DEPORTES › FALTAN 24 DIAS

HARTOS DEL MUNDIAL

No me gusta el fútbol, ni verlo ni jugarlo. Me resulta aburrido, muy aburrido. Muchos pensarán que provengo de una familia de intelectuales donde no se hablaba de deportes. Pero mi querido viejo era un camionero fanático de San Lorenzo que llegó a jugar en la Tercera y mi tío abuelo en Primera, así que cuando nací tenía pelota y camiseta de los cuervos. Los domingos eran de Gasómetro en Avenida La Plata hasta que un buen día el viejo aceptó, con resignación, que me embolaba ver un partido y respetó mi decisión de no querer ir más a una cancha.

En 1978 yo tenía 14 años, la dictadura se había encargado de meter mano en muchas de las cosas que me gustaban –el rock, los libros, el cine– pero “pibe, dejate de joder, tenemo’el Mundial” decían muchos de mis compatriotas. Seguramente el fútbol en sí no es culpable de las barbaridades de la dictadura de Videla, pero cada Mundial que comienza no deja de refrescarme esos infames recuerdos.

El presagio de mis amigos se cumplió: “Cuando tengas un hijo te va a salir futbolero”, y así volví a ver partidos. Cuando opino que los partidos deberían ser sólo televisados, sin público en el estadio, me miran como si fuera el Anticristo. ¿Alguien me podrá explicar por qué el fútbol anula todo razonamiento?

Hoy, en plena euforia del Mundial, yo que amo a mi país y que trato de convencer a los amigos que se van a buscar nuevos caminos en el Viejo Continente que por favor se queden a luchar por un país mejor, soy visto como un antipatria. En los mundiales me entero de que amar a tu país es ponerte un gorrito y gritar frente a una TV.

Los medios hacen su gran aporte, hasta los programas más insólitos tienen corresponsales en Alemania, apenas me levanto me tomo un café y pongo algún canal de noticias, lo único de lo que me entero es de la temperatura... en Alemania por supuesto.

Hay seguramente una minoría, pero gente al fin, a la que no le interesa el Mundial, ni el fútbol, pero sí la Argentina. Nuestro país participa en mundiales de otros deportes e incluso hay gente que nos representa de otras formas a los que seguramente no tenemos en cuenta o ni nos enteramos. Se llega al colmo de poner televisores en las escuelas para ver un partido, ¿qué les estamos enseñando a nuestro hijos? ¿Aprenderemos a respetar algún día a las minorías? Por favor, bajen los decibeles, dénnos un respiro.



Luis Miguel Fossa

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