ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE EL FRACASO DE LAS APUESTAS PENSADAS PARA SEDUCIR A LOS EVASORES

Una historia de fugas y blanqueos

Diferentes gobiernos han tratado de repatriar los fondos fugados (1987, 1992, 2008 y 2013) mediante un blanqueo de capitales destinado a premiar a evasores y elusores por la “patriótica” decisión de repatriar esos fondos. Los resultados siempre fueron magros.

Producción: Tomás Lukin

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Sus propios pecados

Por Emiliano Colombo y Alejandro Robba *

Una de las deficiencias de la inserción internacional de Argentina es la baja proporción de exportaciones no tradicionales. No obstante, esta crítica puede ser relativizada si a la canasta habitual de productos primarios, agroindustriales y algunos industriales, se le adiciona el rol de ser un gran proveedor de jugadores de fútbol y, fundamentalmente, encabezar los listados mundiales de fuga de capitales. Eso convierte al país en filántropo del tipo Hood Robin ya que financiamos el crecimiento de los países avanzados con fondos extraídos del pueblo argentino.

La fuga de capitales carece de una estimación precisa. Los cálculos que realizan los especialistas indican que nuestros coterráneos han fugado en los últimos 40 años, unos 233.000 millones de dólares. La fuga de capitales es siempre perjudicial para el desarrollo de las economías, especialmente si se trata de un país periférico, ya que resta fondos para la inversión productiva, incrementa el costo de su financiamiento, reduce la recaudación impositiva sobre las personas de más altos ingresos y, por lo tanto, desfinancia al Estado para llevar adelante su rol de promotor del desarrollo económico y social. Es decir, el drenaje de fondos al exterior disminuye el potencial crecimiento económico y, a su vez, hace más regresiva la distribución del ingreso.

Adicionalmente, para un país en desarrollo como Argentina que necesita divisas para crecer, la fuga agrava la restricción externa y reproduce –como en los últimos años– el proceso de marchas y contramarchas de la economía argentina. Este fenómeno que ya se hizo crónico, fue institucionalizado en 1977 con la sanción de la ley de Entidades Financieras. La desregulación de la cuenta capital posibilitó la remisión al exterior de ingresos generados en la economía local. Esto facilitó a empresas e individuos con ahorros significativos convertir sus ingresos en moneda extranjera y remitirlas al exterior, lejos de los riesgos cambiarios y estampidas inflacionarias.

La salida de fondos sistemática nunca se detuvo. Arrancó con fuerza durante la dictadura, se aplacó durante el gobierno de Raúl Alfonsín y fue consolidada durante la ola neoliberal inaugurada en el gobierno de Carlos Menem. A pesar del abatimiento de la inflación, el congelamiento del tipo de cambio y la “estabilidad económica”, la fuga se aceleró eliminando otros 54.000 millones de dólares de los bolsillos de los argentinos entre 1989 y 2001. La eclosión de la crisis económica en 2002, con la mega-devaluación y el default impulsaron también una mega salida de capitales en dos años de alrededor de 36.000 millones de dólares. Esto dejó al stock de activos externos fuera del circuito formal de la economía en 137.000 millones de dólares hacia fines de 2003. Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la fuga se redujo (7.000 millones en 4 años), pero a partir de 2007 los argentinos volvieron al ruedo externalizando otros 88.000 millones de dólares en solo siete años.

Diferentes gobiernos han tratado de repatriar en varias oportunidades los fondos fugados (1987, 1992, 2008 y 2013) mediante un “blanqueo” de dichos capitales tanto de cuentas del exterior como del famoso “colchón” premiando a evasores y elusores de todo tipo gracias a una suerte de “perdón” por impuestos no pagados y penalizándolos “un poquito” por la patriótica decisión de repatriar esos fondos antes fugados. Los resultados siempre fueron magros y estuvieron muy por debajo de las expectativas oficiales, evidenciado que el grueso de esos fondos posiblemente ya no vuelve más.

El circuito es siempre igual: ganancias en pesos, pase a divisas, un banco local amigo, una empresa en un paraíso fiscal, otra empresa offshore (en forma de mamushkas de firmas, cuentas de esas compañías en diferentes bancos y salida de fondos).

La apuesta del gobierno de Mauricio Macri para la reactivación de la economía parece recostarse en una lluvia de dólares de inversores externos, en el endeudamiento del sector público. La semana pasada se sumó un blanqueo de fondos opacos justificado cínicamente en el legítimo fin de saldar deudas con jubilados. Párrafo aparte merece la decisión del gobierno de incluir en esta ley a funcionarios y ex funcionarios. Por lo que surge de sus declaraciones juradas y de los listados de los Panama Papers, pareciera que están haciendo una ley a su medida con el fin de perdonarse sus propios pecados. Volver a crecer no se resuelve con un perdón fiscal, sino recreando condiciones para la inversión productiva que sólo puede asentarse en la expansión del mercado interno.

* Docentes de la Universidad Nacional de Moreno.


Inversión externa y desarrollo

Por Matías Kulfas *

El gobierno ha puesto un especial énfasis en la captación de inversiones externas. Desde las visiones tradicionales se sostiene que los recursos externos son una excelente alternativa para complementar el limitado ahorro interno. A ello se sumarían otros beneficios, tales como la transferencia de tecnologías. La experiencia más reciente de nuestro país nos muestra que los ingresos de inversión extranjera no se han traducido en una complementación de la inversión nacional y, por ende, en una ampliación de la inversión global. Por el contrario, se han producido efectos de desplazamiento.

Se suele señalar que el ahorro nacional es escaso. Los depósitos bancarios y la capitalización bursátil representan en conjunto tan solo un tercio del PIB. Pero hay otras fuentes de ahorro que circulan afuera del sistema bancario y el mercado de capitales. Los activos financieros externos representan entre 40 y 76 por ciento del PIB según la fuente que se utilice. El problema central entonces no es que en Argentina no se hayan generado excedentes para financiar inversiones, sino que muchos de esos recursos se fugan del circuito productivo, incluso en períodos de políticas amigables hacia el mercado e ingresos de capitales externos.

En segundo lugar, me voy a referir a un fenómeno que podemos definir como “paradoja de la inversión”. Una comparación del escenario de políticas y regulaciones entre la década de 1990 y lo acontecido en años más recientes nos muestra diferencias sustanciales. La inversión extranjera directa creció notablemente en los ‘90 y Argentina concentró el 15 por ciento de los ingresos que recibió América Latina en aquel período. Durante los gobiernos kirchneristas, dichos ingresos fueron sustancialmente menores y la participación en el total recibido por América Latina se redujo al 7 por ciento. Sin embargo, la tasa de inversión no solo no se redujo sino que se incrementó. Esta paradoja fue constatada hace algunos años por el economista chileno Manuel Agosin, quien trabajó con un panel de países en desarrollo y concluyó que mientras en los países asiáticos la presencia de mayores ingresos de inversiones externas tenía lugar en simultáneo a un crecimiento de la tasa de inversión, en América Latina el efecto era el contrario y la tasa de inversión no crecía o incluso declinaba.

Suele también afirmarse que Argentina perdió grandes oportunidades de desarrollo por no haber podido captar mayores flujos de capitales externos en años recientes. El ministro Alfonso Prat Gay se animó a estimar en 2 millones la cantidad de puestos de trabajo que Argentina perdió de obtener por esa carencia. Lamentablemente la aritmética que propone Prat-Gay no es tan simple. En primer lugar, porque los sectores que atrajeron buena parte de la inversión extranjera que Argentina no captó y sí llegó en volúmenes importantes a países de menor tamaño como Colombia, Chile y Perú fueron casi excluyentemente a actividades primarias como la minería y el petróleo, sectores que generan poco empleo directo y donde los operadores privilegian la adopción de tecnologías globales que se traducen en mayores importaciones antes que en el desarrollo de proveedores nacionales. En segundo lugar, porque muchas de estas políticas llevan al desplazamiento de inversiones nacionales, tal como lo constatara el “efecto Agosin”.

Finalmente, la idea de que mayores recursos financieros se traducen en oportunidades de inversión suena bien en la teoría pero no se condice necesariamente con la experiencia histórica. Una de las medidas más importantes adoptadas por el nuevo gobierno, y que pasó en cierta forma desapercibida, fue la eliminación del encaje del 30 por ciento sobre inversiones de cartera que había sido implementado en 2005. Ese tipo de regulaciones procura desalentar la especulación que expone a economías pequeñas como la nuestra a shocks externos, y a tendencias a la apreciación cambiaria que se traducen en sesgos favorables a la especulación financiera y desfavorables a volcar excedentes hacia la inversión productiva. En definitiva, las condiciones generales de mercado indican sesgos favorables a la especulación y a inversiones directas con efectos de desplazamiento sobre inversiones locales y reemplazo de productores nacionales.

¿Significa esto que la inversión extranjera y el ingreso de capitales financieros deben ser rechazados de plano y que en nada puede aportar al desarrollo nacional? No. La experiencia internacional indica que los países que más han crecido de manera sostenida y diversificando su base productiva y tecnológica lo han hecho recurriendo a recursos externos de manera moderada, y utilizando intensivamente políticas de desarrollo. No se trata de recurrir a políticas “amigables con el mercado” sino de políticas sectoriales donde los flujos externos puedan financiar inversiones y complementar el desarrollo de la producción nacional.

* Economista - Profesor de la UBA y de la UNSAM - Director de Idear Desarrollo.

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