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El graznido del cuervo

 Por Oscar Oszlak *

“El graznido del cuervo presagia alguna
calamidad.” Proverbio japonés

Una iniciativa supuestamente inspirada en una política de promoción de la interdisciplinariedad propone “adecuar” el Plan Fénix para darle una base institucional diferente. La propuesta de resolución, que debe votar el Consejo Superior, tiene un doble fundamento: 1) ajustar su estructura y funcionamiento a criterios que impulsa la actual administración del Rectorado para promover el intercambio entre disciplinas científicas; y 2) otorgar mayor jerarquía a la coordinación del Programa, designando para cumplir este rol a un profesor regular, emérito o consulto (no bastaría un profesor “honorario”, título que ostenta el actual director, a quien se agradecen los servicios prestados).

Es difícil imaginar a un grupo, como el Fénix, funcionando con expertos de disciplinas ajenas a sus temas específicos. También cuesta pensar que los magros recursos que la UBA destina al Fénix tengan una magnitud tal, que justifiquen una intervención tan intrusiva en su organización y dinámica, por más derecho que les asista a sus inspiradores. ¿Se trata de transformarlo en un programa más eficaz o eficiente? ¿En un programa más “participativo”? ¿Se propondría “enriquecer” sus aportes incorporando otras voces? ¿O volverlo más “pluralista”? Nada de esto puede adivinarse en la intencionalidad declarada de la propuesta, aunque éstas u otras hipótesis serían igualmente imaginables.

Es obvio que quienes impulsan el proyecto no ignoran que el mismo encontrará resistencia; sería ingenuo suponer lo contrario. Pero al parecer, han hecho los cálculos y llegado a la conclusión de que, de prosperar la iniciativa, se estaría firmando el certificado de defunción del Fénix. Al menos, como programa de la UBA. ¿Es que al Rectorado se le ha vuelto incómoda su existencia? ¿O la muerte del Fénix constituiría el triunfo de una ignota fracción que, en el fondo, sólo buscaría reducir el poder de quienes aspiran a suceder a la actual conducción?

El canto del cisne

“El cisne... canta dulcemente antes de
morir; ese canto pone fin a su vida.”

Leonardo Da Vinci

Durante mucho tiempo existió la leyenda de que esta ave, tan cantada por los poetas de la Antigüedad y luego por los renacentistas y los modernistas, emitía el más melodioso de los cantos como premonición de su propia muerte. Hoy se sabe que el cisne no canta ni cuando está próxima su muerte ni nunca. Lo más que emite es un ronquido sordo.

Aunque el cisne no tenga cualidades canoras, quienes esperan que muera saben ciertamente que no se dejará matar ni, lejos de ello, se limitará a emitir ronquidos sordos al verse amenazada: al contrario, su voz se hará oír, será pública y estridente. Y no será melodiosa. Imaginemos los hechos. Los miembros del Fénix deciden actuar sin fisuras, expresando su solidaridad y su confianza en su director. Emiten declaraciones a los medios, convocan a otros intelectuales, movilizan a los integrantes que forman parte del gobierno, en fin, resisten de pie y, de serles suprimida su base de operaciones, deciden continuar su actividad por otros medios o en otra parte. Como hecho político no pasaría inadvertido y sus consecuencias serían imprevisibles. El cisne-fénix no cantaría su propia muerte, aun amenazado de muerte en su encarnación actual.

La resurrección del fénix

“Cuando el Fénix ve llegar su final, construye
un nido especial con ramas de roble y
lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo

alto de una palmera.” Ovidio

El fénix no es un ave ignífuga. Según el mito, arde cada 500 años, pero como no comió la manzana del Paraíso, se le otorgó el don de renacer de sus cenizas una y otra vez. La inmortalidad, fue el premio a su fidelidad al precepto divino, junto a otras cualidades como el conocimiento, la capacidad curativa de sus lágrimas, o su increíble fuerza. A lo largo de sus múltiples vidas, su misión es transmitir el saber que atesora desde su origen al pie del Arbol del Bien y del Mal, y servir de inspiración en sus trabajos a los buscadores del conocimiento. Toda semejanza es casual.

La llama que abrasó al fénix por primera vez se desprendió de una chispa de la espada de un querubín. En sus sucesivas reencarnaciones, se incineraba a lo bonzo para renacer con renovados plumajes y un canto aún más melodioso. Aquí termina la metáfora: a diferencia del ave mitológica, el (Plan) Fénix no se incinerará ni arderá espontáneamente. Pero si se pretende destruirlo, como en el mito, renacerá una y otra vez.

Los pirómanos tal vez no ignoran esta cualidad y esperan que, luego de su resurrección, anide en otra parte. Y estarán en lo cierto: el Fénix continuará transmitiendo su voz donde sea que construya su nido.

* Politólogo. Investigador del Conicet. Miembro del Plan Fénix.

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