EL MUNDO › KHATTAR ABOU DIAB, PROFESOR EN LA SORBONA, ESPECIALISTA EN ISLAM Y MEDIO ORIENTE

Las razones de una primavera

¿Por qué ocurrió? En diálogo con Página/12, un especialista hace el mapa del “déficit de legitimidad” de los gobiernos autoritarios árabes y destaca la sorprendente vitalidad de las sociedades. El detonador de la rebelión fue el inmenso hartazgo por los abusos constantes.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Cada semana, un nuevo país del mundo árabe musulmán se suma a la revuelta social y política que derribó simultáneamente dos dictaduras muy arraigadas, la de Túnez y la de Egipto. La hora del tan anunciado y postergado nacimiento de la sociedad civil árabe se lleva a cabo a un ritmo frenético. Mastodontes de la autocracia como Libia o regímenes eternos controlados por monarquías antediluvianas, como la de Bahrein, tambalean bajo la presión de las protestas. La represión policial y los asesinatos de civiles a mansalva, lejos de regenerar el terror, acrecientan la determinación de las poblaciones. El politólogo Khattar Abou Diab, profesor en la Universidad de la Sorbona, especialista en el Islam y el Medio Oriente, analiza en esta entrevista los resortes profundos de las sucesivas revoluciones que dejaron sin argumentos a quienes veían al mundo árabe como un planeta aparte, eternamente congelado y fuera de la modernidad. Argumento falso. La historia se mueve allí donde nadie lo esperaba.

–¿Cómo explica esta explosión democrática que se propaga por el mundo árabe musulmán? Cada semana hay un país más que se suma, incluso impensables como Bahrein, Yemen, Libia y hasta el sultanato de Omán. Vemos también respuestas violentas del poder y un coraje a toda prueba de la población.

–Ese mundo árabe, sobre todo después de la Guerra Fría, se quedó sin los dividendos democráticos. La democracia dio la vuelta al mundo pero se olvidó del mundo árabe. Eso es lo que se llamó “la excepción árabe” en lo que atañe el acceso a la democracia y a la modernidad. Pero la validez que tenían todos esos sistemas árabes expiró. Cada uno de esos sistemas, sean pronorteamericanos, antinorteamericanos, pro o antioccidentales, militares o civiles, tienen un tronco común. Ese rasgo común es el autoritarismo, la autocracia, el hombre fuerte, el presidente, el déspota o el rey. En esos sistemas encontramos un núcleo que se beneficia con todo, que dilapida el dinero público. Se trata de una suerte de clan familiar o tribal, de red ligada al poder. Al mismo tiempo, encontramos a militares y policías al servicio de la represión. Ese sistema reinó y durante cierto tiempo sirvió a los intereses norteamericanos, país para el cual la estabilidad regional estaba por encima de todo. Pero esa estabilidad era engañosa. Y lo que derribó a esos sistemas fue algo impensable: la inmolación de un joven tunecino hizo caer el muro psicológico del miedo. No podemos comparar esta situación con la caída del Muro de Berlín, pero tampoco se puede dejar de lado esta evidencia: cuando el muro del miedo psicológico se derrumbó a partir de Túnez, marcó un antes y un después. Hoy hay una esperanza. Estamos en el principio de una suerte de primavera árabe. Y quien dice esperanza también habla de incertidumbre. Estamos entonces en una fase de transformación, de transición. Lo que empezó en Túnez y se trasladó a Egipto lo vemos ahora en Libia, Bahrein, Yemen, Jordania y Siria. Estamos abriendo una nueva página de la historia del mundo árabe.

–Lo que asombró y asombra al mundo entero es la obstinación de esas poblaciones civiles. No se trata de resistencia sino de coraje, de voluntad irrenunciable de terminar con esos regímenes, sea cual fuere el precio que haya que pagar. El mundo occidental descubrió que, en la esfera árabe musulmana, existía una sociedad civil que no era retrógrada y que ni siquiera estaba islamizada.

–Sí, desde luego, se inventaron muchas cosas, se tejieron muchos prejuicios. Se llegó a pensar que el paisaje político árabe estaba cerrado. Se quiso creer que para el mundo árabe no había otras alternativas que la autocracia o el islamismo. Es falso. Pero con las nuevas tecnologías y el fracaso del fundamentalismo islámico y su desvío hacia el terrorismo, constatamos que existe una nueva juventud de la clase media y que esa juventud, sin dejar de lado las referencias locales, la identidad, es al mismo tiempo capaz de participar en el movimiento del siglo. Las aspiraciones de esa juventud son las mismas: libertad, paz y justicia social. Esas aspiraciones democráticas universales no excluyen a nadie. El mundo árabe se merece esta transformación democrática. No hay que olvidar que todos esos regímenes pisotearon la dignidad de las personas, tal como ocurrió en Túnez con el clan del presidente Ben Alí o en Egipto con el clan de Mubarak. Esos clanes dilapidaron el dinero público. Esos países se volvieron de pronto la propiedad de un grupo exclusivo de gente que participaba también en una inmensa empresa de corrupción. Por esta razón en estas revueltas, en estas revoluciones, encontramos un lado ético y moral. Imagínese usted el hartazgo que había, que para terminar con todo eso bastó que un policía le pegue un cachetazo a un joven universitario que vendía fruta para que éste se inmolara. No hay que olvidar también que la revuelta egipcia nace con otro acto de barbarie, es decir, el asesinato del bloguero Khaled Said en Alejandría. Said fue torturado hasta morir en junio de 2005. En torno de él se creó un grupo en Facebook y ése fue el punto de partida. Desde luego, el germen estaba antes, anidado en las sociedades, o sea, la desesperanza, el desempleo, la influencia nefasta de la crisis mundial, el aumento del precio de las materias primas, el déficit democrático, el déficit nacional, la ausencia del mundo árabe de los equilibrios internacionales, la incapacidad de la administración norteamericana de presionar a Israel a fin de que avance el proceso de paz. Todos esos acontecimientos reunidos compusieron los ingredientes que hicieron mover la tierra árabe. El terremoto se está extendiendo. Es un movimiento nacional profundo, fabricado en cada país, que se convirtió en una tormenta que atraviesa todo el mundo árabe y que, incluso, puede llegar hasta Irán. Lo que hizo Facebook sólo fue servir de lazo entre los descontentos sociales, entre la falta de representación política.

–Israel basó su legitimidad en el hecho de que era el único país realmente democrático de la región. ¿Qué ocurrirá más adelante, cuando las fronteras israelíes no sean más autocracias y dictaduras sino democracias?

–Pese a todo, la legitimidad de Israel estaba en tela de juicio por su actitud frente a los palestinos. La democracia israelí es sólo interior. Pero es cierto que los demás países árabes carecían de legitimidad, era una materia prima escasa en esa región del mundo. La causa palestina fue una excusa utilizada por los regímenes árabes para justificar la ausencia de reformas y la represión. Pero ahora le llegó la hora de la verdad a Israel. Si Israel quiere integrarse en esa región del mundo, como siempre dijo que quiere hacerlo, ha llegado el momento de pactar con la paz con los palestinos. Podemos ver dos cosas: o bien Israel aprovecha la ola democrática para negociar con los palestinos según otra lógica, o bien adopta una posición radical que podría poner en peligro la primavera árabe a la que estamos asistiendo.

–La primavera árabe también puede influenciar positivamente a la Autoridad Palestina, cuyos métodos policiales están lejos de ser democráticos.

–Desde Luego. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ya sacó sus conclusiones y por ello fijó la fecha para las próximas elecciones, donde no se presentará. Lamentablemente, la causa palestina está desgarrada desde el interior. Hamas sigue encerrado en su viejo estilo. Es posible que el próximo presidente palestino saque provecho de la ola democrática y ponga al presidente Barack Obama ante sus responsabilidades. La democracia es algo fabuloso, pero si la injusticia para con los palestinos persiste, todos los beneficios que Estados Unidos puede sacar con este movimiento democrático se verán dilapidados.

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“Se quiso creer que para el mundo árabe no había otras alternativas que la autocracia o el islamismo.”
Imagen: AFP
 
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