EL PAíS › ENTREVISTA A MATIAS REGGIARDO TOLOSA, UN ANTICIPO DEL LIBRO DE VUELTA A CASA

“Es invalorable que me hayan restituido mi identidad”

Uno de los mellizos Reggiardo Tolosa, apropiados por el policía Samuel Miara, habla después de quince años. En 1994, junto a su hermano Gonzalo, participó de programas periodísticos en los que reclamaba ver a su apropiador. Una entrevista que es parte del nuevo libro de Editorial Marea, que trata de historias de hijos y nietos restituidos.

 Por Analía Argento

“Yo no había hecho demasiado en muchos aspectos para saber sobre mis orígenes. Pero desde que fuimos restituidos, a mis papás biológicos les dije papá y mamá, nunca me sentí ajeno a ellos, si bien los tenía olvidados en cierto sentido de la palabra. Siempre la imagen de mi mamá me acompañó, las cosas que recibí de mis tíos, lo que me contaron sobre la infancia, por ejemplo, porque durante el último tiempo estuvieron alejados.”

Eduardo (Tolosa, su tío) fue el primero que lo acercó a su mamá y el primero en acudir a la televisión. Con la foto de María Rosa en su mano, había peleado la tenencia de sus sobrinos.

Así la conoció Matías. Así la conoció Gonzalo.

–Ay, ésa es mi mamá –dijo Matías.

De inmediato la vio linda y prestó atención al parecido con Gonzalo. El, en cambio, se vio parecido a su papá.

También Eduardo, mientras los chicos vivieron con él, les habló de María Rosa, les contó lo poco que sabía sobre su militancia política, sobre su embarazo, sobre las peleas con su padre, Marco, un hombre muy conservador y antiperonista. Y les mostró también todas las fotos que guardaba de su hermana para que la fueran conociendo. (...)

Aunque de chicos algunas personas los confundían, Matías y Gonzalo son diferentes. Uno muy parecido al papá, el otro a la mamá. Así se ven ellos y así los vieron los tíos y primos. A Matías, como a Juan Enrique, le gusta mucho leer a Jorge Luis Borges y siente, también como él, enorme placer por la fotografía.

Cuando fueron restituidos, Gonzalo era –según lo veía su familia– quien más hablaba sobre su historia. En 2008, también lo hace Matías.

Hoy sienten parecido aunque no se comentan todo al respecto.

Fue Gonzalo quien quiso contar su vida y sus sensaciones para un documental de la televisión canadiense que al cierre de este libro aún no se estrenó, y Matías quien se sumó más tarde.

Pero en cambio fue Matías quien quiso contar lo que siente en este libro que tiene como primeros lectores a los argentinos.

Gonzalo, por ejemplo, volvió a ver al tío Eduardo a instancias del realizador del documental: Peter Suatk. Matías pidió tiempo para hacerlo y todavía no lo ha hecho.

De los dos, es Gonzalo quien lleva en la billetera una foto de María Rosa y quien guarda todas las fotos de ella y de Juan Enrique, pero el día de su boda, en el año 2003, entró en la iglesia junto a Beatriz Castillo. Allí estaba también Samuel Miara.

Matías, en cambio, no lleva fotos encima, aunque en su notebook tiene muchas de su hermano, su cuñada, su novia, de sí mismo y de Beatriz Castillo. Y fue él quien levantó el teléfono y llamó a un editorialista del diario The New York Times, Roger Cohen, quien luego de un viaje a la Argentina en enero de 2008 escribió un artículo donde manifestó estar arrepentido por haber escrito sobre los mellizos cuando estaban en Paraguay. Aún creía que aquella nota había permitido que los hallaran contra su voluntad y alguien le había dicho que los chicos –ya hombres– no aceptaban su identidad. Matías llamó a Nueva York y en perfecto inglés le explicó a Cohen que lo mejor que les podía haber pasado a él y a su hermano había sido conocer la verdad, aunque en realidad le falta todavía mucho por reconstruir.

“Es invalorable el hecho de que me hayan encontrado y que se haya restituido mi identidad, por más que en Abuelas hayan considerado un fracaso mi caso en muchos aspectos, el objetivo está cumplido. Cuando hablé con el periodista Roger Cohen le hice una analogía que no sé si es la más feliz pero es válida. Le decía que es como en la película Matrix cuando aparece Morpheo y dice: ‘Si tomás la píldora azul te despertás en tu cama y nada pasó y pensá lo que quieras pensar. Y si tomás la píldora roja vas a descubrir la verdad, que no es tan agradable’. Mi actitud sería siempre tomar la píldora roja. El tipo que los traiciona dice: ‘La ignorancia es una bendición’ y aparece otra vez adentro de un mundo virtual tomando el mejor vino y comiendo un buen trozo de carne. Siempre va a haber alguien que va a querer ocultarte cosas, tiene que estar dentro de uno esa actitud de querer ir más a fondo.” (...)

Justo una semana después de nuestra primera charla, cuando Gonzalo le propuso presentarse ante el Equipo Argentino de Antropología Forense, no dudó. Se presentaron ambos en el laboratorio de la avenida Rivadavia y estiraron sus brazos para dejar su muestra de sangre mientras se informaban sobre las inusuales cantidades de cadáveres NN que aparecían en algunos cementerios después del golpe de 1976.

–Quiero enterrarlos –me explica, ante la posibilidad de que entre tantos restos hallados en tumbas sin nombre puedan estar los restos de su papá y su mamá.

–¿Más que saber cómo murieron? –le pregunto.

–Yo sé que se puede saber con los restos. Pero no es el hecho que más me preocupa. No quiero crearme expectativas muy grandes, pero yo pensaba que era algo súper remoto y me puse a hablar con la gente del EAAF y me di cuenta de que no lo es tanto.

–¿Por qué querés enterrarlos?

–Creo que es algo simbólico. Más allá del hecho de terminar esta reconstrucción de la imagen de ellos y demás, también cierra ese círculo, lo que tiene que ver con la tradición de lo que hacen las personas con los seres queridos que perdieron, de tener un lugar donde estén los restos. Sacando el tema de mis padres, no se murieron demasiadas personas muy allegadas a mí y nunca fui muy adepto a ir a los cementerios, pero sí me doy cuenta de que uno tiene un lugar para pensar en ese ser querido.

Matías suele usar muchas palabras para explicarse y para llegar a lo que seguramente es la esencia de sus sentimientos.

–Mi hermano y yo somos las personas más directas. Sentí que era algo que tenía que hacer porque está en mis manos poder colaborar para encontrarlos.

Matías y Gonzalo nunca fueron a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo pero participan de un grupo de intercambio de mails entre hijos-nietos restituidos y hermanos que buscan a sus hermanos desaparecidos. Matías es quien más suele escribir y dos veces, hace mucho tiempo, participó de encuentros de grupos reducidos de nietos. Gonzalo fue a un solo encuentro y, aunque recibe toda la información, no escribe.

Matías se alegra con cada nueva restitución y cree en el derecho de quienes buscan y de quienes son encontrados a saber quiénes son en realidad. Incluso cree en la opción encontrada por la Justicia y los familiares para extraer muestras de ADN a través de medios alternativos y así saber la verdad, incluso cuando un nieto se resista a saberla.

Así piensa hoy Matías Angel Reggiardo Tolosa, la misma persona que un día dijo ser Miara frente a las cámaras de televisión. (...)

Saber más

“Empecé a sentir que faltaban cosas para sentirme completo como ser humano, cerrar mi historia. Empecé a querer saber más cosas y a tener la necesidad de hacer todo lo posible por saberlas. Empecé a necesitar el contacto con familiares que me ayudaran en ese proceso y con los que pueda tener un vínculo emocional. No he tenido asistencia psicológica pero lo fui notando en algunos síntomas.”

–¿En qué?

–Cosas que a uno lo bloquean en su vida efectiva, cosas que a uno le hacen sentir angustia. Lo que creo es que en el desarrollo de uno, en su vida emocional, uno siente que para cumplir con un objetivo en la vida, entre lo que está lo vocacional, si uno no cierra esto le parece que sigue su vida de una forma automática y no se está haciendo cargo de todo. Uno le busca sentido a la vida, se hace las preguntas eternas, por qué el ser humano es perverso, por ejemplo. Además, la disyuntiva entre seguir en un mundo encapsulado o enfrentar la realidad y decir sí; hice todo lo que podía hacer para saber bien cómo fue mi historia y para saber cómo fueron mis viejos, hice todo lo que estaba a mi alcance para sentirme emocionalmente vinculado a ellos aunque nunca los haya conocido.

–¿Sentís que no lo hiciste?

–Estoy en ese camino. No lo hice. Y corro un riesgo que es el de no sentirme satisfecho nunca, arranco el camino sabiendo eso.

(...)

Lo que todavía quiere saber Matías es cuánto influyó en él, en quién es, en su felicidad o en sus miedos, lo que sintió durante los ocho meses en que estuvo en la panza de su mamá. Y fundamentalmente los últimos tres meses, esos que pasó en cautiverio con ella.

Nunca se había animado a buscar quién le hablara de su mamá, menos quién hubiera estado con ella en su cautiverio.

Fue el documentalista canadiense quien provocó el que quizás haya sido el encuentro más importante de su vida. Para Patricia, ex presa en La Cacha, también fue fuerte.

A Matías lo rondaban muchas y negativas ideas. Experimentó, en cambio, todo lo contrario a lo que había supuesto.

–Fue una experiencia increíble. Tenía miedo a estar con alguien que fuera sobreviviente y había estado en ese lugar, tenía miedo a hacerle recordar los momentos más dolorosos de su vida y tenía miedo a mi dolor para hacerle preguntas a una persona que puede ponerse emocionalmente muy mal. Temía ver ese dolor y sentirlo.

–¿Y?

–Fue una experiencia alucinante porque desde que entró hasta que se fue tuvo una sonrisa en la cara. Transmitía una paz total, vi una persona de una riqueza interior increíble y hablaba con tanto amor de mi vieja que se emocionó, nos emocionamos, lloramos, nos abrazamos, imposible evitarlo. Lo viví con cierta alegría y cuando ella se fue yo dije: mirá, si yo tengo derecho a sentirme mal o a creerme una víctima, mirá lo que le pasó a esta mujer y cómo ve la vida.

–Bueno, pero a vos te sacaron a tus viejos, y te separaron de tu mamá apenas naciste.

–Por supuesto, no digo que no. No es un tema para negarlo ni decir que fue poco, es un tema de qué actitud tiene uno frente a lo que le pase en la vida.

–Quizás ella piense en tu sufrimiento.

–Bueno pero a mí nunca me torturaron. Yo me imagino y se me pone la piel de gallina, no podría soportarlo ni cinco minutos. Es peor eso.

–¿Quién te dijo que no te torturaron?

–Me estás diciendo lo mismo que me dijo Peter cuando filmó el documental. Es cierto. Lo que no tengo es un recuerdo consciente de ese momento que me aceche cada noche.

–¿Cuando la veías y escuchabas, pensabas en que lo que le hicieron a ella se lo hicieron a tu mamá? ¿Te preocupa saber que la torturaron?

–Sí, por supuesto, y me preocupa saber qué influencia tuvo eso en mí como ser humano, me preocupa saber cómo fueron los últimos momentos, cuál era su expectativa respecto de nosotros, si pensaba que iba a poder criarnos o no, son todas cosas que me he preguntado muchas veces.

–Me vienen a la mente sus apariciones en televisión, y a pesar de tanto enojo y bronca que transmitiste entonces hoy no veo que sientas odio o bronca.

–No quiero parecer pretencioso pero creo que está relacionado con lo que fue la dictadura y con lo que son las dictaduras en general cuando transgreden todo límite ético en busca de lograr un objetivo y poder. Yo creo que hay fuerzas en juego que tienen que ver espiritualmente con el tema del odio y de odiar o no al otro. Cuando uno llega al mundo, al principio es un ser que no se puede dividir de su madre hasta que en un momento es consciente de que eso que aparece, una teta que te sacia el hambre, no es parte del cuerpo de uno sino que es otro ser humano, ahí empezamos a construir la realidad de que hay una persona y al lado hay otra persona. Hay un momento en que empezamos a tener más egoísmo y menos empatía con los demás y llegamos a la idea absurda e irreal de que lo que le hacemos al otro no nos afecta, donde yo quiero juntar más plata y no me importa si el otro se muere de hambre.

–¿A dónde querés llegar?

–Llevado al caso extremo, yo puedo torturar a la otra persona y a mí no me afecta que la otra persona sufra. Esto logra que en esa sociedad se genere más odio. ¿Cómo derrotamos eso? No lo derrotamos generando lo mismo que llevó a esa situación. Se acaban esas cosas cuando la mayoría de la gente empieza a ser consciente de lo que le pasa al otro, eso es lo que no quieren las sociedades totalitarias. El Ejército y la educación militar o policial enseñan a obedecer órdenes y lo que enseñan es que no está para cumplir un objetivo supremo y en ese camino vos dejás atrás al otro. El ejemplo extremo son las guerras, tenés gente que puede llegar a hacer cosas que nunca hubiera hecho y el que está enfrente es exactamente igual a él. La frase simplificadora es que si uno llena su corazón de odio entonces ellos ganaron.

–¿Ellos?

–Si vos hablás de lo que fue el golpe de Estado y la apropiación de bebés como algo sistemático y si hablás de la apropiación de bebés como se decía, como una forma de criar a esa generación descendiente de los desaparecidos con una forma similar a la de la dictadura... bueno, en ese caso el objetivo no está cumplido. Por equis circunstancias, porque tampoco Samuel y Beatriz nos educaron así o por lo que quieras, somos víctimas del terrorismo de Estado como muchos otros en la Argentina, sufrimos un montón, nuestra vida tuvo circunstancias muy fuertes para un chico, pero nosotros no somos las personas que esas mentes criminales supuestamente iluminadas del Proceso pensaban que iban a ser los chicos apropiados.

Imposible no intentar imaginar qué pensará Miara sobre lo que siente y dice Matías hoy.

–¿Le decís a Miara estas cosas?

–Hace un tiempo que no le hablo.

–¿En algún momento le hablaste?

–Hemos tenido discusiones, pero él lo sabe muy bien y tiene muy claro que muchas de las cosas que tienen que ver con mi formación como persona las aprendí en el colegio. Siempre fui a colegios católicos y siempre se me enseñó la Constitución y a defender los derechos humanos. Es hasta lógico que yo piense de la forma que pienso. No existió una formación política, por ahí puede estar la idea de que fuimos criados en un clima asfixiante, para pensar de cierta manera.

–¿Discutiste con él sobre la década de los ’70?

–Muchas cosas sí. El en muchos aspectos justifica lo que pasó. Y yo le hago hincapié en que los métodos que se utilizaron sólo pueden terminar de la forma que terminaron. Violencia y enfrentamiento hubo y hay en muchos países pero acá creo que lo que más molesta es la hipocresía del gobierno militar, la falta de sinceridad. Si agarraban a una persona, por más que fuera arbitrario, la hubieran condenado a muerte, no sería justo pero se hubieran hecho cargo. Y no lo hicieron.

–¿Y hablás con Miara sobre sus acusaciones, sobre su rol en los secuestros y desapariciones?

–No concretamente. Lo que me pasa es que siento que en este momento, con los problemas de salud que tiene y el poco tiempo que lo puedo ver, perdí la oportunidad de preguntárselo, de confrontarlo. Sí él a veces ha hecho comentarios respecto de las acusaciones, negándolas. Pero nunca encontré la oportunidad de preguntarle: ¿Vos estabas, no estabas? De señalarle los datos que concuerdan, confrontarlo. Por ahí para algunas personas debe ser difícil de entenderlo pero por su condición de salud no sé si hacerlo.

–Una vez me dijiste que no podés verlo como responsable de los delitos de lesa humanidad que se le atribuyen.

–Tengo en claro cómo es la formación castrense y cuando estás en determinados ámbitos en los que sos sometido a cuestiones de vida o muerte... El siempre cuenta cuando pusieron la bomba en Seguridad Federal. El se quedó dormido y cuando llegó al lugar encontró el panorama que puede haber después de eso. Tengo una forma de pensar totalmente opuesta a obedecer órdenes, soy rebelde. Puesto en ese contexto yo soy consciente de que uno puede cumplir órdenes reñidas con toda ética, eso es un paso; de ahí a lo otro creo que el sujeto que cumplía tareas en esos lugares tiene que ser un sujeto con una naturaleza específica, inherentemente perversa, es mentira que la tortura tenga una utilidad.

–¿Miara es así para vos?

–No lo vi así en toda la vida, no significa que yo tenga la razón, lo que te puedo decir es que esa clase de personas tienen que repetir esa conducta porque es algo compulsivo.

–Algunos dicen que son distintos en la casa.

–No te voy a decir que no. Sabiendo lo compleja que es la mente humana, no te lo voy a decir.

–¿Leíste algunas acusaciones, algunos testimonios que lo involucran?

–Creo que leí la mayoría.

–Dicen que violaba mujeres.

–Sí, eso lo leí.

–¿No lo podés imaginar en esa situación?

Me responde con un largo silencio hasta que finalmente dice:

–Si yo fuera vos me preguntaría eso. Yo creo que al fin y al cabo él está siendo sometido a un proceso judicial donde se van a ver muchas cosas.

–¿Creés en la Justicia? ¿Está bien que lo juzguen?

–Por el delito de la apropiación ilegal ya fueron juzgados y condenados. Sobre estos delitos que me estás comentando hay un dilema ético en el medio y es que hay gente que es culpable y no lo podés probar y hay, entre comillas, una orden política de que se los condene igual.

–¿Puede pasar con él?

–No sé si puede pasar con él y tampoco me atrevo ni siquiera a condenar eso, considero que es un dilema moral porque pasaron demasiados años y los años juegan a favor de la impunidad.

Le pregunto a Matías si interrogó a Miara sobre sus papás, quizás él tenga la llave para saber qué pasó con ellos.

–En algunas ocasiones, sí. Siempre nos dijo que no sabía. Le preguntaba si él había tenido alguna forma de saber quiénes era nuestros padres, siempre nos dijo que este señor, el que nos llevo con ellos, les hizo mucho hincapié en que no hicieran preguntas.

–Un día me dijiste que eras feliz, por momentos. ¿Qué te falta?

–Hay como una sensación de vacío de decir... es un camino que no tiene un final, uno nunca lo puede satisfacer. Sobre mis papás uno tiene la expectativa de crearse una imagen de ellos y construirla, pero no puede lograr otra cosa. Sí está esa idea que atraviesa a uno de decir bueno, a pesar de todo lo que nos pasó y demás, no somos unas personas de las cuales ellos no se hubieran sentido orgullosos. (...)

Matías Angel Reggiardo Tolosa no puede precisar cuándo volvió a empezar, cuando sintió su renacimiento.

Matías Angel Reggiardo Tolosa tiene treinta y un años.

Por fin puede contar cuánto le costó su vuelta a casa.

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