EL MUNDO › LA HISTORIA DEL POETA Y LUSTRABOTAS DE LA AVENIDA ALFONSO UGARTE

Alfredito quiere al Apra pero no lo vota

Desde Lima

Alfredito vio pasar media historia del Perú contemporáneo desde la Avenida Alfonso Ugarte, en el centro de Lima. Una tarde de finales del ‘99 vio cómo un camión atropellaba a su padre. “Mi viejo se fue al cielo cuando Fujimori empezaba a tambalear. Era un viejo un poco especial, no precisamente un padre como se entiende. Nos hacía trabajar en la calle, vendiendo golosinas o lustrando botas. Si alguno de nosotros robaba algo él cerraba los ojos y abría los bolsillos.” Lustrador de botas, vendedor de golosinas y, en la última época, pirañita, ese revoltoso vuelo de niños que le sacan a uno hasta los cordones de los zapatos sin que la gente se dé cuenta. “La vida en la calle era dura. En este país, los niños sobran y la sociedad no le presta atención a los que viven a la intemperie.”

Un tío lejano le salvó lo que le quedaba de infancia. “Era del APRA, un hombre simple pero respetado. Me ayudó bastante. Empecé a tener dos padres: mi tío y el APRA.”

Alfredito tiene hoy 18 años y va a votar por primera vez. Confiesa que tiene “como un problema de conciencia”. Su tío y las estructuras sociales del APRA le cambiaron el rumbo callejero de su infancia. “Los apristas tienen muchas cosas malas pero también hacen buenas acciones. Aprendí a leer más de lo que sabía”, reconoce. Alfredito dice que tuvo “un suplemento” de educación básica que le dio una base “para usar algún día una corbata y evitar que los hijos que tenga anden en la calle”.

Pero si su memoria está con su tío y el APRA su corazón político late con Ollanta Humala. “Se ve que él es del pueblo, como nosotros. Me gusta porque dice que va a proteger al Perú, que va a cuidar lo que es nuestro.” De esas cosas no habla con su tío “para no faltarle el respeto. Yo de política no entiendo nada, pero me parece que García habla demasiado y todos dicen que se robó muchas cosas. Humala, en cambio, habla menos y siento que lo que dice es más claro. Mi tío dice que es un tipo peligroso, un analfabeto en política que nos va a gobernar como si el Perú fuera un cuartel militar. Yo no le creo. Sólo quiero que no se acabe el trabajo, que alguien se ocupe de ponernos el agua potable, que los que vivimos en los asentamientos tengamos de una buena vez el título de propiedad de las tierras donde vivimos”.

Agua, tierras y trabajo. La gran deuda de todos los gobiernos peruanos. No por nada uno de los afiches de Alan García dice “el agua es democracia”. Alfredito vive en La Ensenada, un suburbio seco y polvoriento a poco más de una hora de colectivo desde el centro de Lima. La Ensenada es la pobreza dentro de la pobreza, un grado más hacia el abismo de la miseria. Alfredito recorre las dos horas todos los días. “El Perú es un país jodido para los pobres. Acá, si te enfermas no comes, y si no comes te enfermas más.” El muchacho tiene la decisión tomada. El primer voto de su vida “será para Humala. Voy a votar pidiendo perdón al APRA. En La Ensenada la gente piensa como yo. Los vecinos dicen que el comandante se parece en algo al Chino (Fujimori). Yo no veo en qué, pero voy a apostar por él. Lo que pasa es que este Perú que yo conozco no le da dignidad a la gente. Mire cómo vivimos acá. Esto es un pozo y todavía seguimos peleando para que se nos reconozca la propiedad del pozo”.

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En los enclaves de clase media baja hay mucho apoyo para García.
Imagen: AFP
 
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