ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Para tocar fondo falta

 Por Julio Nudler

Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov serán justicialistas y cantarán la marchita, pero hoy su estrategia está jugada al respaldo del Fondo Monetario y a que los compañeros trabajadores se resignen a la licuación de sus salarios. Al Gobierno no le basta con uno solo de esos dos sustentos. Si el Fondo ayudase, pero los sindicatos lanzaran un plan de lucha para recuperar el poder de compra perdido, la estabilización conseguida naufragaría. Si en cambio no hubiese plata del FMI, aunque la gente siguiera aceptando empobrecerse mes a mes, la economía continuaría en un ajuste sin final. Por ende, el Gobierno necesita que la gran masa del pueblo colabore con su aceptación de la miseria para ir estabilizando las expectativas cambiarias y armando un mercado financiero, donde la tasa de interés vuelva a existir. Se trataría de un equilibrio macroeconómico macabro, pero equilibrio al fin, en un sistema que buscaría su motor en las exportaciones y en la sustitución de algunas importaciones, con un dólar muy caro pero aquietado y salarios desintegrados, pero ya sin desempleo creciente. No sería para dar una fiesta, como quiere Duhalde, pero al menos un aterrizaje de emergencia después de varias debacles, la última de ellas causada por la trasmutación neoliberal del peronismo, cargada de corrupción y frivolidad no transable.
Por ahora, sin embargo, Remes y su jefe siguen sin sentir con sus pies que tocaron fondo. Mientras no se consiga el paquete del Fondo, capitalistas y especuladores les seguirán jugando en contra. Después quizá les den una tregua, calculando fuerzas. Hasta tanto llegue ese momento, el poder político continuará prisionero del ajuste. Cortarle a éste, matar de hambre a aquél. Pero Remes y todos saben que, más allá de ese dibujo llamado Presupuesto, para cerrar las cuentas el Gobierno necesita de la inflación, y cobrar efectivamente el impuesto inflacionario vía emisión. Y también necesita más devaluación, porque así le rendirán más pesos los impuestos sobre el comercio exterior (aranceles de importación, retenciones a la exportación). Esto mientras no deban reiniciarse los pagos de la deuda externa.
El riesgo de esta política es que desafía la paciencia popular. Aunque muchos precios han tenido ya subas violentas, la inflación promedio está demorada por haberse postergado el reajuste de las tarifas públicas. Habrá que ver qué pasará cuando estos valores se sinceren. Si el Gobierno se viera forzado a reajustar jubilaciones y sueldos, perdería su gran fuente actual de financiación: la caída en el ingreso real de empleados y pasivos, que se suma al impago de la deuda. Por esta razón los economistas del establishment advierten que cualquier aumento de sueldos en el Estado conduciría a la hiperinflación. El congelamiento de las remuneraciones, al lado de una suba anual promedio de 50 por ciento en los precios, es visto por ellos como un tributo natural a la solución de la crisis.
El FMI no piensa de modo diferente al insistir en el ajuste por un lado y en una auténticamente libre cotización del dólar por el otro, cuya suba no debe evitarse al costo de sacrificar reservas. La idea es que el mercado se detendrá en el precio que refleje la relación entre los dólares que tiene el Banco Central y los pesos y cuasimonedas que posee el sector privado. Así, si el BCRA vende dólares para bajarlo, el mercado ve que ha gastado parte de sus reservas y al día siguiente volverá a desafiarlo. La intervención, al dejar al Central con menos municiones, sólo habría conseguido elevar el dólar defendible.
Ahora bien, si los organismos multilaterales le prestasen dólares a la Argentina para reforzar sus reservas, ese teórico dólar de conversión bajaría. En lugar de estar entre 3 y 3,50 se situaría alrededor de un peso abajo siempre que el aporte fuera de unos U$S 5000 millones. La importancia del asunto radica en que el nivel del dólar es el valor a partir del cual se arma la estructura de precios de la economía, siempre y cuando sea visto por los actores como una cotización de equilibrio, lo que podría llamarse el dólar de conversión. Cuanto más alto éste, mayor la licuación de ingresos de los argentinos y más pobre el país.
Habría que ver, aún, algunas cosas más. Una es el excedente de dólares generado por el comercio exterior, que tarde o temprano, en mayor o menor medida, irá liquidándose en el mercado y presionando la divisa a la baja.
Otra es la liberación de pesos del corralito y la actitud de sus tenedores, porque si éstos siguen hundidos en el pesimismo se empeñarán en comprar dólares, con lo que todo el superávit comercial podría escurrirse en más fuga de capitales. Será importante saber si, metiéndose en el medio, el Central consigue recrear instrumentos financieros que compitan con el dólar por los ahorros, y a través de esos y otros instrumentos regula la liquidez del mercado e influye indirectamente sobre las pizarras cambiarias. Esto permitiría un principio de orden en el caos.
Ahora, según lo dicho ayer por Economía, tras el cierre de la misión del indio Anoop Singh se abre un mes y medio hasta la eventual firma de un acuerdo. Un espacio durante el cual el Gobierno deberá esforzarse por aplicar los remedios recetados por el Fondo sin que éste se asuma como parte de la terapia. El FMI le dice a la Argentina que debe ejecutar un programa sustentable, y la Argentina le responde que el apoyo del Fondo es un requisito esencial para la sustentabilidad de cualquier plan porque puede generar ese plus de confianza que el país por sí solo no suscita. Aun así, que el respaldo internacional haga la diferencia está por verse.
Desmoronado el PBI argentino, la aplazada deuda pública se ha convertido, en términos del encogido tamaño de la economía, en una carga aplastante, incluso después de una eventual quita. Esta dramática transición, que incluye negociar con el Fondo y con los tenedores de bonos, la conduce un Gobierno asaltado por las corporaciones (José Ignacio de Mendiguren y Pablo Challú las representan) y acechado por lobbies mayores y menores, infiltrados en diversos cargos desde los que cuidan sus negocios. Será que la realidad política nacional es ésta y no otra. Mejor que nadie piense que Duhalde o Raúl Alfonsín son todo el cambio que necesitará la Argentina para emerger de este hundimiento.

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