EL PAíS › “PERSPECTIVAS DE LA IZQUIERDA PROGRESISTA EN LATINOAMERICA” FUE EL EJE DEL DEBATE EN SAN PABLO, BRASIL

Lula, el anfitrión de un debate sin tabúes

En el Instituto Lula, el ex presidente de Brasil reunió a políticos e intelectuales de la región para analizar la convergencia de proyectos y las dificultades de instrumentación. Un encuentro en que el debate afloró sin temores.

 Por Horacio González

Lula, en el centro de una mesa en la que coincidieron intelectuales de Latinoamérica.

Como primera curiosidad de la reunión citada en San Pablo, el día 21 de enero, sobre “perspectivas de la izquierda progresista” en Latinoamérica, es que quien la presidía, el ex presidente Lula, además de hacer dos fuertes intervenciones que luego comentaremos, no dejaba de aludir a pequeños detalles de funcionamiento de la reunión –el cónclave, como solía decir la vieja revista Primera Plana–, en relación con cómo pedir la palabra, cómo debían circular los micrófonos, más allá de la excelente coordinación de Luis Dulci, presidente del Instituto convocante. Se escuchó allí la vibrante exposición de Luis Maira, ex embajador de Chile en Argentina, mostrando un cuadro completo y complejo de las alianzas mundiales y latinoamericanas, y de Aldo Ferrer, con su concisa relación de sus propuestas de un desarrollo nacional autosustentado.

A su turno, intervinieron los altos funcionarios brasileños –actuales ministros y ex ministros de Lula y de Dilma, como Celso Amorim, actual ministro de Defensa, y Luciano Coutinho, presidente del crucial Banco de Desarrollo Económico–, con reflexiones breves y contundentes sobre los problemas de su área, siempre vinculados con un tema que fue recurrente: la alianza del Pacífico, con las preocupaciones que origina, tanto así como la ardua cuestión de la inflación. Abundaron las ineludibles menciones a las relaciones económicas con China, sin que se tratara de fijar políticas sino de presentar con fundamentos los puntos candentes de los que serán futuros y absorbentes temas de Sudamérica. Apenas insinuadas, se escucharon quejas sobre la opción mexicana, de la que al parecer se preveían menos entusiasmos en su relación con el problemático vecino del Norte.

En la exposición de Aldo Ferrer se dejó ver la maduración contemporánea de los clásicos trabajos de este economista, muy respetado en Brasil. En general Prebisch y la Cepal lo son, tomados como mojones de la historia intelectual en la economía brasileña que, por razones históricas conocidas, no ocupan el mismo lugar de prestigio en la Argentina. El presidente del Foro de San Pablo pidió por industrias culturales de nuevo tipo, sin que sea fácil decir cuál sería ese plano de enmienda a lo ya conocido, aunque viendo, en la desolación de nuestro cuarto de hotel (todos lo son, por más lujos calculados que tengan) la abrumadora televisión brasileña (pero ¿cuál no lo es?), impera el folletín de gran calidad técnica, pero con una trama cultural que presenta estructuras masivas de fosilización de la emotividad, lo que luego da un dudoso modelo para todo el lenguaje público.

No es, sin embargo, fácil establecerse en una sumaria noción de pueblo brasileño, que escapa de toda norma cultural fija sin dejar de presentar impresionantes unanimidades, todo lo cual se nota en las infinitas variantes del habla real. Al propio Lula, es interesante escucharlo en las innumerables capas de signos que tiene su discurso. No se ausenta, en los planos profundos, el gran embravecido de aquellas arengas en el conurbano de San Pablo, al promediar los años ’70. Pero ahora es también el cauto ironista que cita con pequeños deslices picarescos, los dichos de los políticos más encumbrados del mundo, sin dejar de mentar una idea consabida sobre “los porteños”, todo con afecto experimentado y amistosa complicidad. Lo cierto es que de la gran batería anecdótica de Lula surge de repente la reflexión profunda, matizada con un ligero aire de desafío con el que terminan las frases, ese “¿sabe?”, partícula que aparenta condescendencia pero es un ancestral toque airado y de inconformidad que anida en la lengua brasileña popular.

Lula presentó temas suyos, inesperados para el que hace tiempo no lo escucha, en especial el tema de la paradoja del “ex presidente”. Si hace algo, parece entrometerse; si no hace nada, parece indiferente. Pero su gran tema es el obstáculo político que presentan las burocracias estatales, junto al empleo de lo que llama en interesante paradoja, paciencia política. Algo así como la célebre “sophrosyne” griega, lo que a primera vista parece en efecto contradictorio. Son las burocracias las que se suelen aliar a la “lentitud de la paciencia”, lo que en la humorada de Theotonio dos Santos adquiere este gracioso aforismo: la inútil e irresoluble discusión de los que dicen “avanzar para consolidar” y de aquellos otros que prefieren “consolidar para avanzar”. Pero Lula cuestiona la aceitosa cotidianidad fáctica del Estado y en contraposición alienta el procedimiento de la “larga obstinación” como categoría casi decisionista.

En su respuesta al agudo cuestionamiento de Marilena Chauí –la filósofa brasileña que se halla preparando su segundo gran volumen, esta vez más ensayístico que el anterior, sobre la obra de Spinoza–, Lula había respondido repentinamente que “el sujeto es el Estado”. Sucede que esta filósofa hizo un alegato vehemente bajo la forma de incisivas preguntas, en torno de la noción de desarrollo y de sujeto de la historia, concluyendo su intervención con una crítica a la “teoría de la información”, un nuevo deconstruccionismo conservador que a todo –las estrellas, el hígado, el arte de la encuadernación, la política, etc.,– considera emitiendo signos “informacionales”. De ahí la pregunta sobre cuál es hoy el sujeto de la historia, al margen de los modelos estructural-desarrollistas que culminan en una sospechosa “sociedad del conocimiento”.

Lula no se intimida ante tales desafíos, sentado las ocho horas que duró la reunión, enfundado en su camperita con la insignia de la Confederación Brasileña de Deportes, y con una libretita de apuntes, incorporando temas, matizando respuestas enfáticas, en las que habita “el viejo Lula” con toques de la cauta sabiduría del nuevo Lula, que anunció haber superado enteramente su delicado trance de salud. El joven embajador venezolano en Brasil, presente en la reunión, en nombre del vicepresidente Maduro, anunció por su parte una leve mejoría en el estado de Chávez. Hubo un documento de base firmado por Marco Aurelio García, el asesor de relaciones internacionales de la presidencia, cuyo fin era el de analizar el despliegue de las izquierdas latinoamericanas en los últimos diez años. Es un documento sucinto y pleno de interés, poco analizado en la reunión, pero por los temas que plantea –la pregunta por el poscapitalismo– se convierte en una inusual sinopsis de una antigua y renovada discusión.

Hubo voces peruanas, bolivianas, ecuatorianas. El economista argentino Bernardo Kosacoff aportó datos complejos, pequeñas teorías encerradas en una gran dotación de referencias sustantivas de cómo funcionan los grandes aparatos productivos y de circulación de la economía regional; el ex ministro y ex senador chileno Carlos Ominami balanceó su exposición entre su profundo conocimiento de la política chilena desde el ángulo de la experiencia compleja de la izquierda de ese país, con referencias económicas que no pasaban por alto la importancia de la referida y preocupante “Alianza del Pacífico”.

Ser testigo y modesto participante de esa reunión del Instituto Lula resultó, pues, reconfortante. El ex presidente paraguayo de Itaipú Binacional citó al olvidado trabajo de Varsavsky, Estilos tecnológicos; el senador uruguayo Curiel intervino en desenfadado estilo que no le reduce agudeza. Todo permitió comprobar la vivacidad de la vida intelectual latinoamericana que explora caminos de transformación en medio de la tormenta, aunque nunca falta el ministro –como en este caso, el sutil Celso Amorim–, que proteste por la calificación de intelectual. La siente excesiva para un funcionario –dijo– que sólo exhibe su fuerte experiencia. ¿Pero cómo llamarla a esa misma experiencia, expuesta acabadamente por ese mismo ministro, sino una condensación de muchas décadas de debate intelectual en nuestros países? Nadie disimuló problemas, ni pareció predominar el rodeo al que obligan las jergas funcionariales. Se habló con plenitud, preocupación y moderado entusiasmo. Emir Sader, ex presidente de Clacso, festejó que alguien de origen obrero haya citado la reunión. Lula, imperturbable, escuchaba las numerosas referencias a su nombre como si se tratase de otra persona, un ente simbólico que con esa denominación arquetípica hubiese sido amasado por las heterogéneas arenas culturales de Brasil. “Siempre se está aprendiendo”, dijo. Y comparó su caso al del ex presidente Kirchner. Se inicia la tarea desde el asombro del aprendiz, y luego aparece el mundo con su drástico rostro desafiante.

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