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Homenaje a los brigadistas de la Guerra Civil española

Con un documental sobre Pasionaria y el testimonio de la ex brigadista Fanny Edelman, de 95 años, en la sede del PC recordaron a 50 mil hombres que estuvieron en la Guerra Civil.

 Por Susana Viau

Con estricta puntualidad, a las siete de la tarde, en la sede que el Partido Comunista tiene en la avenida Entre Ríos, el periodista Hermann Schiller ocupó el lugar que le habían asignado en el estrado y frente a un centenar de asistentes trazó el perfil de quien estaba llamada a ser la figura central del acto de homenaje a los brigadistas que lucharon en la guerra de España, Fanny Edelman. Tras la proyección de Dolores, un largo y emotivo documental sobre Pasionaria, Fanny Edelman olvidó sus 95 años y trazó, de corrido, sin papeles ni apuntes ni titubeos la historia de los 50 mil hombres que llegaron de todos lados para concentrarse en Albacete y ponerse a las órdenes del italiano Luigi Longo. Al cierre, el anfitrión, Patricio Echegaray, tomó la palabra para hacer un anuncio: por estos días, dijo, en Portugal, 70 organizaciones se reunieron para poner en marcha lo que, al parecer, aspira a convertirse en una versión remozada de la Tercera Internacional.

No hacía falta ser un lince para advertir que entre la apretada biografía que desgranó Schiller y la que a lo largo de casi hora y media se había proyectado sobre la pantalla había muchos puntos comunes: tanto Dolores Ibárruri como la argentina Fanny Edelman nacieron en hogares proletarios; las dos tenían avidez por los libros y por el arte, pero no pudieron estudiar, una porque no estaba bien –lo cuenta ella misma en el documental– que la hija de un minero fuera maestra, la otra porque donde los recursos eran escasos, la educación secundaria le estaba reservada a los hijos varones. Hay todavía más semejanzas: ambas recibieron el impacto de la injusticia, pan cotidiano en el universo obrero al que pertenecían; ambas se casaron con socialistas y tuvieron vidas duras. De los cinco hijos de Pasionaria, sólo dos llegaron a adultos y en el final sólo tuvo a su lado a la mayor, Amaya, porque Rubén, el niño que más había amado, murió combatiendo contra los nazis en la Unión Soviética.

Dolores relata con infinito dolor, todavía con rabia, en el film, cómo, al llegar a Madrid llevando consigo a Rubén, se aloja en una casa de inquilinato, cómo la aprehenden allí y cómo sus caseros, por miedo, ponen en la calle al crío de siete años, “si los tuviera ahora aquí....”. Fanny, con sus hijos muy pequeños aún, tuvo que hacer frente a la invalidez de su marido y multiplicarse para atender la casa, al esposo y sus tareas militantes. Hay, por último, otra similitud y es física. No importa si Dolores Ibárruri era algo más corpulenta y Fanny Edelman menuda, femenina, ágil a una edad impensable. Se parecen en la vestimenta pulcra y austera, en el cabello blanco peinado hacia atrás, con un rodete, en las manos expresivas, de dedos largos, en la ironía.

Quizá no sea una pura casualidad, sino una cultura para la que el tiempo no es el enemigo al que hay que derrotar sino, simplemente, lo vivido, una cultura en la que envejecer no es una realidad pavorosa, sino una suma de victoria cotidianas. Para esa clase de mujeres no existe el dilema que atormentaba al personaje de Woody Allen, que no sabía si los recuerdos son algo que se tiene o algo que se ha perdido; para ellas, los recuerdos son un patrimonio. Es posible que la naturaleza de este tipo humano la exprese Pasionaria en dos momentos del film: cuando cuenta, riendo, que por ser hija de minero, hermana de minero y mujer de minero sabe manipular la dinamita, encenderla, utilizar el barreno, y también cuando más tarde acepta el desafío del entrevistador y enseña cómo hacer una buena tortilla, picando la cebolla y las papas bien finitas y friéndolas juntas para que sepa más sabrosa.

Hay, asimismo, una montaña de diferencias. Pasionaria fue elegida diputada por los mineros de Asturias y usó los fueros para acompañar huelgas, impedir desalojos (“No se puede tolerar que una mujer tenga que parir en la calle, tiene que parir en una cama; un viejo no puede morir en la calle, debe morir en una cama”) porque, de lo contrario, “¿para qué sirve ser diputado? ¿Para hacer discursos sentado en una banca?”. Fanny Edelman nunca tuvo un cargo político, excepto en su partido. Las dos, recuerda Fanny, se conocieron. Se vieron dos veces. La primera fue en Valencia, la segunda en Moscú, terminada la Segunda Guerra, “pero no estaba fuerte, vital, como se la ve en la película. Estaba destrozada por la muerte de Rubén”. Y agrega: “El regreso de Dolores a España fue el hecho más importante de la transición”.

Pasionaria fue la encargada de despedir a las Brigadas Internacionales, obligadas a abandonar España; Fanny Edelman, una joven pobre, judía y comunista, formó parte del contingente de internacionalistas y trabajó en el Socorro Rojo; su marido, entre tanto, recorría el frente como corresponsal de guerra. El jueves, con memoria prodigiosa, sin guiones, sin histrionismos, con su voz educada, reseñó de dónde llegaban, cómo pasaban los Pirineos en grupos de treinta o cuarenta cada noche. Eran los franceses de la brigada Comuna de París, los alemanes de la Thaelman, los italianos de la Garibaldi, los americanos de la Lincoln. Participaron de la defensa de Madrid, de las batallas del Jarama, de Brunete, de Belchite, del Ebro.

Con delicadeza, marca que esa historia no trata de la exaltación de la muerte y del coraje, “tengo que mencionar que no eran sólo combatientes. Cumplieron un rol fundamental en lo que se llamaron los Servicios Internacionales de Sanidad, enfermeros, médicos. Se ocupaban de los heridos, pero armaban hospitalitos, puestos de salud para los niños. Las brigadas se ocuparon de las criaturas desplazadas, hacían de maestros, montaban comedores infantiles. Fue la forma más alta de solidaridad que yo haya conocido. Eramos 50 mil. Un tercio murió en España”. Atrás del escenario hay un atril sobre el que está colocado un afiche amarillo. Se lo han enviado a Fanny Edelman desde Madrid hace muy poco y ella ha pedido que esa noche presida la charla. Se ven unas muchachas tomadas del brazo, los vestidos tienen grandes hombreras y todas llevan el cabello largo y ondulado, muy de los ’30. Sonríen y sostienen una pancarta en la que se lee “Bienvenidas Brigadas Internacionales”.

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