EL PAíS › ENCUESTADORES Y SOCIOLOGOS DISCUTEN SOBRE LA INFLUENCIA DE LAS ENCUESTAS EN EL VOTO

Las ganas de subirse al carro vencedor

Los consultores afirman que se sobredimensiona el efecto de la publicación de los sondeos electorales. Las posibilidades de retocar los números y de manipular los resultados. El deseo de los candidatos de usarlos para incidir en los votantes.

 Por Victoria Ginzberg

Los especialistas en opinión pública le dicen bandwagon effect o efecto vagón. Se refieren a la posibilidad de que quien aparece ubicado en primer lugar en una encuesta de intención de voto coseche nuevas adhesiones porque todos se quieren subir “al carro del vencedor” o “alcanzar el tren de la victoria”. Los candidatos, por lo tanto, buscan posicionarse como locomotora, aun si la realidad no los acompaña. ¿Cuánto puede influir la publicación de una encuesta en el resultado de una elección? ¿Cuánto hay de “trampa” en la difusión de los sondeos electorales? Para los propios consultores, nada. O casi nada. “Por supuesto que hay manipulaciones, pero son manipulaciones cruzadas, no son sólo en un sentido. Hay muchos actores jugando”, señala el sociólogo Gabriel Vommaro, autor de Lo que quiere la gente. Los sondeos de opinión pública y el espacio de la comunicación política en Argentina.

“La idea de que una encuesta puede influir en el resultado es muy discutida, pero los políticos parecen creerla. Es una idea que aparece con (Eduardo) Duhalde en 1999. El fue quien empezó a decir ‘si las encuestas dicen que perdemos, estamos perdidos, no dejen que se publiquen’. Es el primer político que discute con las encuestas. Creo que muy poca gente cambia su voto por una encuesta. Sí puede influir en la moral de los militantes, pero como en las campañas de hoy en día no hay mucha militancia, no importa tanto. Es un mito”, dice el consultor Manuel Mora y Araujo. Su colega Enrique Zuleta Puceiro es un poco más concesivo: “Las encuestas siempre influyen en la política, pero el caso más imperceptible es en el resultado de una votación: influyen en la elección de candidaturas, en la elección de alianzas, en la recaudación de fondos. Lo que nadie ha podido demostrar es en qué sentido influyen. Hay efectos diferentes según los países y las personas. A veces le sirve al que va ganando, pero hay electorados que votan contra la corriente. Así como existe el efecto bandwagon, existe el efecto underdog, que es el de favorecer al más débil. En el peronismo hay una cultura exitista y se tiende a apoyar al que va ganando. En cambio, el radical tiende a apoyar al que limita al que gana. El conservador tiende a votar por principios o personalidades y los jóvenes en función del cambio o de personas que expresen el cambio”.

Zuleta Puceiro coincide con Mora y Araujo en que las posibilidades de influir en el resultado están sobrevaloradas por los candidatos. “El político es muy supersticioso. Los únicos más supersticiosos que los políticos que conozco son los corredores de autos y los toreros. La encuesta se vuelve una superstición, los políticos tienen una visión fetichista de la encuesta.” Sin embargo, admite que un escenario de polarización, como el que existe hoy en la provincia de Buenos Aires, es más proclive a que las muestras formen parte de las variables que contribuyen a ayudar a definirse a los votantes. “Para el peronista puede influir la difusión de que Francisco de Narváez va ganando. Pero al elector no peronista, que no ve contradicción entre él y Néstor Kirchner, lo puede llevar a votar en otro sentido. Es cierto que si lo que predomina es el sentimiento antikirchnerista, puede llevar a unificar a la oposición. No se unieron los candidatos, pero se pueden unir los votos”, sostiene el referente de OPSM.

El sociólogo Alberto Quevedo tiene experiencia en estudios de opinión y campañas políticas. Asegura que los candidatos “siempre saben la verdad” acerca de lo que dicen las encuestas, pero que a veces la realidad sufre algunos retoques cuando los números llegan a los medios. “Hay dos tipos de manipulación –explica–, en general se entrega una porción pequeña de los datos que se recogen. Las encuestas tienen complejidades muy grandes y tienen mucha información. Lo que se publica siempre es un recorte y el que decide qué se publica es el que la paga, no el encuestador. Además, se pueden hacer correcciones, que son legítimas. Un encuestador puede retocar los datos de acuerdo con encuestas anteriores o porque piensa que la muestra está sesgada. Y después está el margen de error, que permite moverse en uno o dos puntos. Si hay una situación de cierta paridad, como parece existir en la provincia de Buenos Aires o con algunos candidatos de la Capital, el que decide cómo se publica es el que pagó la encuesta.”

Sobre la influencia de estos estudios a la hora de meter la boleta en la urna, Quevedo señala que puede existir “en determinados escenarios (en una pelea cabeza a cabeza) y en determinado electorado”. A los indecisos o a los que se inclinan por el voto útil les puede definir el candidato, pero no hacen mella en quienes están convencidos o se inclinan por un voto ideológico. El sociólogo critica abiertamente el trabajo que hace quince días dio a conocer la consultora Poliarquía, que le daba una ventaja de tres puntos a De Narváez sobre Kirchner: “Fue claramente una operación política. Hoy el escenario puede estar más cerca del empate, pero hace quince días ninguna encuesta daba ganador a De Narváez. Ellos presentaban un margen de indecisos de 20 puntos. Las encuestas trabajan mucho sobre los indecisos, se puede saber a quiénes no votarían más que a quiénes es más probable que voten. Esa encuesta fue técnicamente lamentable”.

En Lo que quiere la gente, Vommaro habla de los estudios de opinión pública como herramientas simbólicas. “Como anticipación de los resultados de las elecciones, los sondeos permiten a los candidatos mostrar que las preferencias de ‘la gente’ están de su parte. Estas preferencias aparecen así como anticipaciones del voto”, señala en el texto. Citando a Pierre Bourdieu, sostiene que “las encuestas de opinión permiten a los dirigentes partidarios decir ‘Dios está con no- sotros’, el equivalente es hoy en día ‘la opinión pública está con nosotros’ o, en los términos de la política argentina, ‘la gente está de nuestra parte’. (...) Al tomar las encuestas como herramientas simbólicas, el margen de error es el margen de maniobra que poseen los encuestadores que trabajan para los candidatos de colocar a ‘la gente’ del lado de estos últimos”. El sociólogo agrega que, además del margen de error, también la manera en que se formulan las preguntas permite jugar a favor del cliente. Pero dice a Página/12 que no habría que pensar en complots: “Nadie puede manejar todo el escenario. Las encuestas se juegan en una trama en la que aparecen los medios, los encuestadores y los políticos. Todos usan las encuestas con fines diferentes. Es cierto que hay un discurso que prima, construido mayormente por la oposición, que dice que ‘está todo comprado’, los gobernadores, los empresarios... y eso puede llegar a las encuestas. Pero no creo que se trate de la billetera de los K, como dice la oposición, o de los millones de De Narváez”.

Todos los especialistas consultados coinciden en que los profesionales reconocidos no ponen en peligro su prestigio por falsear demasiado un trabajo. “El grueso se mueve dentro de una lógica y no inventa. He visto cómo se pelean con los candidatos”, revela Quevedo. Hay colegas que tienen una posición explícita y otros que no. Pero si uno es profesional, es profesional. Algunos pueden tener interés en ayudar a un candidato y eso no es un problema, el problema es si se dan datos que no son correctos. Es raro porque el riesgo es terrible, te quedás afuera del mercado. Lo que pasa es que cada vez hay más improvisados, gente con poca experiencia”, sostiene Mora y Araujo. En sintonía, Zuleta Puceiro dice que “hay encuestadores de barricada, que aparecen en épocas electorales, pero la difusión de las encuestas es elemental porque es un mecanismo para elegir en libertad, incluso las encuestas falsas, que se pueden diferenciar por la trayectoria de las personas. La gente sabe quiénes ponemos la cara. Algunos hacen piruetas y no se recuperan, otros explican y la gente los entiende.”

Como conclusión, Vommaro propone repensar el sistema de producción de los sondeos. “Debería haber instituciones públicas, como universidades, que hagan este tipo de estudios y los datos que se extraen de ellos deberían estar disponibles, al menos para los que participaron, como una especie de ‘hábeas data’. También habría que regular mejor la forma en que se pueden publicar las encuestas, las bocas de urna, etc. Creo –termina– que falta un espacio de reflexión sobre estas cuestiones.”

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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