EL PAíS › OPINION

Economía (y) política

Elecciones con favoritos diferentes, en distintas latitudes. Optimismo oficial, motivos y límites. La inflación y el dólar negro, en la agenda oficial. Las medidas contracíclicas, la cosecha que el oficialismo espera. La legitimidad del Gobierno, la teoría del fin de ciclo, la oferta opositora.

 Por Mario Wainfeld

En febrero habrá elecciones en Ecuador y en Italia. Los pronósticos coinciden con las reglas de la etapa: en América del Sur, apostale al que gobierna... en Europa, a la oposición. Tendrás, en abrumador promedio, las mejores chances de ganar. De tendencias hablamos, no de determinismos absolutos. La superioridad de los “locales” tiene su lógica, acollarada al crecimiento, la mejora de la condición de la mayoría de la población (en especial los sectores populares). Su fortaleza finca en que muchos ciudadanos estiman estar mejor que hace 5 o 10 años. Los que “hacen política” sin hincarse ante los mercados o el establish-ment financiero propenden a prevalecer cuando se suman los votos, que se cuentan a razón de uno por persona. En el mercado “la razón la tiene el de más guita”, como sentenció Discepolín, impera la mayoría por capitales. El voto democrático es igualador en derechos, una de las mayores fuerzas de la gente de a pie.

En la Argentina se desgranarán en varios meses una barroca seguidilla de elecciones de parlamentos nacionales, provinciales y Concejos Deliberantes. También se renuevan dos gobernaciones.

El oficialismo es, de momento, favorito para salir primero en el acumulado nacional. Los encuestadores empiezan a acumalar laburo y plata, he ahí una actividad estacional que se reactiva.

La dirigencia del Frente para la Victoria (FpV) es optimista, mientras arma roscas y baraja candidaturas. Calcula mejorar el número de bancas de Diputados en el Congreso nacional y sostener las de senadores, acaso con alguna merma. También obtener una gran distancia con la (por ahora indeterminada) fuerza o coalición opositora. Quince puntos ponderan los moderados, veinte quién le dice... acaso veinticinco o treinta se extasían los más entusiastas. El precedente de 2011 pesa en los imaginarios, tanto como la falta de creatividad opositora. La dinámica política, entonces, alienta esas hipótesis que estarán supeditadas a lo que depare el año. Porque todos saben (sabemos) que para que las urnas den satisfacciones, debe haber resultados tangibles que interpelen a los ciudadanos. La víscera más sensible es el bolsillo, el corazón también tiene sus razones pero la base económico-social es sustancial. La regla enumerada en el primer párrafo de esta columna alude a eso y explica, no del todo pero sí en una buena ración, la hegemonía popular del kirchnerismo. El devenir económico, pues, será central. Y, aunque nadie lo diga en voz alta, un año similar al 2012 no ayudará para sostener la primacía.

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Datos duros: El Gobierno arbitró el año pasado un conjunto de medidas anticíclicas, que ya se mencionarán. El activismo oficial prueba que no cree en el “piloto automático” ni en la intangibilidad del “modelo”.

Algunos datos de la realidad preocupan bastante. La actividad industrial mermó el año pasado, por primera vez desde 2002. Cunde una moda que cuestionamos: observar la realidad parcialmente (en la doble acepción del término: no completa y con un sesgo interesado). Para leer bien lo que pasa es imperioso resaltar los dos indicadores. La virtuosa continuidad del crecimiento, que se da en conjunto con el PBI, el consumo y el nivel de empleo general. Un período con escasos parangones (¿ninguno?) cuanto menos en medio siglo. La continuidad política y económica es una adquisición del kirchnerismo, magramente reconocida (o subestimada o negada) por sus adversarios.

En el otro extremo del subibaja pesa el parate que enciende luces amarillas. Otro año similar tendría repercusiones serias, los funcionarios calculan que habrá reactivación, con aceptables fundamentos, entre ellos el optimismo de la voluntad.

El otro dato es la marcha lenta de la economía de Brasil, el aliado estratégico. Crecimientos del 2,7 por ciento del PBI en 2011 y del orden del uno por ciento en 2012 no mueven la aguja. Nuestro país tiene su lugar en el mundo que, como cualquiera, implica estar ligado a las peripecias de los principales socios. La política tiene reglas arduas: el poder de un gobernante reconoce fronteras físicas y temporales, pero su fortuna depende de variables regionales o globales que no controla. Brasil frenado es una de las peores noticias para el “modelo”, aunque la China y la avidez de sus cerdos sigan siendo gauchitos.

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Abanico de colores: Talar la posibilidad de atesorar dólares como inversión es una medida sensata, tanto que, acaso, debió tomarse antes. Claro que ningún instrumento económico resuelve todas las variables. Ni está exento de contraindicaciones. La falta de sintonía fina en la aplicación agregó problemas, es un error no forzado en una jugada central y muy compleja.

El Estado debe mantenerse ajeno a (y en contra de) los especuladores. En eso le cabe toda la razón al Gobierno versus economistas papabiles y comunicadores que santifican las conductas ilegales. El tráfico del poéticamente apodado “dólar blue” es ilícito, choca que se hable de esas transas como de cualquier transacción válida. Especialmente cuando los apologistas del delito son autodefinidos republicanos y defensores de las instituciones.

En contrapartida, carga sobre la mochila de la AFIP una implementación torpe, de nula transparencia y hasta piantavotos. Nada justifica un régimen secretista que otorga o quita divisas a los ciudadanos que quieren ejercer su derecho de salir del país sin sincerar sus premisas o razones. No se conocen los criterios generales, no se fundamentan las causas de las frecuentes negativas. La opacidad es la regla. Los empleados de AFIP confiesan ignorar qué decide “el sistema” (informático), una suerte de lotería de Babilonia donde son castigadas personas de a pie cuya única falta es requerir un puñado de pesos uruguayos, reales o dólares para las vacaciones o viajes de estudio.

El Gobierno debe sostener la movida, contra viento y marea. También afinar su ejecución. Entregar las banderas es una cosa, defender las carencias funcionariales muy otra. El hecho se reconoce, claro que lejos del micrófono, en altas oficinas oficiales.

La ampliación de la “brecha cambiaria” no les da la razón a los especuladores o al “partido devaluador”, que tiene pocos afiliados aunque muy poderosos. Pero el mercado ilegal existe y es un problema que el Gobierno advierte. Por lo pronto, puede influir (seguramente ya influye) en la economía formal. Incentiva comportamientos capciosos y otros que son disfuncionales aunque no ilícitos. Ilegales serían las subfacturaciones o la salida de cosechas al extranjero por vías irregulares: nada las valida y es una enormidad justificarlas o promoverlas. Pero retener la cosecha para venderla más adelante con mejor cotización es un camino viable, nocivo para las finanzas públicas.

La persistencia del mercado negro surte otro efecto, político y económico. Pone en entredicho un argumento oficial: “Con este gobierno, el que apostó al dólar perdió”. En el largo plazo, es verdad. Pero en el último año no fue así.

Las declaraciones del Mega Secretario Guillermo Moreno anoticiando de la cotización del dólar para fin de año añaden un ruido indeseable. Las cifras suenan sensatas: el Gobierno viene devaluando en forma creciente en los últimos años. El consultor Miguel Bein pronosticó un dólar de 5,80 pesos o 5,90 para las fiestas de diciembre. Pero una cosa son las proyecciones privadas y otra una palabra oficial, que (ya que estamos) contradice las perspectivas difundidas por el Ministerio de Economía.

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A contracorriente: La inflación irrumpe en el discurso oficial, un sinceramiento forzoso. En los primeros niveles del gobierno se mantiene la discrepancia con las recetas de sus contrincantes o con sus nostalgias de un pasado funesto. Pero, puertas adentro, hace más de un año que se asume que la inflación, así sea previsible y no se espiralice, corroe la economía y en especial afecta a los sectores más desprotegidos de la clase trabajadora. Las acciones para disciplinar a los grandes formadores de precios no han sido exitosas, en general.

Más atinadas y abundantes son las medidas contra el freno de la actividad, derivadas en gran parte del colapso de las economías centrales. Las acciones contracíclicas del año pasado incluyeron el activismo para evitar despidos, un clásico ya practicado en 2008 y 2009. No hubo cierres importantes de establecimientos ni crisis terminales de actividades aunque sí se paró la generación de trabajo formal y creció proporcionalmente el informal.

Sin agotar la lista, vale la pena un repaso de instrumentos anticíclicos que se echaron a rodar el año pasado pero, que por su propia dinámica, deberían fructificar en éste. El orden de enumeración no es jerárquico, entre otros motivos porque todavía no son mensurables los impactos que produzcan.

n El programa Pro.Cre.Ar. de viviendas se va desplegando. Como era de manual, avanzaron más los créditos para quienes contaban con un terreno propio. Cuando comience la ejecución, que los propios usuarios apurarán por motivos evidentes, se activará el mercado local (proveedores, trabajadores de la construcción): la construcción de viviendas individuales es mano de obra intensiva y se nutre en el mercado más cercano. Las viviendas construidas al modo de los planes más tradicionales impactarán de otro modo, mayor y repartido de distinto modo. La recesión en la industria de la construcción damnificó el crecimiento en el año que se fue, en el Gobierno se confía en revertir la tendencia.

n Toda la obra pública ligada a la actividad ferroviaria debería mejorar un servicio público que no se adecuó al progreso de la última década. Por añadidura, se entusiasman funcionarios de variadas reparticiones, funge de multiplicador keynesiano. Se potenciarán en los próximos meses, vaticinan y prometen. En el mismo carril, por así decir, se incluye la resurrección de las obras públicas en municipios y provincias, bancadas por el gobierno nacional. Sus virtudes económicas son similares. Lo útil aspira a conjugarse con lo agradable: las acciones concertadas entre el ministro Julio De Vido con gobernadores e intendentes también servirá para el “armado” electoral. Mejorar los espacios públicos, las calles y las rutas agranda las perspectivas de los líderes territoriales. La lógica electoral induce a que primen las obras que se puedan inaugurar este mismo año: más calles que rutas, más plazas que puentes, “soluciones habitacionales” que no sean necesariamente construcción de viviendas de cero. Todas esas operatorias (hay varias en danza) lubrican las relaciones con el gobierno central y marcan un spread respecto de las promesas de fuerzas políticas alternativas que sólo tienen para ofrecer república, sudor y lágrimas.

n Los créditos a la producción que impulsó y en gran dosis impuso el Banco Central (BCRA) a los bancos privados superaron las cifras exigidas. Se desembolsaron quince mil millones de pesos a través de esa novedosa línea de inversión, posibilitada por la reforma a la Carta Orgánica del BCRA. Un informe detallado sobre los beneficiarios se conocerá en los próximos días. En el Central adelantan que un 35 por ciento aproximadamente fue tomado por pymes, que no le hacen asco a la inversión ni al riesgo. Un porcentaje atendible fue requerido por proveedores y contratistas de la nacionalizada YPF, hecho también sugestivo.

n El despliegue de la petrolera nacionalizada también alienta esperanzas, achicar el gigantesco déficit energético, activar el notable potencial de Vaca Muerta. Pasar de la medida fundacional a resultados palpables, con repercusión en el cotidiano de los argentinos es uno de los objetivos primeros de la coyuntura.

El éxito de la suscripción de bonos de YPF entre pequeños inversores (claro con una tasa de interés muy alta) es uno de los prospectos de inversiones atractivas que compitan con la fruición por el dólar. La “batalla” para adecuar las reglas del mercado de inmuebles recién comienza, el oficialismo no cejará en su afán por rectificar hábitos instalados durante décadas. Habrá que ver.

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Febrero y lo que vendrá: En febrero comienzan las clases, precedidas y condicionadas por la trabada paritaria nacional docente (ver nota aparte). Conflictos o eventuales huelgas incordian a las personas de a pie, empiojan su cotidianidad, lo que siempre es mala fariña para las autoridades públicas.

El primer aniversario de la tragedia de Once, mejor sustanciada en los Tribunales que en “la política”, producirá movilizaciones y la presencia de las víctimas, siempre dignas de atención, reparación y escucha.

Termina la feria judicial, varias cuestiones de Estado pasan por el Foro, sus repercusiones en el escenario político pueden ser impactantes.

En la mayoría de los países de América del Sur se sostienen gobiernos populares, más atentos a las demandas ciudadanas que a los dictados de los grandes centros económico-financieros. Cada cual puede pensar como le plazca, este cronista cree que esa empatía es la cifra de sus victorias en las urnas mientras en la ancestral Europa los gobiernos ajustan y caen como moscas cuando hay veredictos ciudadanos.

El kirchnerismo tiene su ideología, más permanente que sus herramientas de gestión. Tirios y troyanos mentan al “modelo” como una entelequia intocable aunque el oficialismo ha sabido virar, añadir acciones que no preveía en sus albores. En 2012, como ya se dijo, sembró para el mediano plazo una modalidad que no está en su ADN primigenio. Con esperanzas sensatas (jamás seguras) de un crecimiento mayor, de más recaudación el oficialismo confía en mantener su estrella electoral. La (por así llamarla) construcción política de sus adversarios le juega a favor, hasta aquí. La oposición, da la impresión, espera que el kirchnerismo caiga como una fruta madura.

Como todo populismo, el kirchnerismo calcula siempre que su legitimidad se asienta en la satisfacción de necesidades, en el mercado interno, en altos niveles de consumo y de empleo. Hasta ahora, se dio maña, no (o no solo) para imponer un “relato” ajeno a la vida de la mayoría de los argentinos. Sí en ganarse, en buena lid, mayor aprobación que sus alternativas, que por ahora solo juegan la baza (factible mas no garantizada) de la finitud del oponente.

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