EL PAíS › EL GOBIERNO YA NO TIENE VOCEROS

Sin palabras

Alberto y Aníbal Fernández se llamaron a silencio, al evaluar que el modelo se agotó. En la Rosada creen que el repliegue fue bueno.

 Por Sergio Moreno

“El silencio es salud”, rezaba un slogan que había lanzado a la sociedad el gobierno de la por entonces presidenta María Estela Martínez de Perón, con la siniestra cuota de ironía que encerraba el concepto en épocas en que la Triple A asolaba estas comarcas. Lejos de ese tormentoso pasado, parece que otro tipo de silencio es saludable para el gobierno de Néstor Kirch-
ner, a sabiendas de una cierta conformidad que se instaló en la Casa Rosada a partir del repliegue de los habituales voceros Fernández (Alberto, jefe de Gabinete, y Aníbal, ministro del Interior). Desde hace aproximadamente 15 días, ambos funcionarios hicieron mutis por el foro –literalmente– y sus canoras voces han dejado de sonar en las radios porteñas desde las 6 de la mañana en adelante. En el Gobierno, incluso en los despachos de los personajes involucrados, consideran positivo este repliegue.
Alberto Fernández ha sido un histórico aliado de Néstor Kirchner en la ciudad de Buenos Aires. Llegado el patagónico al Gobierno, Alberto –como lo individualizan quienes lo quieren y quienes no– fue designado jefe de Gabinete, transformándose en la mano derecha del Presidente.
Aníbal Fernández supo ser uno de los cuadros políticos sobre los cuales se asentó la gestión del ex presidente Eduardo Duhalde. Durante la campaña presidencial, sudó la camiseta a favor de Kirchner como un soldado, una vez que Duhalde designara al sureño para correr con su divisa. Llegado Kirch-
ner a la Rosada, Aníbal se avino a ser uno de sus mejores centuriones, al punto de alejarse del caudillo bonaerense.
Ambos funcionarios Fernández, Alberto y Aníbal, fueron desde los albores de esta administración los emisores oficiales del pensamiento presidencial. Cada mañana, respondieron los llamados de las emisoras porteñas y de diversos movileros televisivos, explicando las medidas de Gobierno y algo más.
Pero llega el momento en que a todo guitarrero se le rompe alguna uña.
La fórmula funcionó durante más de un año, hasta que comenzaron los roces y cierto enamoramiento con el Gobierno comenzó a esfumarse en la sociedad porteña. Fue cuando los principales conductores radiofónicos comenzaron a confrontar más duramente con el Gobierno, con lo que la defensa de los hombres de verba del Gobierno se hizo más vehemente.
Llegó entonces el tiempo de la sátira. Varios imitadores –con mayor o menor fortuna, algunos de ellos simplemente brillantes– se dieron a la duplicación de las voces de los contertulios oficiales y transformaron el debate político, al que acudían cotidianamente, en una comedia de costos políticos gratuitos para el Gobierno.
Ambos colaboradores presidenciales fueron los primeros que cayeron en la cuenta de que el ciclo, que en algún momento les rindiera sus frutos, había concluido.
En la misma época en que comenzaron estas cavilaciones en el ágora pingüina, el ministro del Interior fue llamado a ocupar otro rol: el área de Seguridad fue trasladada a su cartera, que retomó el mando sobre la Policía Federal, Gendarmería y Prefectura, además de la responsabilidad sobre la seguridad nacional. La complejidad del tema hizo que Aníbal F. se replegara y comenzase a guardar silencio, volviendo sobre su –novel– especificidad: la seguridad. Sólo hablar del asunto en que debe tallar, fue el consenso en la Rosada.
La retirada de Aníbal sirvió como catalizador para que Alberto F. hiciese lo mismo, silenciar su voz en el éter, al menos por un tiempo, y ver cuáles son los resultados. De cualquier manera, Alberto seguirá manejando la comunicació de la Rosada.
Un importante integrante del elenco presidencial, venido del sur, especulaba ante este diario que la decisión fue acertada. “Con el silencio todo está mejor. La retirada de Aníbal aprovechando sus nuevas funciones y la de Alberto responden a una cuestión estratégica: se agotó un modelo que fue bueno durante más de un año; se terminó”, sentenciaba el confidente de Página/12, a escasos metros del despacho presidencial. Para el funcionario, los voceros estaban pecando por exceso de demanda. Lo explicaba de esta manera: “Se estaban diciendo demasiadas cosas. Y estábamos generando problemas donde no los había, sólo por hablar de todo, porque los periodistas les preguntaban sobre todos los temas. Además, las preguntas tenían cada vez más animosidad”. A modo de ejemplo de problemas surgidos de las palabras, el consejero enumera la polémica alrededor de los dichos sobre la cumbia villera y la parábola sobre las palas y los palos.
“El Presidente dio la puntada final: les dijo que era conveniente llamarse a silencio”, reveló el contertulio de este diario, para quien el resultado de la decisión ha sido beneficioso. “Bajamos el nivel de confrontación, de esa confrontación que no buscábamos”, agrega.
En los últimos 15 días, la voz oficial que se escucha es la del Presidente. En cada acto –que suele ser promedio de uno y medio por día–, Kirchner emite lo que quiere decir. Por otra parte, los ministros hablan de sus materias, con el cuidado que suelen tener en este Gobierno.
–¿El Gobierno piensa convocar a otro vocero? –quiso saber este diario.
–No. Surgió la versión de que íbamos a llamar a Jorge Argüello (diputado nacional, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores), pero no es verdad. Por ahora, el silencio es beneficioso.

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