EL PAíS

A PASO redoblado

 Por Mario Wainfeld

El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y la diputada Elisa Carrió difundieron el sábado 31 de enero su voluntad de competir-converger en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Era cantado que los diarios dominicales abundarían en cobertura sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman. Presentarse en ese marco fue una jugada mediática que arriesgaba a ser criticada por irrumpir en el contexto monotemático de los medios. Se hizo, seguramente, porque la cuenta regresiva corre y apremia.

Clarín zarandeó algo al líder de PRO, con el que tiene una ojeriza más vasta, que ya se aludirá.

La jugada interpela, antes que a nadie, al radicalismo. Hay una fuerza gravitatoria, cree este cronista, que favorece la idea de una fórmula conjunta entre Macri y el senador Ernesto Sanz. La propuesta sería una bandera añeja: una entente no peronista, que llegado el momento puede ser antiperonista. El radicalismo desempeñaría, como furgón de cola del PRO, el rol que le cupo desde el ’45: ser la oferta electoral contraria al justicialismo. La propuesta ideológica, históricamente, fue en espejo. Contra el kirchnerismo nacional popular, el sesgo se corre a derecha o centroderecha, casi por definición.


La Unión Cívica Radical (UCR) está en una encrucijada. El Frente Amplio- Unen (FA-Unen) se deshilacha. Las tres vertientes opositoras competitivas enfilan a ser dos: PRO y el Frente Renovador que conduce el diputado Sergio Massa.

Así las cosas, ir a las PASO contra PRO-Lilita suena a apuesta perdedora, en principio. E ir por la libre, bastante más.

Pensemos en una mesa de arena. Las PASO podrían funcionar con esos participantes (o con más) si mediaran acuerdos para listas de unidad de diputados y senadores nacionales. No es tan exótico, en el papel: es verosímil que el Frente para la Victoria (FpV) ensaye una táctica similar.

Claro que el FpV es una fuerza bastante orgánica... y una sola, con un liderazgo claro y aceptado.

Si se tratara de varias tribus con más caciques, compatibilizar listas para el Congreso, provincia por provincia, sería un quebradero de cabeza. La necesidad lubrica todo pero no es sencillo.

Los correligionarios aspiran a mantener 14 bancas de diputados y 9 de senadores. Misión ardua, en especial en la Cámara alta. Se renuevan allí 24 bancas, de ocho provincias: dos para el primero, una para el segundo. Para conservar sus curules, los boinas blancas deberían como piso ganar en un distrito y sacar segunda minoría en todos los demás. Nada es imposible en las viñas del señor... pero es un bruto número. De cualquier forma, los radicales se juegan la supervivencia a nivel nacional, eso aguza el ingenio y, eventualmente, moldea la ambición.


Son muchos los políticos opositores que repiten “la gente nos pide que nos juntemos”. Es verosímil si se acota algo el significado de la palabra “gente”. Quienes sí se lo piden, exigen y aspiran a imponérselo son los poderes fácticos, con el multimedios a la cabeza. Macri se encabrita (un cachito) ante los reclamos y es entonces cuando recibe rapapolvos.

Massa es la tercera pata de esa mesa. Prodiga gestos de unidad, pero no se define en términos pragmáticos. Cómo hacerlo, qué pasa con los compañeros de la primera o segunda hora, cuál es el reparto de los porotos en las listas.


En el imaginario opositor cunde el ejemplo comparativo: el año 1997, en el que se produjeron el asesinato de José Luis Cabezas y la primera derrota del menemismo en las urnas. Sin adentrarse en simetrías y brutas divergencias, el plano estrictamente político conspira contra hacer atractivo el ejemplo. La Alianza fue una calamidad gobernando. Tanto que el ex presidente Carlos Menem fue el candidato con más votos en la primera vuelta de 2003. Se añade otra consecuencia, más perdurable: a menos dos años de la huida del ex presidente Fernando de la Rúa los distintos candidatos del peronismo juntaron algo así como el 60 por ciento de los votos nacionales. Una tendencia que se mantiene.

Para dirigentes con vocación política es una señal de alerta. Para el establishment, que cuenta con un abanico fungible de candidatos, mucho menos. Las corporaciones no piensan en las revalidaciones democráticas ni gobiernan seduciendo mayorías.

Una pregunta central de la coyuntura es si los dirigentes opositores de mayor talla serán capaces de soportar las presiones que reciben hora tras hora. De momento, no dan esa impresión. Su plataforma tiene un punto único: desplazar al kirchnerismo. Discutir un modelo de país o, así más no fuera, un programa de gobierno atractivo y sustentable está fuera de su radar, hasta el cierre de esta nota.

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