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El conserje del conventillo

 Por Diego Bonadeo

Tras las medianeras del yotivenco, el vecindario entendía cada vez menos. Es que mientras Ernesto, el “mal teñido” según Elio, el Larry King vernáculo que hasta apolilla con tiradores, eslabonaba medulares sandeces tales como “las funciones exceden las contingencias del técnico de la Selección” como vocero del conventillo de “la corporación supuestamente sin fines de lucro” cuyas siglas eran AFA, el Narigón Carlos Salvador, asesorado por Víctor Hugo, Fernando, Adrián, Marcelo, una empresa fraccionadora de vomitivos para marcadores de punta brasileños y algunos más –pocos por cierto– alucinó como es su costumbre, esta vez menospreciando al Pelusa: “No dependí de Diego Armando. Diego Armando dependió de mí... El no había hecho méritos en el ’84, en el ’85”.

Claro, los adyacentes al inquilinato no podían creer lo que se oía. Y menos cuando apareció Oscar Alfredo, el merodeador, que denunció que el conserje del conventillo, don Julio, por haber dicho por ahí que al natural de Corral de Bustos “le iban a meter un tiro en las piernas”.

El Pelusa seguía callado, Alejandro el Mancu hacía franela dialéctica para congraciarse con el Narigón o vaya uno a saber para qué, y Don Julio, el conserje, o sea el mandamás del conventillo, trataba de averiguar en un corralón de Sarandí dónde podía comprar fiado, el precio de las palanganas de chapa por las goteras..., ¿viste?

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