado que se precia de serlo, fue diseñado con numerosas medidas de prevención contra atentados. Bin Laden, ya transformado en el terrorista más buscado del mundo, jamás hubiera podido conocer esa cancha, como sí lo hizo con Highbury.

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