EL PAíS › OPINION

El delito y la guerra

Por Mariano Ciafardini *

El Estado, estructura institucional a través de la cual nos regimos (o se nos rige) tiene un origen histórico espurio. Desde Maquiavelo y Hobbes, está claro que el Estado fue, al menos en sus orígenes, el “estado en que quedaron las cosas” después de la batalla. Es decir la consagración de los vencedores sobre los vencidos, la aceptación por todos de la situación en que había quedado cada uno: algunos en el poder político, otros en la servidumbre. De ese estado, y no de un alegre concierto de voluntades contractuales (como todavía se difunde como verdad histórica en muchos colegios y universidades) deriva nuestro Estado actual.
La violencia de la guerra originaria quedó, entonces, latente en los subsuelos de la sociedad institucionalizada. Y hubo de volver en otras formas. Hay una génesis histórica común entre la violencia de la guerra, la de la opresión (hoy concebida como injusticia social) y la del delito. Y hay relaciones profundas entre ellas.
Algunos discursos electorales muestran que el neoliberalismo quiere ocultar la relación entre la violencia delictiva y la agudización de la pobreza (manifestación directa de la injusticia social) porque se sabe responsable de la pobreza. Prefiere atribuir las causas del delito a la “maldad humana innata” solo corregible con la represión o el exterminio, que precisamente son estrategias de guerra. Por otra parte, para el liberalismo y el neoliberalismo también son innatas las causas determinantes de las desigualdades sociales: “Son pobres porque quieren”, “Son pobres porque padecen de una falta innata de voluntad de trabajo”. El neoliberalismo quiere la “guerra contra el delito” en términos literales, represión violenta a escala indiscriminada en lo individual y discriminada contra ciertos sectores sociales, casi en forma de guerra civil porque añora volver al estado inicial de las cosas.
Por otra parte, esa estrategia le permite volver a ocultar la causa de la violencia delictiva que es el aumento de la pobreza, resultado de la desigualdad social, resultado a su vez de la dominación, forma de violencia encubierta que reemplazó y ocultó a la guerra inicial.
Esto lleva a tres alternativas. O se trata de suprimir la violencia delictiva a través de mayor represión. En esta alternativa empezamos a regresar al “estado” de los orígenes, en el que un sector social impone a sangre y fuego un orden injusto. La segunda es la rebelión y la reinstalación de la guerra originaria. Y la tercera, transformar el esquema de injusticia social dando una salida racional, humana y con futuro a la situación.

* Profesor de
Criminología, UBA.

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