EL PAíS › OPINION

El general Rosas

Por Ana Lucía Grondona

En el artículo “Estaban todos de acuerdo” firmado por Horacio Verbitsky y publicado por Página/12 el lunes 1 de septiembre, se menciona el nombre del general Carlos Jorge Rosas en relación con las últimas declaraciones de Bignone y se explica, acertadamente, que se trató de uno de los generales que estudió en Francia las tácticas y estrategias que se requerían para enfrentar la guerra de guerrillas, estudios que fueron luego difundidos en el ejército argentino. Sin embargo, se trata de una verdad a medias, que distorsiona y lastima la memoria de quien se opuso, aun al precio de su libertad, al autoritarismo del ejército, a la represión del pueblo y a la entrega del patrimonio nacional.
En primer lugar, en el artículo citado no aparece la conclusión principal a la que este general arribó a partir de sus estudios en la escuela de guerra francesa: la guerra de guerrillas sería necesariamente ganada por los revolucionarios, pues poseían el arma más poderosa, es decir, el apoyo popular. No cabía entonces más que una vía de acción, mejorar las condiciones de vida del pueblo construyendo una nación justa.
Carlos Jorge Rosas actuó en política, ciertamente, pero a diferencia de lo que podría pensarse a partir de la media verdad publicada el lunes, su intervención estuvo orientada a la defensa de las instituciones democráticas. Se trató de un hombre que construyó una visión política al calor de la historia y gracias al intercambio político y personal con hombres y mujeres de distintos sectores. Rosas se enfrentó, como general del ejército, a Onganía en defensa del gobierno constitucional de Arturo Illia, enfrentamiento que se cristalizó en la formación de un movimiento político plural (Modepana), que se proponía la defensa del patrimonio nacional amenazado por las políticas económicas entreguistas de la dictadura inaugurada en 1966.
El Modepana fue un movimiento que albergó a personas de los sectores políticos más diversos, desde conservadores a comunistas, pasando por radicales y peronistas, a pesar de que Rosas hubiera estado enfrentado a estos últimos en el pasado. Los ideales compartidos y la certeza de que la apertura democrática era una necesidad los unían más de lo que sus diferencias podían separarlos. La agrupación y quien la dirigía superaron la mera crítica del proceso económico. Sus profundas convicciones, sus valores éticos y políticos llevaron a que en mayo de 1969 Rosas firmara una solicitada publicada en los diarios más importantes del país apoyando el movimiento social del Cordobazo. Desde la fundación del Modepana había recorrido el interior para difundir las ideas de la agrupación; estos viajes lo llevaron a conocer a muchos de los protagonistas del mayo cordobés y a definirlo como verdadero continuador de la Revolución de Mayo, al tiempo que impugnaba la acción de un ejército que abría fuego contra su propio pueblo.
El general Rosas murió joven, el 10 de octubre de 1969, probablemente a causa de las secuelas del accidente que sufriera en 1966 (casualmente poco antes del golpe que llevó a Onganía al poder), pero también a causa del deterioro que significó la privación de la libertad a la que lo sometió el ejército como respuesta a su intervención pública en apoyo de la causa del pueblo que desafiaba a la dictadura.
Carlos Jorge Rosas fue mi abuelo, pero no es eso lo que me mueve escribir esta carta. No llegué a conocerlo, pues murió casi diez años antes de que yo naciera en Suecia, en el exilio de mis padres, causado por los Bignone infames de la Argentina que ahora hablan de él.
Carlos Jorge Rosas, como general retirado y habiendo sido jefe del segundo cuerpo del ejército, desafió la lógica militar de casta en la que predomina la conciencia de pertenencia a la institución y se limita la libertad de pensamiento y acción individual aún ante los peores crímenes. La verdad a medias no deja ver esta otra verdad: la de un hombre que conel testimonio de su vida demostró la falacia y la ignominia de quienes se escudriñan en la “obediencia debida”.
Es el contexto actual de una Argentina que quiere recuperar la memoria y hacer justicia lo que me lleva a escribir estas líneas. Resulta intolerable y vil que Bignone quiera igualar su figura de genocida, torturador y secuestrador de niños a la de un general democrático, antiimperialista, sensible ante las necesidades del pueblo y sobre todo libre, tan libre que en 1969 (allá lejos y hace tiempo) dijo “Nunca Mas” a la represión del pueblo a manos del ejército, sabiendo perfectamente cuáles serían las consecuencias.

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