ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO

Derivados

 Por Alfredo Zaiat

Joseph Stiglitz afirmó que el International Swaps and Derivatives Association (ISDA) influye en forma determinante en las decisiones del Banco Central Europeo. En una conferencia, bajo la convocatoria “¿Puede el capitalismo ser salvado de sí mismo?”, organizada por el Instituto de Estudios Económicos de Galicia Pedro Barrié de la Maza, el Premio Nobel de Economía no construyó una teoría conspirativa sino que describió cómo intervienen los intereses del poder financiero en la actual crisis en Estados Unidos y Europa. Stiglitz explicó que en el Banco Central Europeo las medidas son inducidas por integrantes del ISDA. “Es inaceptable que se confíe la toma de decisiones a un grupo determinado de particulares, sobre todo a este grupo”, sentenció. Esa organización reúne las entidades que operan en el mercado de derivados, instrumentos financieros sofisticados y muy especulativos. Fue constituida en 1985, y hoy cuenta con 834 instituciones miembro de 57 países en seis continentes. Entre los participantes se encuentra la mayoría de las entidades financieras más grandes del mundo, además de gestores de activos, empresas de energía y materias primas, aseguradoras, bufetes de abogados y Bolsas. No pocos analistas consideran que la expansión de los derivados es una de las principales causas de la debacle de las potencias y de la dificultad para superar la crisis. En Estados Unidos, en el segundo trimestre de 2008, cuando quebró el banco de inversión Lehman Brothers precipitando una situación de estrés financiero global que aún perdura, según un relevamiento realizado por el Bank for International Settlements (BIS, el banco central de las bancas centrales), los derivados sumaban 182 billones de dólares, equivalentes a 12 veces el PIB de ese país. A nivel global la suma es impactante: 684 billones de dólares, once veces el PIB mundial de 63 billones en 2010, según el Banco Mundial.

Semejante monto explica el poder del ISDA para influir sobre gobiernos, orientar medidas de entes de regulación de los mercados y dejar al descubierto la debilidad del liderazgo político de las potencias económicas. El aspecto peculiar de la actual fase del capitalismo global es que la influencia determinante de ese grupo de poder es por un negocio financiero de sumas de dinero extravagantes que no existen. Ese dinero no tienen materialidad en billetes. Son derivados.

¿Qué son esos instrumentos financieros?

A grandes rasgos, son acuerdos que se negocian entre las partes sobre variaciones de precios relacionadas a un activo subyacente, es decir “derivan” del valor de otro activo. O sea, el inversor no compra activos como acciones o bonos de una empresa, materias primas como petróleo o soja, o créditos hipotecarios otorgados por bancos. Adquiere uno que refleja la variación de precios que pueda haber del petróleo o de acciones, por ejemplo, y que no tiene representación física, sino que sólo se registran contablemente como una operación electrónica. Son transacciones virtuales. Es un estadio superior del éxtasis de la especulación.

El Banco Morgan Stanley calculó que la capitalización en acciones (es decir, el valor del stock de papeles empresarios) en todo el mundo era de 37 billones de dólares en 1990, monto que creció hasta 51 billones en 2006. A la vez, el valor nominal de los derivados financieros en 1990 era de 5,7 billones de dólares, mientras que a finales del 2006 era de 415 billones de dólares. El valor en derivados alcanzó ocho veces más que la capitalización de acciones, mientras que en 1990 la relación era casi inversa cuando el valor de las acciones era 6,5 más grandes que los derivados.

Para los protagonistas de este negocio se trata de innovaciones financieras, creadas para que operadores y grandes empresas tengan un instrumento para la gestión de riesgo, al sostener que así cubren sus inversiones en diferentes activos con sus derivados. Dicen que lo hacen con bajos costos de intermediación: la negociación de este tipo de productos es bilateral en el denominado Over The Counter, es decir, que no se transan en un mercado organizado abierto con reglas determinadas (Bolsas). Esto permite jugar casi sin límites, fuera del alcance de los órganos de regulación del sistema formal, facilitando un apalancamiento importante. Esto significa que con poco capital se pueden realizar grandes inversiones y tener rendimientos más abultados sobre el pequeño capital inicial.

El riesgo que se asume se encuentra en la eventualidad de una evolución desfavorable del precio del activo utilizado para construir el “derivado”. Cuando bajan las cotizaciones, la inversión registra pérdidas mayores al capital comprometido, entonces se debe aportar mayor cantidad de dinero líquido para cubrir esas pérdidas del margen sufridas. Como los derivados tienen una fluctuación más volátil que el activo principal (subyacente), en contextos de crisis casi todos los protagonistas del mercado tienen problemas de capital. Por ese motivo, las bancas centrales no saben cuál es el monto potencial de las pérdidas de los bancos. En ese barril sin fondo, se van renovando e incrementando los fondos de asistencia oficial para salvarlos y para que no se obture el circuito del crédito a empresas, al consumo y entre bancos. Desde el estallido de la crisis en septiembre de 2008 ha habido varios rescates globales millonarios, como el acuerdo de las bancas centrales de las potencias anunciado esta semana.

Durante décadas, el titular del Citibank era la figura-símbolo de la banca internacional y representante del lobby de los intereses del mundo financiero. John Reed, del Citi, fue durante los ’90 un actor relevante de las finanzas globales, y detrás se ubicaban los bancos de inversión Merrill Lynch, Goldmand Sachs, entre otros. Antes, fue el Chase Manhattan con los Rockefeller, y siempre el JP Morgan. ¿Quiénes son las figuras mundiales del negocio de derivados agrupados en ISDA señaladas por Stiglitz? Su presidente entre 1988 y 1992 fue Mark C. Brickell, del JP Morgan, quien contribuyó de manera sustancial a impedir que el Congreso de los Estados Unidos apruebe leyes de regulación de los productos derivados. Hoy su presidente es Stephen O’Connor, del Morgan Stanley, y su vice es Michele Faissola, del Deutsche Bank. Pero el control del ISDA es del director ejecutivo de la institución, ejercido por Conrad Voldstad, quien comenzó su carrera en JP Morgan, luego pasó a Merrill Lynch hasta crear una compañía financiera dedicada a derivados, Arlington Colina Investment Management. El vicepresidente ejecutivo es Robert G. Pickel, que trabajó en Amerada Hess Corporation, una compañía internacional de petróleo y gas, entre 1991 y 1997. El director general adjunto es George Handjinicolaou, quien se desempeñó en varias instituciones financieras globales, incluyendo Dresdner Kleinwort Benson, Union Bank of Suiza, el Banco Mundial, Merrill Lynch y Bank of America. Fue fundador y socio director de Etolian Capital Management, en la que ofreció servicios de consultoría a las empresas de gestión de activos relacionados con derivados municipales y derivados de crédito en dificultades. Pickel reemplazará a Voldstad, que pasará a ser asesor principal, a partir del 1º de enero de 2012. Al anunciar el paso de mando afirmó que “ISDA tiene una historia increíble de trabajar en favor de los mercados de derivados OTC y sus contribuciones son inigualables entre las asociaciones de comercio a nivel mundial”. “Estoy encantado de pasar a colaborar con Bob Pickel para abordar las cuestiones clave que enfrentan nuestros mercados. Hemos dado pasos importantes con claridad y estoy seguro de que Bob es la persona adecuada para llevar adelante la Asociación hacia sus objetivos clave”, señaló Voldstad, quien sabe cuál es la tarea que su reemplazante tiene por delante. Pickel ha sido una figura muy visible en los debates para regular los derivados OTC, también ha sido un activo participante en testimonios ante el Congreso de Estados Unidos y encabeza las conversaciones con los organismos reguladores de Europa y Asia. Ellos son las personas a las que se refería Stiglitz.

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