EL MUNDO › OPINIóN

En lugar de Europa

 Por Boaventura de Sousa Santos *

En un período en que los gobiernos nacionales son rehenes del modelo de (des)regulación neoliberal y de la pequeña elite financiera que provocó la profunda crisis económica y social en la que nos encontramos, la próxima elección del Parlamento de la Unión Europea podría ser el momento de Europa. Mediante su voto, los ciudadanos europeos tienen la oportunidad de manifestarse a favor de otra política y de otro modelo social y económico. ¿Por qué no será así? ¿Por qué las próximas elecciones, lejos de ser el momento de Europa, se realizarán en lugar de Europa? ¿Por qué es que, en lugar de Europa, lo que se va a votar es tan sólo la resignación o la rebelión de los ciudadanos europeos ante las políticas de los gobiernos nacionales? ¿Por qué el probable alto grado de abstención será una mezcla ponzoñosa y paradójica de altos niveles de resignación y de rebelión?

La respuesta es compleja, pero sus principales características son las siguientes. La UE es hoy un fantasma de Europa. Existe en lugar de la Europa en que los ciudadanos creían y existe para ocultar la verdadera dimensión de la sustitución. Sólo un ejemplo. La UE fue uno de los más fascinantes procesos plurinacionales contemporáneos, inspirada en una lógica de inclusión social transnacional, basada en un círculo virtuoso entre altos niveles de competitividad y de protección social, portadora de una concepción avanzada de ciudadanía, en cuyo núcleo residían los derechos económicos y sociales de los trabajadores. Ese fue, en resumen, el famoso modelo social europeo.

En los últimos quince años, este modelo fue minado desde adentro y desde afuera a través de una insidiosa convergencia entre el neoliberalismo impuesto por los Estados Unidos y las elites económicas y financieras europeas, deseosas de librarse de una fuerte regulación estatal y de los costos de las políticas sociales. Paulatinamente, los ciudadanos europeos fueron “convencidos” de que el Estado era un problema y que el mercado era la solución, que la seguridad social era insostenible, que la educación y la salud públicas cercenaban la autonomía del ciudadano-consumidor, que los inmigrantes eran un fardo y un factor de inseguridad, que en el plano internacional Europa debía dejar de ser una alternativa a la globalización predadora de los Estados Unidos y pasar a ser un socio incondicional. Todo esto se fue convirtiendo en una obsesión por contener el déficit presupuestario, condensada en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que nos legó una cultura de caída de la economía real y libre aceleración de la lotería económica de las altas finanzas. Fueron estas políticas europeas las que generaron la crisis y las que, al convertirse los gobiernos nacionales en mini Europas, dejaron poco margen de maniobra para reaccionar cuando aquella estalló.

En los últimos años, José Manuel Durao Barroso –el presidente de la Comisión Europea– fue la imagen más farsesca de esta “Europa en lugar de Europa” y, por eso, su plan para enfrentar la crisis no puede ser sino un engaño: de los 400 mil millones de euros anunciados para colaborar con las políticas de atención sólo 35 mil millones eran dinero fresco; el resto era dinero ya afectado a otros planes nacionales. ¿Pueden los ciudadanos europeos creer en una Europa que al mantener a Durao Barroso muestra más dificultades para librarse de la herencia de Bush que los propios Estados Unidos?

En estas elecciones, los ciudadanos tendrán que esperar por el momento de Europa. La Europa de la solidaridad y de la interculturalidad; de la democracia de alta intensidad; el control público y participativo de los sectores clave, como el financiero y el energético; la defensa; el derecho al ambiente, a la salud y la educación; el derecho a un trabajo con derechos; la política de inmigración antirracista; la política de investigación y desarrollo tecnológico al servicio de los ciudadanos; la política exterior basada en la cooperación fraternal con los países del sur global y el rechazo a la imposición unilateral y la guerra.

* Doctor en Sociología del Derecho; profesor de la Universidad de Coimbra (Portugal) y de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.).

Traducción: Javier Lorca.

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