EL MUNDO › OPINION > LA OTRA CARA DEL FUNERAL DE MANDELA

La fiesta del siglo

Fue una oportunidad para honrar a Nelson Mandela y montar un espectáculo para exhibir a Sudáfrica, como la ocasión merecía, a la mejor luz posible. Pero la fiesta estuvo en las tribunas.

John Carlin *

Nunca, nunca, nunca jamás recibirá Sudáfrica en un solo día el número de líderes mundiales que estuvieron presentes esta semana en el funeral de Nelson Mandela en el estadio FNB. Nunca más –quizá en otro Mundial de Fútbol– recibirá el país tanta atención de los medios. Fue una oportunidad para honrar a Mandela y montar un espectáculo para exhibir a Sudáfrica, como la ocasión merecía, a la mejor luz posible. Pero, muchachos, se mandaron una macana.

No la gente que se presentó, sino los organizadores, es decir el gobierno. La pena es que Barack Obama, los presidentes y los primeros ministros de las Bahamas, Burundi, Brasil, Gran Bretaña, el príncipe heredero de Japón y todo el ejército de invitados extranjeros honorables no fueron alentados a unirse a nosotros en las altas tribunas del estadio durante las felices cinco horas que me encontré saltando y moviéndome entre la multitud previamente al comienzo de las actuaciones oficiales.

Fue una gran fiesta. La fiesta del año –del siglo–. Una celebración, una acción de gracias orgullosa y feliz, cantando y bailando de manera tan edificante, tan sincronizadamente que cualquiera que no supiera del asombroso don natural de los sudafricanos para la armonía coral habría imaginado que el evento había estado ensayado rigurosamente durante seis meses. Si el hombre hubiera estado mirando desde arriba (un tipo a mi lado me preguntó, de manera no totalmente ridícula, “¿Crees que Mandela va a comenzar una religión?”), estaría deleitado, sonriendo y riendo y moviéndose junto a los mejores.

Pero una vez que los dignatarios comenzaron a entrar al estadio y empezaron los discursos hubiera tenido que luchar para no quedarse dormido, como lo podría haber hecho, contenido solamente por sus exquisitos buenos modales, para no unirse al coro de abucheos que saludó al presidente Zuma cada vez que aparecía en las grandes pantallas del estadio.

Fue poco político por parte de la multitud burlarse de Zuma, es verdad. Si se necesitara evidencia de que Mandela permanecerá en la conciencia moral de Sudáfrica, ahora y por el resto de los tiempos, aquí estaba. ¿Era posible honrar el legado de Mandela, como Zuma nos sumaba a hacer y saludarlo a él, Zuma, al mismo tiempo? ¿Eran compatibles los dos conceptos? La multitud por cierto pensaba que no. Pero no importa Zuma. Como con el mal tiempo, nada se podía hacer para evitar que viniera. Lo que la ocasión requería era una producción brillante, una que fuera planeada, de principio a fin, y –sí– ensayada meticulosamente, no excluyendo al intérprete del lenguaje de señas, para permitir que el espíritu de Mandela brillara en su muerte como lo había hecho durante su vida.

A la luz de todo lo demás, gracias a Dios por Obama, quien mostró cómo debieron haberse hecho las cosas dando un discurso inteligente, original y de fuerte emoción, aunque la “foto” con la primera ministra danesa haya deshecho parte de su buen trabajo y contribuyera a socavar aún más la gravedad de la ocasión. En cuanto al resto de los oradores extranjeros, no es de asombrar que la multitud comenzara a moverse en sus sillas, a bailar y cantar y aun a golpear los tambores mientras ellos seguían hablando.

Pronunciando soporíferos discursos uno tras otro (la única vez en mi vida que lamenté entender el español fue cuando Raúl Castro se levantó para hablar) –merecían mayores demostraciones de descortesía que las que recibieron–, fue precisamente una falta de respeto la que mostraron hacia Mandela al no elevarse por encima de las pomposidades trilladas con las que enfriaron el ya frío aire de la tarde. ¡Por Dios, no es que los organizadores del evento no tuvieron suficiente tiempo para prepararlo!

Así que, aparte de recortar dos tercios de todos los discursos y perder a la mitad de los individuos que los dieron, ¿que podrían haber hecho? Bueno, para empezar, ¿qué tal si darle un poco de atención a lo que Mandela podría haber disfrutado? ¿Qué tal, como sugirió un amigo en el estadio, traer a montones de niños sobre el escenario para cantar y bailar? ¿Qué tal Johnny Clegg y el Coro de Gospel de Soweto tirando la casa abajo con “Asimbonanga”? ¿Qué tal un corto pero emotivo video en las pantallas mostrando algunos de los grandes momentos de Mandela?

¿Qué tal el arzobispo Desmond Tutu dando el gran discurso suda-fricano del día? Después de Mandela y no tan atrás, es el mayor talento que el país ha producido en los últimos tiempos. Habría cautivado a la multitud y al público de todo el mundo. Pero el gobierno –rencoroso, mezquino, tan distinto a Mandela– lo dejó a un lado porque, uno puede suponer, dijo unas cuantas cosas recientemente que a Zuma no le gustaron.

La lección es clara, como lo ha sido toda la semana desde que Mandela murió: que la imagen nacional se ve tanto mejor, brilla con más fuerza, cuando el gobierno no está en ella. La oportunidad se desperdició y no habrá. Pero, por suerte para nosotros, unos pocos felices, Mandela estuvo con nosotros, conmovedoramente, entre la multitud.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Celebrando el espíritu sudafricano en el funeral de Mandela.
Imagen: AFP
 
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