ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LA CRISIS DE LA INDUSTRIA AUTOMOTRIZ

En punto muerto y sin un plan

Es un sector clave que apuntaló el crecimiento de los últimos años y obtuvo ganancias millonarias. Sin embargo, apenas la crisis internacional se hizo sentir comenzó a suspender trabajadores. Los analistas cuestionan esa opción.

Producción: Tomás Lukin


Concepción subdesarrollada

Por Ricardo Aronskind *

El tema de los despidos y el desempleo, inexistente hace sólo tres meses, parece haberse instalado en la agenda empresaria. Recientemente la consultora de empleo Cristina Mejías declaraba en un medio financiero: “Se viene un tsunami de despidos”. Más allá de cuán interesada pueda ser la declaración, es evidente que empieza a crearse un clima de naturalización del despido y la suspensión, como si fuera la única respuesta razonable frente a un escenario que, por otra parte, hoy es más hipotético que real. El problema para la sociedad es que es un tipo de reacción primitiva, mezcla de pánico irracional, especulación cortoplacista y seguidismo intelectual a los medios apocalípticos, que puede terminar creando un efecto contractivo real en la economía nacional.

En 1991, el presidente Bush (padre) viajó a Japón acompañado por una comitiva de grandes empresarios automotores norteamericanos, preocupados por la agresiva competencia de las firmas niponas. En un ágape, un empresario japonés señaló una diferencia entre las prácticas empresariales norteamericanas y japonesas: “Cuando una empresa suya anda mal, lo primero que ustedes hacen es despedir trabajadores; cuando una empresa nuestra anda mal, al primero que despedimos es al gerente”. Es toda una concepción de la organización empresaria, y de cómo deberían enfrentarse los problemas de competitividad: cambiando el enfoque conceptual y eventualmente a su portador.

¿Por qué lo primero y único que hay que hacer es despedir trabajadores? ¿Por qué la principal medida que se le reclama al Gobierno es devaluar la moneda? Quizá la respuesta se encuentre en un discurso de Anders Sundström, ex ministro de Industria de Suecia: “En el debate político, nosotros (los suecos) estamos enfrentados a dos opciones. La primera opción está basada en desenvolverse hacia una economía basada en bajos salarios y una moneda devaluada. Simplemente, el trabajo es abaratado. La otra implica basar la producción en trabajadores altamente capacitados, desarrollo continuo de nuevas tecnologías, renovación de productos y alto valor agregado. El trabajo puede entonces ser mejor pagado gracias al mayor valor agregado. Estas son las opciones, no hay un tercer camino”. Es pertinente preguntarse sobre por cuál sendero de los mencionados por el funcionario sueco avanza la industria argentina, dado que parece reaccionar frente a un escenario más complejo recurriendo al expediente más degradante de la vida social: el desempleo. ¿No hay ninguna otra idea? ¿Qué destino tuvieron las notables ganancias manufactureras del último quinquenio? ¿No hubo inversión, mejoramiento técnico, aumento de la competitividad? Si la respuesta es no, cabe llegar a la conclusión de que nunca habrá en la Argentina condiciones “propicias” para que los empresarios inviertan en serio. Si la respuesta es sí, entonces recurrir al despido revela una concepción subdesarrollada de las relaciones laborales y de la forma de lograr competitividad (muy lejana de las visiones de japoneses y suecos, por supuesto).

Si el modelo empresarial argentino –al menos en sus relaciones laborales– es el norteamericano, conviene recordar que el gigante automotor General Motors, empresa emblemática de la industria norteamericana, está reclamando dramáticamente 10 mil millones de dólares a su gobierno para llegar a fin de año. Esa misma empresa es una de las que acompañó a Bush a Japón hace 17 años para obtener prebendas, aprovechando la presión “política” de su gobierno sobre los japoneses.

Desde 2002, los industriales gozaron de amplísimos beneficios cambiarios, bajos costos salariales en dólares, tarifas energéticas y de combustibles subsidiadas, protecciones en el comercio administrado con Brasil, etcétera. Cuando despuntó un modesto proceso de recomposición del empleo y el salario, la reacción empresaria generalizada fue la remarcación masiva de precios, la inflación, con lo cual degradaron el basamento de su competitividad externa, el tipo de cambio. A pesar de todos los beneficios recibidos en estos años, la representación empresaria industrial, la UIA, no se sintió motivada a defender el modelo en el que florecían sus representados, ni frente al embate de los propietarios rurales, ni frente al descontento de los financistas por el negocio perdido de las jubilaciones. Pareciera que la solidaridad antiestatal, de cuño neoliberal, es más importante para ciertos industriales que la defensa de su actividad específica. La falta de ideas, el conservadurismo y la ausencia de compromiso con el desarrollo económico y social volvieron a manifestarse ante la sombra de la crisis global. En 1986, el entonces presidente Alfonsín, consciente de que los recursos fiscales que antes impulsaban el desarrollo estaban ahora dedicados a pagar la deuda externa, acuñó la expresión “privatización del crecimiento” para graficar el traspaso simbólico del liderazgo económico hacia el sector privado; 22 años después, el liderazgo para el desarrollo, dadas las ideas y los comportamientos prevalecientes en el sector empresario privado, parece continuar vacante.

* Economista Universidad Nacional General Sarmiento.


El eslabón más débil

Por Martín Schorr y Daniel Azpiazu *

La notable reactivación industrial de la posconvertibilidad ha encontrado en el sector automotor a uno de sus ejes de sustentación. Así, bastaría apuntar que más del 10 por ciento del crecimiento fabril registrado entre 2001 y 2007 provino de la producción automotriz. Idénticas consideraciones, aunque de menor gravitación relativa, se hacen extensivas a su aporte a la creación de empleo. Asimismo, la expansión de las exportaciones no dejó de ser por demás significativa, a favor del dólar “alto” y las estrategias desplegadas por las transnacionales del sector, sobre todo dentro del Mercosur. Mientras en 2002 las ventas externas se acercaron a los 1.200 millones de dólares, el último año se exportó por casi 4250 millones (en ambos casos, mayoritariamente a Brasil), representando, respectivamente, el 6,7 y el 10,4 por ciento del total de las exportaciones industriales argentinas. La actual crisis financiera internacional, la creciente erosión de las “ventajas competitivas” del dólar “alto” (desde mediados de 2006), las inciertas expectativas sobre la demanda interna y externa (particularmente de Brasil), han alertado a las terminales automotrices y, como casi siempre, las amenazas de suspensiones y despidos de trabajadores han aparecido como la forma más fácil de resolución del “problema” y un potente elemento extorsivo.

A todo esto cabe una ligera revisión del comportamiento sectorial durante este año, signado por la desaceleración del crecimiento económico e industrial del país. De acuerdo con los datos de Adefa, en los diez primeros meses de 2008 las ventas de las terminales se incrementaron un 12,2 por ciento contra idéntico período del año anterior. Con la peculiaridad que las ligadas a la producción nacional (poco más del 40 por ciento del total) lo hicieron un 10,6, al tiempo que las de vehículos importados crecieron un 13,5 por ciento.

Ello remite a algunas cuestiones adicionales sobre el desempeño sectorial en la posconvertibilidad. Mientras la presencia de la industria automotriz en las crecientes exportaciones manufactureras se incrementó casi un 50 por ciento, su participación en las importaciones industriales pasó de 4,3 en 2002 a 18,9 por ciento en 2007. En ese marco, atendiendo a la generalizada preocupación empresaria sobre el futuro de uno de los dos pilares básicos del “superávit gemelo”, el comercial, y sus presiones por mantener un dólar “competitivo” (léase: bastante más elevado que el actual) y/o por lograr otras prebendas estatales, no se puede soslayar que en el último año, por primera vez en la posconvertibilidad, el saldo comercial de la industria resultó deficitario (más de 1100 millones de dólares). Y la industria automotriz realizó un sólido aporte a la configuración de tal desequilibrio: su déficit de comercio exterior superó los 1700 millones de dólares.

De todas maneras, y amén de contar con los privilegios de un régimen de promoción de larga data y ser uno de los sectores más beneficiados por los incentivos fiscales al gran capital concedidos en los últimos años bajo la Ley 25.924, vale reflexionar sobre la tradicional variable de ajuste (los trabajadores) al momento de preservar los beneficios empresarios.

Los datos del Indec resultan por demás elocuentes. Entre 1993 y 2007 la producción automotriz se incrementó un 62,4 por ciento; porcentual que se eleva a 232 por ciento respecto del crítico año 2002. Por su parte, en 2007 la ocupación en el sector se ubicó en poco más de las dos terceras partes de los registros de 1993, y en más del doble que en 2002. En otros términos, entre 1993 y 2002 el empleo en la industria cayó más del 60 por ciento. Además, el año pasado la productividad de la mano de obra fue un 140,4 por ciento superior a los valores de 1993 y cerca de un 90 por ciento mayor a la de 2002. Muy disímil fue la evolución del costo salarial: recién en el último año el mismo superó al (ya deteriorado) nivel de 1993 y al de otros varios años de la convertibilidad.

Así, la relación productividad/costo salarial, entendida como mejor proxy de la tasa de explotación del trabajo, se ubicó en 2007, al igual que en todos los años de la posconvertibilidad, más de un 100 por ciento por encima de su elevado registro de 1993. En otras palabras, en los últimos seis años, incluyendo el crítico 2002 de implosión de la convertibilidad, la industria automotriz contó con el “invalorable aporte” de los trabajadores en la “cesión” de las ganancias de productividad al gran capital o, en suma, en la apropiación empresaria de un excedente abultadísimo, que en una proporción considerable fue transferido al exterior vía precios de transferencia.

Que en las imprevisibles condiciones que brinda la crisis financiera internacional y sus repercusiones a nivel local, los trabajadores sean los que, incluso anticipándose a la incertidumbre sobre los escenarios futuros, deban realizar un nuevo aporte al “saneamiento” sectorial resulta, cuanto menos, un despropósito.

* Economistas Flacso.

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