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De golpe se abrió el escenario

 Por Martín Granovsky

Pasó mucho tiempo desde la actuación de Hugo Biolcati en la Rural. Pasaron, por lo menos, la reunión de presidentes del Mercosur en San Juan, lunes y martes, y el encuentro de ayer entre el canciller Héctor Timerman y los asambleístas de Gualeguaychú. Visto a la distancia, el discurso de Biolcati parece cada vez más pequeño. “La tierra, como la patria, permanece”, dijo el sábado. También se quejó por la cantidad de pobres que hay en la Argentina. Otro de los miembros de la Mesa de Enlace lo elogió por esa parte del mensaje. “Nunca la Sociedad Rural se había preocupado por los pobres”, dijo. El razonamiento, en verdad, es un poco elemental. Por un lado, ningún dirigente se presenta a su público diciendo: “El mal soy yo”. Ni siquiera cuando lo es. Por otro lado, la presencia discursiva de los más humildes integra la tradición conservadora en todo el mundo. Para humanizarse un poco, el último Bush, George W., se definía a sí mismo como un “conservador compasivo”. La compasión era con los postergados o, si se quiere, con quienes aún no habían podido disfrutar del sueño americano por mala suerte o, lo peor, por falta de empeño.

Visto a la distancia, también, el espectáculo de luz y sonido que siguió a Biolcati deja un sabor cada vez más decadente. Un locutor gritaba. Cuando aludió a la Virgen de Luján y al Ejército que combatía al malón, el locutor gritó con tono más militarista que las tres Fuerzas Armadas juntas y con una euforia integrista que envidiaría el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer. Al menos quienes hacían de indios montaban en pelo, como corresponde. Es poco, pero se agradece.

Resulta difícil esquivar la comparación de climas: qué distinto fue el sábado de Biolcati a la Argentina de Fuerza Bruta durante el Bicentenario. ¿Se acuerdan de la chica suspendida con un arnés y bamboleándose por el aire hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo, entre los árboles de la 9 de Julio y a metros de los semáforos? Se llama Josefina Torino, tiene 24 años y estos días recordó el espectáculo. No es trapecista ni equilibrista. Tampoco filósofa. Simplemente es una actriz formada en la Escuela Municipal de Arte Dramático que, antes de abrocharse por primera vez el arnés, pensó qué debía hacer. Lo explicó así: “Supe que tenía que incorporar a la gente que me estaría mirando, que me tendría que poner en el lugar del espectador. Y que, si era la representación de la Argentina, debía mirar a la gente a los ojos y sonreír como si estuviera abrazándolos a todos. Una tiene la imagen de lo patriótico como una serie de estatuas acomodadas y rígidas. Había que cambiarlo. Para un actor, cualquier instancia que lleve a los otros a reflexionar es importante. Eso incluye qué imagen tenemos de la Argentina y qué imagen queremos construir”. Para Josefina, además, no era difícil expresar la ensalada argentina porque ella misma la encarna. Tatarabuela wichi junto con tanos y ucranianos y padres de Tucumán redondean la mezcla. “Una patria integrada”, dice Josefina, y no habla solo de ancestros, sino de futuro.

La crisis del neoliberalismo fue tan grande en América del Sur que produjo una notable sintonía política en las reacciones posteriores a la etapa de economía sin reglamento y sociedad sin cohesión. Esa dimensión latinoamericana parece haberse encarnado en la Argentina con absoluta naturalidad, tal vez porque ahora es evidente que los vecinos sufrieron lo mismo que nosotros y salen del desastre más o menos de la misma manera. Como dijo en la reunión de Mercosur Alicia Bárcena, secretaria de la Comisión Económica para América latina, “es la primera vez que nuestros países salen de una crisis igualando”. Y detalló: “Igualdad en lo sustantivo, igualdad de derechos, igualdad en la diferencia”.

Lula, presidente desde el 1º de enero de 2003, dijo que la de San Juan fue “la mejor reunión de Mercosur desde que asumí”, y definió qué es una buena reunión: la que permite a un presidente volver a casa con un resultado concreto. La cumbre de San Juan terminó con un acuerdo sobre el cuidado del acuífero guaraní y un Código Aduanero común. Los dos temas interesan a Brasil y por supuesto al resto de los socios. Pero el último, además, el Código Aduanero, permite que cada país aplique un criterio distinto en las exportaciones. A la Argentina le sirve para consolidar su política de retenciones como forma de que el Estado capte no la ganancia sino la renta extraordinaria de algunos cultivos.

Hasta San Juan, los técnicos no habían podido resolver el Código Aduanero común. Después del sí de Paraguay, faltaba el sí de Uruguay. Recién lo acordaron, a nivel de presidentes, Cristina Kirchner y Pepe Mujica. No fue casual que el resto de sus colegas, incluido el chileno Sebastián Piñera, elogiaran ese acuerdo y también el arreglo de la Argentina y Uruguay sobre monitoreo conjunto del río. El clima de consenso entre los dos países permite repensar el Mercosur y consolidar la Unión Suramericana de Naciones, reciclada hace meses y con Néstor Kirchner de secretario.

El escenario de acuerdo habría sido imposible sin el levantamiento del corte en Gualeguaychú. Y este levantamiento, a su vez, se produjo tras la sensación palpable de que tanto Cristina como Pepe tenían una decisión muy fuerte de construir una relación bien sólida.

El tablero es hoy más complejo que antes. Pero infinitamente más amplio y atractivo aun para los ecologistas, sean éstos de Gualeguaychú o de otros sitios de Sudamérica. La sociedad argentina exhibe un reclamo permanente de miradas de largo plazo. Pero no hay largo plazo en el tiempo sin la adaptación simultánea a visiones más abarcativas. Qué imagen tenemos y qué imagen queremos construir, diría Josefina Torino, que si anda por allá arriba algo debe entender.

martingranovsky.blogspot.com

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Imagen: EFE
 
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