ESPECTáCULOS › LUCRECIA MARTEL ANTICIPA COMO SERA “LA NIÑA SANTA”, SU PROXIMA PELICULA

“Es un cuentito, que empieza y termina”

En el mes de abril la elogiada directora de “La ciénaga” iniciará el rodaje de su segundo film. Ambientado también en Salta, su tierra natal, contará la historia de una adolescente con inclinaciones místicas y de cómo emprenderá la salvación del alma de un sexagenario.

 Por Oscar Ranzani

El cine argentino fue, en estos últimos dos años, la contracara de un país en crisis. Una explosión de films nacionales y de nuevos directores renovó el arte de hacer películas, presentó en sociedad jóvenes directores notables e inauguró una nueva etapa de relación entre el público y el cine argentino. En ese pelotón polimocromático sobresale Lucrecia Martel, que se asomó al universo cinematográfico en 1996 con Rey Muerto, un cortometraje localizado en su Salta natal e incluido dentro de Historias breves y se consagró en el 2001, con una ópera prima más que notable, como La ciénaga, que recorrió el mundo y cosechó premios al por mayor. El más relevante fue el galardón a la mejor ópera prima en el Festival de Berlín 2001, luego de 13 años de ausencia del cine nacional en la Berlinale. Posteriormente tuvo éxitos en el Festival de Sundance, Nueva York, Toronto, Toulose y La Habana, entre otros. Dos datos que potenciaron aún más su carrera: resultó becada por el Festival de Cannes para participar en la Residencia de La Cinefundation durante seis meses en París y fue convocada a ser miembro del jurado de la quincuagésima segunda edición del Festival de Berlín, el mismo que la había premiado. Actualmente tiene todo listo para comenzar a filmar su nuevo largometraje La niña santa a partir de abril de 2003.
“Mi impresión de que todo lo que pasó con La ciénaga hasta ahora es que me siento, como caminando sobre nubes”, confiesa Martel en una entrevista con Página/12. “Es difícil de aterrizar, más cuando estás en Europa viviendo en hoteles que jamás podría pagar si fuera por mi cuenta. Todo eso te hace vivir como una irrealidad donde todo lo aceptás con una naturalidad y después pasa el tiempo y decís ‘puta, qué suerte que tuve’”, agrega. Cuando se habla de presión a partir de tanto éxito, Martel reconoce que cierto temor. “Pero es tanto lo bueno que me permitió La ciénaga respecto de la financiación, la confianza de los actores y directores en mí que, en proporción, lo que hay de presión lo hace desaparecer. Aparte, por suerte como la película es muy distinta, yo misma no me siento tentada a autocitarme”, dice esta tranquila salteña que además es la guionista de su próxima película.
La niña santa aborda con cierto tono humorístico el tema del misticismo religioso, a través de una adolescente apasionada que comparte su culto con sus compañeras en un grupo religioso. A partir de algo que le sucede en la calle, decide salvar el alma de un hombre de 60 años, que es médico y tienen una presencia clave en el relato. “El personaje de la adolescente encarna una idea del misticismo que es sumamente anárquica y que nada tiene que ver con lo católico sino que es la idea misma del misticismo: una unión personal con Dios, con el misterio infinito. La unión de esa adolescente con Dios le da un enorme poder siendo ella una adolescente y, a la vez, le da muchísima anarquía porque no tiene por qué sujetarse a una moral instituida”, explica Martel. “Es algo suficientemente ambiguo lo que sucede como para que el personaje de la chica mezcle su delirio místico y sus descubrimientos en torno del deseo, su cuerpo. Lo que sucede en la calle mezcla esas dos cosas”, subraya. Temporalmente la historia tiene similitudes con La ciénaga: “Una especie de falsos noventa o de ochenta sin intención que sean ochentas. Es como levemente anacrónico”.
–¿Qué idea disparó esta historia?
–Es una cosa medio pavota. El otro día lo conté en un taller que estaba haciendo en Córdoba y me dio una vergüenza. Pero bueno, es así, real... Cuando estaba en París terminando La ciénaga me compré un cuaderno. A mí me gustan mucho los cuadernos. Y éste era relindo, lo quería empezar a usar y no sabía con qué. Entonces puse el título “La niña santa” y empecé a escribir de qué se iba a tratar la historia. Muy estúpido, yo leo esas páginas y es cualquier cosa: por momentos es medio pornográfico y, en otras ocasiones, supermístico. Además mezclaba cosas mías de la infancia. Y así fui juntando y juntando y cuando llegué a la página 200 más o menos ya tenía más ganas de escribir. Desde ese comienzo a lo que sucede ahora, no es similar salvo la esencia de algunos personajes. Cuando agarro un cuaderno lo llevo todo el tiempo conmigo y si tengo que esperar a alguien en un bar, lo abro y anoto alguna cosa pero porque lo tengo ahí, de aburrida, digamos. Y es un buen sistema para mí. Me organiza mucho. Una película o una historia es una cosa medio vaporosa donde al final uno logra distinguir algunas cosas y las cuenta. Pero, en realidad, hay toda una nube a la vuelta. Y toda esa nube que rodea a la cosa que al final lográs distinguir, es lo que lleva tiempo y está hecho de miles de cosas: sonidos, conversaciones, recuerdos, cosas del momento.
–¿Cómo resultó el casting para elegir los protagonistas?
–Hicimos un casting de 1300 chicas. Lo primero que yo quería buscar era la protagonista y una coprotagonista. Son dos personajes muy importantes en la película: una es la niña santa y la otra una amiga suya. Para mí es mucho lo que recae de la película sobre estos personajes. Entonces quería hacer esa búsqueda cuanto antes. Incluso la empecé antes de tener el guión terminado. Esta búsqueda la iniciamos en abril del año pasado. Y este año retomamos el casting. De todas las chicas, yo seleccioné unas quince. Hice unos ensayos de cuatro o cinco escenas con ellas de a grupitos y ahora estoy trabajando con dos haciendo un montón de pruebas. Esto no es tanto porque yo sea una obsesiva sino que el hecho de no tener una formación técnica específica.
–¿Qué perfiles buscó?
–Como son chicas místicas o con un cierto grado de misticismo, yo necesitaba encontrar una intensidad en la mirada y en cosas que pudiera revelar, sin demasiado esfuerzo, un mundo interior muy fuerte. Si bien tiene mucho humor negro o ácido, es de otra de característica que La ciénaga. Para mí esta película es mucho más difícil de actuar. Entonces, necesitaba tomarme más tiempo porque esta vez la película recae fuertemente sobre cuatro personajes: la niña santa, su amiga, su madre y el médico sexagenario.
–La estructura de La ciénaga no era convencional. ¿Cómo será en este caso?
–Es más bien un cuentito. Yo digo del género “película”. Es un cuentito que empieza y termina, pero tiene mucha densidad de cosas que pasan debajo. La estructura va a ser distinta. Quizás sí el manejo temporal no es muy claro ni muy lógico: no se sabe cuánto pasó, uno supone que poco. Bueno, La ciénaga para mí pasaba en siete días, pero es una cosa que uno no percibe en la película.
–¿Dónde radica, según usted, el humor de la película?
–En cómo fracasan, a veces, las buenas intenciones y cómo, en cierta forma, la trampa moral que se teje, a veces, a pesar de uno, termina encerrando o perjudicando a la gente. Mientras sucede la película se va armando como una especie de trampa moral que, finalmente, va a poner en peligro la felicidad de los personajes. A pesar de ellos, que están todos tratando de hacer el bien.
–Usted señaló hace poco que los caminos del bien a veces pueden confundirse con los caminos del mal y cómo, a veces, las intenciones del bien terminan en algo dañino. ¿Hay un planteo moral detrás de esto?
–No es nada original. Para mí el gran punto de la moral católica es querer pretender que quien legitima la moral, es Dios. Y entonces, la relación entre las personas ya no está más regulada por la conformidad entre las personas sino por una autoridad que está más allá. Y ese malentendido –para mí católico– convierte a la moral en algo, a veces, dañino para las personas. Porque no es un trato entre personas sino es un invento de una élite de personas que, además, utilizan a Dios para legalizar esa moral. Hay una frase de San Pablo que dice “no están hechos los hombres para la ley sino la ley para los hombres”. El concepto es que lo que rige la moral es el contrato que establecemos entre todos para la felicidad de todos. Haber transformado ese contrato entre los hombres enuna ley que bajó del cielo, hace que se malentienda toda la religión. Además empobrece la imagen de Dios y, encima, genera infelicidad entre los hombres.
–¿Cómo es su relación con la religión?
–Una relación bastante rara porque pasé por todas las etapas: formación muy religiosa en la adolescencia, después ruptura tolomeica con la Iglesia. Aunque no con la Iglesia sino con la idea de la concepción del mundo. Y, a medida que pasaron los años, una especie de reconversión extraña. Me acuerdo cuando empecé a dudar sobre la existencia de Dios y todo eso, yo decía “aquí hay un montón de gente que está viviendo en una fantasía”. Entonces, mi último artilugio para provocar la manifestación divina que me asegurara que existía Dios fue pensar: “voy a pedir que se me aparezca el Diablo que seguramente es más fácil de tentar”. Y si se me aparecía el diablo quedaba confirmado... (risas). Ahora mantengo mi ateísmo pero como una provocación.
–Según esta mirada, ¿no teme reacciones de ciertos sectores católicos ortodoxos?
–Los sectores ortodoxos, en general, se oponen a tantas cosas... Es gente de un cerebro tan pequeño que creo que ni hay que considerarlo. El otro día leía una nota del obispo de Viedma y me dio la esperanza de que, quizás, haya un sector en la Iglesia mucho más inteligente que el que uno normalmente piensa cuando piensa en la Iglesia. Sobre todo yo, que tengo una enorme pelea con la Iglesia argentina por su permanente mala ubicación ideológica con respecto a la historia.
–¿Por qué eligió nuevamente a Salta como escenario? ¿Confluyen en usted el desarraigo y el sentido de pertenencia a ese lugar?
–Sí, es raro. Igual si es por presupuesto es más caro que filmar acá. Es caprichoso y no tiene una razón lógica. Es más emotivo que otra cosa. Aunque no haya una diferencia de exotismos que le agregue algo a la película, pero esa pequeña diferencia de espacios no narrados o no tan narrados todavía, para mí eso solo ya es un aliciente extra. Creo que es muy exótico como espacio narrativo, pero tiene que ver con eso: con haber pertenecido mucho y haberse desarraigado y, sin embargo, seguir muy atenta a ese mundo.

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Lucrecia Martel ganó con “La ciénaga” premios en varios festivales importantes del mundo.
“Es un irrealidad en que todo lo aceptás con una naturalidad y después decís ‘puta, qué suerte que tuve’”, analiza.
 
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