EL PAíS › VAIVENES EN LA NEGOCIACION Y EN LA ECONOMIA

Nada es del todo sencillo

El Gobierno juega sus fichas al apoyo norteamericano en el G-7. Sus cuentas y sus porqués. El reclamo de reapertura del canje, disquisiciones sobre la buena fe. Los idus de agosto. Y el tufillo de diferencias entre Economía y el ala política.

Opinion
Por Mario Wainfeld

Los viajes presidenciales alteran la cotidianeidad de los integrantes de su gabinete. La hiperquinesis merma algo, tributo a la centralidad abrumadora que ejercita Néstor Kirchner. Pero nadie puede descansar mucho, ni(literalmente) dormir tranquilo. La diferencia horaria con Europa, sumada al portento de Internet, posibilita que Kirchner lea los diarios argentinos antes de que amanezca en las pampas, ansíe analizarlos on line con sus allegados y entonces varios teléfonos suenan. El Gobierno suele mirarse en el espejo de la gráfica. En el discurrir de la semana que Kirchner pasó en Alemania, los telefonemas madrugadores (al menos) transmitieron buena onda. Los viajes aumentan la autoestima y la cosecha de éste fue juzgada exitosa. En verdad, hubo un aval de Gerhard Schroeder, lo que indujo al Gobierno a hacer cuentas algo lineales. “Tenemos el apoyo de Francia, de Alemania y de Estados Unidos –se apresura un comensal de la mesa chica–. Canadá puede ir detrás de Estados Unidos. Nos quedan en contra, irreductibles, Inglaterra, Italia y Japón.” El G-7, así leído, depararía un ajustado 4-3, resultado favorable después de un partido bien reñido. La innegable influencia del grupo de naciones más poderosas de la tierra sobre el Fondo Monetario Internacional (FMI) podría, según el ver oficial, ir desmontando las reservas del organismo de crédito y propiciar un acuerdo.
En la Rosada se sigue confiando en la administración Bush como aliado valioso de cara a una negociación que se empiojó después del cierre del canje de deuda privada. Nadie lo asume, pero el endurecimiento del G-7 y del FMI superó las hipótesis previas de la Rosada y de Economía que imaginaban un escenario menos borrascoso. Como fuera, pervive el optimismo de la voluntad, esperanzado en la actitud definitiva del gobierno norteamericano. “La llamada de Bush a Kirchner de hace un par de semanas fue una señal inequívoca de apoyo”, comentan en el primer piso de Balcarce 50, tras dialogar con un prominente integrante de “la embajada”. Las declaraciones del viernes de John Snow, titular del Tesoro, son analizadas en igual sentido. Estados Unidos –traducen al criollo en Plaza de Mayo– ve con buenos ojos que un país reduzca su deuda sin tomar nuevos créditos y piensa que no hay que cerrarle ese camino.
El comunicado de ayer del G-7 (ver página 5) no desmiente del todo el razonamiento oficial, pero obliga a tomarlo con pinzas. Cierto es que el regaño a Argentina es de los más moderados que ha recibido el Jaimito de la clase. Son tres líneas dentro de un comunicado mucho más abarcante. Pero es un reproche, al fin, y el hielo entre los argentinos y el Fondo conserva gran espesor aunque en Washington, morada transitoria de Roberto Lavagna, ya sea primavera.

Buena fe:

Puestos a añadir grageas de optimismo, funcionarios argentinos dicen saber que Rodrigo Rato comentó ante miembros del gobierno español su intención de llegar a algún acuerdo transitorio con nuestro país, pero que le es difícil quebrar la resistencia de italianos, japoneses e ingleses. Los gestos institucionales de Rato no apuntalan ese relato pero, bueno, quién sabe lo que se cocina entre los cortinados.
El reclamo de reapertura del canje para quienes quedaron afuera, en esto le asiste razón al gobierno argentino, patentiza la mala fe del FMI. El umbral de aceptación resultó alto y eso fue lo que se pidió en la instancia oportuna.
Además, una lógica inexcusable indica que esa reapertura debería ser en condiciones inferiores a los que sí aceptaron la oferta pública. De lo contrario, se burlaría la buena fe de los que contrataron, que son mayoría en proporción de tres a uno respecto de los hold outs. Así las cosas, una virtual reapertura, seguramente interesaría a una porción menor de acreedores. Los fondos buitre (todo lo indica) no ansían ese camino, apuestan todo a la confrontación judicial en tribunales donde juegan de locales.
Lo que hay en juego no es, pues, una deletérea buena fe que nunca caracterizó a las grandes potencias ni al sistema financiero internacional, sino una cuestión de poder. Dada la correlación de fuerzas, el panorama para los negociadores argentinos pinta arduo.
Como comentó Página/12 el domingo pasado, éstos ya le habían hecho saber a sus contrapartes que el país estudiaba una nueva instancia para los hold outs, pero consideraban “poco profesional” ventilarla en público. Añadieron, de modo profesional (o sea reservado), esa estrategia no prevé ninguna medida en el corto plazo. Kirchner, desde Alemania, le puso fecha al “corto plazo”: el canje no se reabrirá durante su mandato. Puede que no haya estado muy “profesional” pero sí fue claro.
Como antaño la ley de coparticipación federal, la reapertura del canje es un nuevo modo de obrar de lo que Eduardo Duhalde motejó “mover el arco”. Con la valla en perpetua dinámica, un acuerdo parece remoto, pero el Gobierno se obstina en ser optimista. Su intención es “salirse pagando” de las condicionalidades del Fondo, obteniendo refinanciación de los vencimientos por venir. “No pedimos fondos frescos, vamos achicando la deuda. Es sensato pedir mayores plazos para pagar”, coligen en la Rosada.
En alguna ocasión, Kirchner hizo estudiar la posibilidad de desafiliarse del Fondo. Pertenecer al FMI es una potestad de los países miembros, quienes técnicamente pueden rescindir el vínculo de modo unilateral, haciéndolo saber... y (más vale) pagando lo que se debe. Ocurre que las disposiciones originales del FMI estipulan que en esos casos las deudas pueden oblarse hasta en siete años, un cronograma que no agravaría la carga de Argentina. En algunos despachos oficiales se rememoró esa hipótesis de trabajo. Pero la misma no cuenta con la anuencia de Economía ni de Jefatura de Gabinete, según sondeó este diario. La desafiliación es un modo enérgico de ruptura que no tiene precedentes y que supone un futuro de confrontación que Argentina procura eludir, explican.
Hasta agosto no hay vencimientos importantes a favor del FMI. Esa época será momento de definiciones, siendo sensato recordar que faltarán dos meses para las elecciones. La eventualidad de discontinuar los pagos en ese momento, así sea temporalmente, para demostrar voluntad política ante el FMI, no aterra a Kirchner ni a Lavagna. Ni le parece un disparate al Presidente, según comentan a Página/12 dos ocupantes de Balcarce 50 que, a fuer de íntimos, conocen bien su modo de pensar.
Pero para pelearse (no ya en esos cruces verbales que energizan a Kirchner sino a través de efectividades conducentes) hay tiempo. Más de tres meses, una eternidad en esta tierra que es puro presente.

El frente interno:

El contexto internacional ulterior al canje no es el esperado. Tampoco lo es el desempeño de la economía local. La inflación no ceja y bien puede trepar al uno por ciento en abril. La proyección oficial de entre 8 y 10 por ciento, parece, se va a quedar corta. El Gobierno no asume que el montante anual será de dos dígitos. Seguramente quiere evitar la profecía autocumplida y, de paso, no incitar con sus augurios la negociación salarial. Esa parte de la táctica pinta como ineficaz, en Argentina quedan pocos trabajadores sindicalizados que se chupan el dedo.
Las divergencias entre el equipo económico y el ala política oficial de cara al escenario inflacionario son, por ahora, incipientes, pero da la sensación de que advendrá una situación más o menos convencional. La de una Hacienda cautelosa y un gobierno más ávido de gastar de cara a un año electoral. Por ahora, todos son aprontes, guiños diferenciados. Y un par de reproches, audibles si se pone la oreja en el suelo, para las intenciones “enfriadoras” de Lavagna, propalados desde las huestes de Julio De Vido.
Si algo no escinde a Kirchner de Lavagna es su pulsión por el dólar alto. Mantenerlo en su cotización se le hace duro al Gobierno. Para restringir la emisión, el Banco Nación funge de pieza esencial en la compra de billetes verdes. En despachos públicos se apuesta que la aspiradora fiscal de abril “secará” la plaza, frenando la generosa oferta de divisas. Dicho sea de paso, integrantes del equipo económico rezongan acerca de los manejos del Banco Central, acusando a Martín Redrado de tener poca data referida a por qué hay tantos dólares en plaza. Sus declaraciones públicas anunciando una inflación que seguramente se desbordará tampoco generan adhesiones ruidosas.
Sin pretender adivinar una política que suele anidar in pectore del Presidente cabe inferir que el aumento a las retenciones de la carne llegará en mayo, máxime si el índice de precios al consumidor no merma mucho. Y cuesta imaginar que el Consejo del Salario no se reactive en mayo, como mucho, de cara a un semestre muy impiadoso con los que viven día a día. A Lavagna no le disgustaría conservarlo frizado hasta que llegue el invierno.

Como el escorpión:

Duhalde conversó en estos días con José Pampuro y Alberto Fernández y se mostró cooperativo y poco confrontativo. La lista única en Buenos Aires –con Cristina Fernández a la cabeza de la lista de senadores, barruntan los estrategas del Gobierno– está al alcance de la mano.
Sin embargo, un gesto menor llamó ayer la atención. En medio de las ondas bonaerenses de amor y paz, el diputado Daniel Basile zarandeó un proyecto de ley propiciando la reapertura del canje. Chicho Basile no es un soldado del FMI sino de Chiche Duhalde, y su bravata fue registrada por el Gobierno. Basile integra, en esto coinciden desde las dos trincheras incluida la suya, el ala impresentable del duhaldismo y puede que juegue su propio juego. Cunden en el kirchnerismo diversas teorías sobre las relaciones entre Duhalde y su entorno. Una versión, devaluada por el tiempo, de las polémicas análogas que surgieron en los últimos tiempos de Juan Perón. Como fuera, se trata de circunstancias que ensombrecen el semblante de Kirchner. El Presidente aborrece que las trifulcas internas interfieran con la gobernabilidad. No quiere, ni ahí, que la política mistonga meta la cola justo cuando la economía le da dolores de cabeza.

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