EL MUNDO › BIOGRAFIA DE UN PRESIDENTE

La novela de Chirac

Por E.F.

La vida del difunto presidente socialista François Mitterrand era una novela: cínica, oportunista, refinada, realista e inteligente. La del reelecto presidente Jacques Chirac es también una vida de novela, pero su relato se parece más a la novela negra. Caídas en los abismos y renacimientos marcaron una trayectoria política donde las sombras han sido más comunes que la luz. Cien veces muerto, cien veces resucitado. Son incontables los artículos de prensa que lo dieron por derrotado, demolido por las urnas, asfixiado por sus monumentales errores, acorralado por los enconos de su campo o las investigaciones judiciales. Si Mitterrand fue a buscar la historia, a Chirac la historia le golpeó la puerta. El porcentaje obtenido ayer hace del mandatario la figura más paradójica de la Francia contemporánea. Las urnas lo pusieron en un combate moral en vez de político: Chirac encarnó la República frente a la antidemocracia. Y sin embargo, nada en este hombre de 69 años permite intuir que alguna vez le haya interesado otra cosa que el poder por el poder mismo. A fuerza de quererlo, el poder parece hoy transformar al hombre que atravesó fronteras prohibidas para conseguirlo. Sus allegados confiesan que tomó conciencia de “su responsabilidad histórica. Es el combate de toda una vida. Se trata de un combate moral. Ya no pelea más por el poder. Ahora lo hace por lo esencial: la democracia, la tolerancia, la República”.
En la vida, las acciones y las declaraciones de Chirac no existe elemento sustancial para dar crédito a esas palabras. Pero con él, como en las novelas policiales, lo moral puede surgir de la oscuridad, como siempre supo renacer de las cenizas. Nadie hubiese apostado por él. Ni hace dos meses, ni en 1995 cuando empezó a hacer campaña para las elecciones presidenciales de ese año. Quienes siguieron sus primeras reuniones electorales recuerdan a un hombre solo, hablando ante reducidas cantidades de personas, en comunas retiradas y sin importancia. A pura fuerza y convicción, el hombre Chirac creó un personaje político que salió electo presidente frente a quien hubiese debido ser su rival natural de ayer, Lionel Jospin. El año de su elección, Chirac puso al mundo contra él tras la decisión de llevar a cabo las pruebas nucleares y provocó una de las revueltas sociales más importantes de la segunda mitad del siglo: una serie de reformas sobre la protección social y la jubilación paralizaron a Francia durante más de un mes entero. Chirac salió herido, cuestionado por una mayoría legislativa aún fiel a Balladur y repudiado por una sociedad que prefirió caminar durante un mes entero, sin transportes, antes que ceder a su decisión. Vuelta atrás. El hombre y el político estaban muertos. Entre 1995 y 1997, gobernó intentando reparar el desastre del 1995. Pensó que el destino estaba de su lado y en marzo del ‘97 disolvió anticipadamente la Asamblea Nacional con el propósito de crear una mayoría más acorde a su política. Perdió el poder. Abrumadora, imprevisiblemente, Chirac se sepultó a sí mismo abriéndole las puertas a Lionel Jospin. Durante los cinco años de cohabitación con el premier socialista, Jacques Chirac fue una sombra sonriente, una silueta, un figurante sin destino en la gran película de las reformas, el crecimiento, las 35 horas semanales sin pérdida de salario y el descenso del desempleo.
Su campo lo detestó más que sus adversarios. Chirac fue objeto de las ironías más violentas y muchos celebraron su entierro político por adelantado. Es un hombre “inconstante”, un “camaleón”, un “delincuente a medias”, un “mentiroso”, un “oportunista”, un “estafador”, decían sus “amigos” de la derecha. Chirac vivió entre el final fatal y su espejo contrario, la resurrección. La mayoría aplastante de ayer no lo eligió a él, votó contra Le Pen. La historia lo puso como escudo republicano frente a los lobos que Hitler dejó sueltos y aullando por Europa.
En 1995 suplantó a un mito como Mitterrand derrotando a Balladur en la primera vuelta –su “ex amigo” de 30 años– y en la segunda a Jospin. En 2002 se sucede a sí mismo tras haberle ganado a Jospin en la primera vuelta y a la extrema derecha en la segunda. Con Chirac nunca resulta fácil saber dónde está el culpable y dónde el inocente. Cuando salió a hacer campaña para esta elección también estaba solo: carecía de aparato, de apoyos, de esa maquinaria electoral sin la cual toda empresa política es imposible.
Se decía de él que era “primitivo”, que sus gustos eran poco menos que pasatiempos: le gustaban las novelas policiales baratas, los westerns y la música militar. No es cierto. Es un aficionado de “las culturas primitivas”, un enamorado y fino conocedor de Asia y un promotor sincero del “diálogo entre las culturas”. Oriundo de un medio burgués, en su juventud se embarcó con destino a Estados Unidos, firmó el llamado de Estocolmo lanzado por los comunistas contra las armas nucleares y hasta vendió en las calles el órgano oficial del Partido Comunista francés, el diario L’Humanité. Tres veces intendente de París, cuatro veces candidato presidencial, dos veces electo. Premier atolondrado de Mitterrand durante la primera cohabitación (1986-1988), Chirac atravesó la historia de la segunda mitad del siglo bajo el influjo del poder. Ha acumulado desastres y éxitos, conoció los abismos y las alturas. Es, hasta hoy, el único que conoció la cohabitación de los dos lados: como premier de Mitterrand, y como presidente junto a Jospin. Dicen que ganó el “combate de su vida”.Esta noche debe saborear su más nítida e inesperada victoria. No les ganó a los socialistas. Les ganó a todos. Obligó a la historia a pedirle disculpas y hacer de él el aliado de la eternidad.

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