EL PAíS › OPINIóN

El coro mediático de los revanchistas

 Por Jorge Halperín

La presentadora de noticias del canal massista desde su trabajo rentado cuestiona como no ético que los que fuimos despojados en forma arbitraria de nuestros empleos y salarios en la radio y televisión públicas reclamemos legalmente.

No repudió los despidos por causas ideológicas, la persecución y las difamaciones que sufrimos de parte del equipo que encabezan Macri y Lombardi. Mirando a la cámara con su expresión grave y peinado crispado sanciona que somos militantes, como si dijera mercenarios y abyectos, una suerte de lastre para la vida de la República. En su visión retrógrada desacredita al militante, que, en realidad, es aquel que se juega por una idea, que entiende la ciudadanía como un compromiso mayor y que entrega su tiempo a la defensa apasionada del bien común. Desprecia así a lo mejor de los ciudadanos.

Y lo digo sin ser militante.

No pertenezco a un partido ni agrupación. Soy periodista, vivo de mi trabajo, y los pocos méritos que humíldemente puedan encontrarme tienen que ver con mis principios, que siempre, cuando trabajaba en Clarín o en Radio Mitre y hoy, apuntaron a defender la igualdad de oportunidades y a repudiar la violencia, el racismo y el odio hacia los pobres.

Asi pensaba en los 90, trabajando en la redacción de Clarín, y en 2002, cuando con mis compañeros del programa que conducía Adolfo Castelo denunciamos primero que nadie que el gobierno de Duhalde era responsable de los asesinatos de Kosteki y Santillán en contra de la versión que en aquel momento divulgaban los periodistas estrella de Radio Mitre, de que se trataba de un ajuste de cuentas entre piqueteros, tan despreciados ya entonces por muchos oyentes de clase media.

Del mísmo modo pensaba en 2007, cuando las autoridades de Mitre nos echaron junto a Carlos Barragán porque el Grupo Clarín definió un cambio de estrategia apuntando los cañones al gobierno de Cristina Fernandez y nuestras ideas ya les resultaban “intolerables”, como me lo dijo el gerente de la emisora. Y así pienso ahora, cuando esta periodista de la tele que siempre repudió al kirchnerismo aplica negativamente el término militantes para desconocer la ética y los méritos profesionales de quienes llevamos a la radio pública a su mejor etapa profesional y a niveles de audiencia que no había conseguido en décadas.

Esa periodista entiende que un trabajador del Estado, aún cuando la ley lo asista, no debe éticamente hacer reclamos cuando desde lo público se vulneran sus derechos. De modo tal que no habría plenitud de derechos para quien es empleado del Estado, “porque le pagan los contribuyentes”.

Seríamos trabajadores de segunda, no importa la entrega y la eficacia con la cual realicemos nuestra labor, y las arbitrariedades que suframos de las autoridades debemos soportarlas pasivamente. Precisamente, nuestras leyes otorgan una protección especial a la estabilidad de los empleados públicos porque, como lo explicó un constitucionalista en 1957, los gobiernos cuando asumen usan al empleado público como botín de guerra.

O tal vez la amonestación ética de la presentadora de noticias varíe según los montos, es decir que sólo es ético aquello que no pase de determinada suma, no importa si está de acuerdo a los salarios adeudados.

Es un razonamiento que me recuerda aquellos comentarios pedestres y de mala fe del tipo: “Ya que sos progresista y te preocupan los pobres, ¿por qué no te vas a vivir a una villa miseria?”.

No tengo un partido ni un gremio que me defienda. Sólo tengo mi ética y mi trabajo: mis libros, mis documentales, mis narraciones y mis entrevistas.

Lo mismo les sucede a mis compañeros despedidos de la radio y televisión públicas, todos colegas que admiro, y que hoy sufren el desempleo directo o serias dificultades de trabajo porque nos ha convertido en el mal que hay que combatir esta derecha que gobierna persiguiendo y buscando revancha.

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