EL PAíS

“Nunca nos quisimos tanto”

 Por Hugo Soriani

Ante la mirada azorada de los guardianes, al finalizar el acto en la puerta del penal los ex presos y sus familiares coparon los pabellones y, junto a sus madres, hijos, y nietos, rindieron homenaje a sus muertos.

El canciller Jorge Taiana abrió la puerta de la celda Nº 4 y junto a Eduardo Jozami, su vecino de la celda 3 en aquellos años, explicó a los periodistas las condiciones de vida a los que los sometió la dictadura. Fotógrafos y camarógrafos se apiñaban en el espacio reducido de esa celda para escuchar los testimonios de una cárcel cuyas condiciones de hoy también dan vergüenza.

Los ex detenidos se dividieron en grupos y guiaron a la prensa por las diferentes celdas; muchos de ellos hacía años que no se veían y los abrazos emocionados se repetían, igual que las lágrimas en los ojos de los seres queridos que los acompañaban. Contaron entonces que a esos pabellones se los llamaba “de la muerte”, porque estaban destinados a los presos políticos que la dictadura consideraba más peligrosos y desde donde varios de ellos fueron arrancados de sus celdas para ser asesinados.

Sus nombres fueron recordados por los oradores, que rindieron homenaje a sus vidas y a sus muertes en una mañana que iluminó las oscuras celdas de donde fueron arrancados. Julio Urien, actual presidente de Astilleros Río Santiago, contó que él también fue sacado del penal y se salvó de morir por la rápida intervención de un familiar. Reivindicó su pasado montonero y su presente de compromiso desde otro lugar, pero con los ideales intactos.

Julio Mogordoy, ex militante del ERP y uno de los organizadores del acto, recordó aquellos días terribles para reafirmar que no hay perdón, ni olvido, ni reconciliación posible con los asesinos. También hablaron otros ex detenidos, como Pablo Díaz, sobreviviente de la Noche de los Lápices, que mencionó a Francisco Provenzano, asesinado luego del copamiento a La Tablada y también compañero en aquella cárcel; Horacio Crea y Néstor Rojas, que remarcó la extrema juventud de algunos detenidos, “como Miguelito Paolinelli, que tenía sólo quince años”.

Al final, Eduardo Jozami, con la voz casi quebrada y lágrimas en los ojos, dijo: “Pido perdón por la cursilería, pero no puedo dejar de decir que nunca nos quisimos tanto como en aquellos días en que juntos enfrentamos a la muerte. La entrega, la solidaridad y la valentía de quienes estuvimos aquí encerrados se opusieron y triunfaron sobre las miserias y la perversión de nuestros verdugos.”

En la puerta del Pabellón Cuatro, actual Pabellón Universitario, quedó una placa, regalo y homenaje de los presos sociales, que decía: “Los estudiantes del Pabellón Cuatro, como testimonio y homenaje a los luchadores por la justicia social a treinta años del golpe”.

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