EL PAíS

Las asambleas en la calle mostraron que existen

Pese a que algunos decretaron su defunción como fuerza, estuvieron presentes. El debate y sus formas.

 Por Susana Viau

El 20 tuvo dos protagonistas: uno, sustancial, las organizaciones piqueteras; el otro, las asambleas, a las que la observación impresionista y en ciertos casos cargada de interés había comenzado a firmarles el certificado de defunción. En la Plaza de Mayo, a las seis de la tarde, mientras los primeros hacían gala de su poderosa capacidad de movilización, las asambleas demostraban que continúan insertas en el paisaje urbano. Ya no son las 275 que se contabilizaban en el verano que pasó y de las que el 51 por ciento se asentaba en la Capital y el 39 en la provincia de Buenos Aires. Tampoco continúan los multitudinarios domingos de Parque Centenario. Muchas se han dividido, algunas se extinguieron y el punto único de coordinación ha sido reemplazado por varios agrupamientos signados por la pertenencia territorial o la orientación política. Como contrapartida, las asambleas se consolidaron, se afincaron en espacios propios, definieron objetivos y se constituyeron en una referencia barrial.
“El que cree que los organismos de masas tienen que tener un crecimiento constante y aparatoso para existir, nunca militó en uno –opinó un asambleísta de la zona sur–, ignora que son reflejo de la situación general y sufren esos vaivenes. Y más éstos en los que el elemento aglutinador no es el salario, ni la vinculación con una rama de la producción, ni la edad, ni la profesión, ni el sexo. Nacieron difusamente de la política y el común denominador es un lugar en el mapa”.
La noche previa al 20, su asamblea, la de Parque Lezama Sur junto a la de Caminito, comedores de la zona y los jóvenes del centro cultural Tierra del Sur, acompañados por los videastas y fotógrafos de Indymedia, la agencia de información alternativa, habían recorrido en zigzag las calles de La Boca, Barracas y San Telmo, con antorchas y redoblantes para convocar a la marcha de la tarde siguiente.
Unas setecientas personas caminaron al anochecer, en tanto los vecinos se sumaban, miraban por las ventanas o aplaudían desde el cordón de la vereda. En las paredes, centenares de afiches hechos sobre papel de diario e impresos en el taller de serigrafía de la asamblea llamaban al acto que concentraba todos los esfuerzos.
Esa asamblea ocupa un local abandonado. El de la calle Suárez era una antigua sucursal del Banco Mayo, quebrado por el Tequila en 1995 con un efecto destructor en los habitantes de esa zona de Barracas donde es numerosa la colectividad judía y en la que hay un antiguo templo, rodeado por la Sociedad Luz, una biblioteca de cuño socialista, un centro Antonio Gramsci y núcleos de viejos anarquistas. El sueño del local “propio” campea en las asambleas y en muchos casos se ha concretado.
En esos locales suelen funcionar merenderos, talleres de oficios, clases de apoyo escolar, cooperativas, emprendimientos productivos. Si las finanzas lo permiten, los diarios del día quedan a disposición de los vecinos que buscan, sobre todo, el trabajo que difícilmente encontrarán en los avisos clasificados. También abiertas a los vecinos son las actividades culturales, las charlas, los debates y las funciones de cine. “Nosotros –con la ayuda del grupo de Norman Briski– armamos un grupo de teatro. Al principio nos sentíamos raros. Ahora quieren prenderse todos”, cuenta un integrante de Lezama Sur.
Dos de los asambleístas que pasan los ochenta son espectadores permanentes de los ensayos de la obra que, con guión propio, parodia a las propias asambleas. Las asambleas se ríen de sí mismas y el interés de los viejos militantes se explica: es que, dicen, “las antiguas organizaciones obreras siempre tenían sus cuadros filodramáticos”.
El gran debate
La diáspora de la Interbarrial generó otros ámbitos y a Parque Centenario se sumaron el Espacio Asambleario, la Coordinadora de Zona Sur –que reúne asambleas desde Boedo a Lanús– o la de San Martín, en la que confluyen las de San Andrés, Villa Ballester, José León Suárez, Urquiza, Colegiales y Carranza. La coordinación en la propaganda y en la calle, sin embargo, no elimina las diferencias ni la crisis genera necesariamente respuestas únicas. Desempleo, marginación y pobreza no son ya fenómenos circunscriptos a las villas y al primer y segundo cordón de Buenos Aires.
Por el contrario, han barrido las fronteras, la General Paz se ha hecho difusa y los puentes vinculan lo que antes separaban. Las realidades a un lado y a otro adquieren perfiles similares, en el corazón mismo de la ciudad crece una problemática que parecía ajena a los grandes centros urbanos. Se equivocan quienes sostienen que las asambleas son un puro producto de las clases medias: buena parte de las de Capital han empezado a asemejarse en su funcionamiento a los grupos piqueteros y la lucha por los bolsones de comida deviene un factor de primer orden.
Son las menos las que rechazan ese rol y optan, en todo caso, por respaldar el reclamo sin intervenir en su distribución. Los peligros del asistencialismo, del reemplazo del Estado y la extremada carencia están en la mesa del debate.
Un tema que recorre estas formaciones barriales y ha llevado con frecuencia al estallido y a la división surge de los métodos de trabajo; bajo la común reivindicación de la democracia directa se agazapa una antigua discusión, replanteada ahora a la luz de nuevos teóricos y el rebrote de concepciones que vuelven con fuerza a caballo de los movimientos antiglobalización.
La asimilación de democracia directa y horizontalidad es apenas uno de los aspectos de la polémica. En estos organismos vivos, igual que en los grupos piqueteros pero con mayor intensidad, se discute el poder: si el poder se toma o se construye, si es una suma de haceres que abona el crecimiento y modifica las relaciones sociales y personales o si es el primer peldaño del cambio; si socialismo o algo distinto y desconocido aún llamado “cambio social”, si redes o partido, si John Holloway y Toni Negri, Malatesta o Lenin.
La proximidad a uno u otro pensamiento deriva en la proximidad con uno y otro grupo piquetero: la Aníbal Verón o el Polo, o el Movimiento Teresa Rodríguez o Barrios de Pie. La vida será la encargada de dar la razón. Por lo pronto, lo que había quedado confinado al reino de las ideas ha comenzado a materializarse en la calle.

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Una de las formaciones
de asambleístas, el
viernes en la calle.
 
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