EL MUNDO › OPINION

El debate Lula-Alckmin

 Por Mauro Santayana *

En 1989, tiempo después de la visita a Roma de Lula y Fernando Collor, le pregunté a un veterano político italiano, que estuvo con los dos, cuál había sido su impresión. “Bien –me dijo–, los dos me parecen que están verdes, si pensamos en los políticos europeos. Pero Lula parece tener buena materia prima para convertirse en un estadista. Collor ya desarrolló su vocación. Es un chico de portada. Una bella propaganda de sí mismo.”

Recordé eso, mientras veía el debate del domingo entre Geraldo Alckmin y Lula, hasta que Marta Suplicy se refirió al ex gobernador de San Pablo como “muñeco de plástico”. El señor Geraldo Alckmin estaba visiblemente incómodo de tener que hacer de marioneta de sus aliados del PFL, al incitar a Lula a un debate agresivo.

No era su estilo, no se sentía cómodo. Cedió a las presiones de los oligarcas del nordeste que tienen, más allá de sus ansias de poder, razones más fuertes para detestar a Lula: al pueblerino de Pernambuco que inició un proceso para retirar a esos señores ingeniosos, para los cuales –según la definición de Antonio Callado– la honra familiar y el baño sólo pueden convivir en una casa grande.

El presidente se resistió, insistió en elevar el debate, pero fue obligado a responder con ironía a las provocaciones del adversario. Una cosa quedó clara: el médico se comportó como un matón de bar –al decirle mentiroso a Lula– y el metalúrgico se contuvo con elegancia. No le devolvió a Alckmin los insultos y evitó lanzar ataques personales. No tocó temas que avergonzarían a su oponente. Lula se contuvo como un caballero.

El autoritarismo totalitario de Alckmin se reveló, de forma cristalina, en la crítica que hizo a la política externa del gobierno. ¿Quería, acaso, el ex gobernador que Lula enviara una fuerza expedicionaria a Bolivia para retomar, por la vía militar, el control de las instalaciones de Petrobras? Si Alckmin fuera presidente de la República, ¿le declararía la guerra a La Paz?, ¿repetiría contra los indios del Altiplano el odio de Pedro II contra los paraguayos, originado cuando el dictador Solano López se había osado a insinuar su intención de casarse con una de las hijas del emperador? En este tema, la postura del presidente fue la correcta. Trató de mostrar los éxitos innegables de su política exterior, confirmados por los balances comerciales y la cancelación de deudas. Y respondió, de forma irrefutable, con un acierto que tuvo su política: admitir la importación de productos de China, dejando un saldo comercial y con superávit para Brasil.

Lula le dijo a Alckmin que él no puede resolver en cuatro años los problemas creados por “ellos” en cuatro siglos. Alckmin respondió que el PSDB no existe hace 400 años, y no hubo tiempo para que Lula replicara, aclarando que “ellos” no son sólo el PSDB, sino todas las oligarquías brasileñas que han dominado al país desde que Tomé de Sousa llegó a Bahía. Es interesante registrar una curiosidad. Si Alckmin fue electo concejal a los 19 años, antes de concluir sus estudios de medicina. Si fue, enseguida, electo prefecto y, después, diputado, ¿cuándo fue que su excelencia ejerció la medicina tiempo completo, para poder decirle a Lula que él entiende la salud y el presidente no? Como se sabe, Alckmin es anestesista –especialidad que en algunos países es vista apenas como una técnica auxiliar de la cirugía–.

Lula tiene suficientes armas como para matar elefantes. Por lo tanto, por lo que se vio y se oyó ayer, él sólo uso munición liviana. Pero, en los próximos debates, si su adversario continúa con los golpes bajos, el presidente puede reaccionar y empezar a tirar con su bazuca.

* Columnista político de Jornal do Brasil. Fue corresponsal en Europa y Africa del Norte. De Carta Maior de Brasil. Especial para Página/12.

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