EL PAíS

Territorios irredentos

 Por Mario Wainfeld

A un cuarto de siglo de la invasión a Malvinas, el Gobierno nacional busca agitar la relación diplomática con Gran Bretaña. Las negociaciones respectivas marchan, según Argentina, a ritmo deliberadamente moroso. Los británicos alegan que son satisfactorias y proponen su lenta versión del paso a paso. Argentina invoca las resoluciones del comité de descolonización de la ONU, siempre repetidas, siempre desoídas. Los ingleses recuerdan los derechos de los habitantes de las islas, muy soslayados por la retórica argentina.

La acción actual se quiere presentar como firme y pacífica. Firme, para diferenciarse del menemismo. Pacifista para diferenciarse de la locura bélica de hace 25 años. Hasta ahora, el planteo ha sido sensato, contenido. Tratar de mejorar o acelerar las tratativas es un derecho argentino, cada uno juzgará si se actuó con ponderación y con eficacia.

Más allá de esa cuestión política, el cronista cree que sigue faltando una elaboración más o menos compartida de lo que hicieron los argentinos, en aquel entonces. La lectura dominante es adjudicar a la dictadura toda la locura y poner entre paréntesis el masivo apoyo que recibió.

El gobierno de Galtieri no estuvo solo, más vale. La ciega aventura, que incluyó el ejercicio de la fuerza militar, fue acompañada fervorosamente a niveles casi incomparables, incluso si se coteja gobiernos democráticos muy votados. Hablamos de una dictadura sangrienta, ya en declive, que había agravado también la situación económica de muchos argentinos.

Los argentinos no son, para nada, el único caso de amnesia sobre responsabilidades compartidas. El colaboracionismo en Francia o el nazismo fueron soterrados por muchos. Tal vez no haya otro modo de procesar los desvaríos compartidos que cambiar de criterio y diluir la polémica. Igualmente, el mal de muchos no debe complacer a nadie.

Da miedo pensar qué habría pasado si los ingleses se avenían a algún arreglo que mejorara contingentemente el prestigio del gobierno militar. No se puede abusar de los contrafactuales, en temas tan delicados. Pero la sumatoria de una recuperación de poder de la dictadura y el avance de la protesta social que se expresó el 30 de marzo habría sido una fórmula explosiva. Cebados en el éxito, legitimados, habituados a reprimir ilegalmente, qué no hubieran hecho los represores si (en el inexorable clima de distensión ulterior) avanzaban las huelgas o los reclamos por violaciones a derechos humanos. Nueva sangre argentina habría corrido, derramada por otros argentinos, acostumbrados a esos manes.

La pura prolongación de la tiranía y sus crecientes chances de negociar una salida “a lo Pinochet” y no “a lo Bignone” también habrían estado en el menú de lo posible-horrible.

Lo cierto es que pasó lo que tenía que pasar, ignorado por las mayorías e inexpresado por la mayoría de los políticos civiles. Recordarlo ahora suena incómodo, cuando todavía no se han reconocido debidamente los derechos de los veteranos sobrevivientes, de las víctimas mortales, de sus deudos.

Pero fue un disparate y no una gesta desbaratada en alguna encrucijada del camino, que un país arrasado iniciara una guerra, que costó muchas vidas de argentinos y de ingleses. Fue también un subterfugio en pro de la perduración del régimen.

El andar del calendario refutaría teorías acuñadas en medio de la fiebre. Las islas no fueron un enclave estratégico para la Guerra Fría, que se descongeló en un lapso relativamente breve, en términos históricos.

La fastuosa riqueza petrolera atribuida a la plataforma continental no se corroboró, hasta ahora. Tal vez dependa de tareas de exploración exitosas. Argentina está muy atrasada en esos menesteres, entre otras cosas, porque resignó su soberanía sobre el subsuelo, en tiempos de paz, con un gobierno peronista. Las concesionarias y su cultura extractiva hicieron el resto. Hace un par de años se habló de enormes inversiones para exploración off shore en cooperación con China. No se supo mucho más sobre el punto.

No se disputa una riqueza formidable, no es tierra lo que falta por acá. Así las cosas, lo razonable es encuadrar la reivindicación en un contexto distinto. Bregar por un territorio irredento está en la agenda de todo gobierno nacional, también hacerse cargo de ordenar sus prioridades.

Tiene su soberanía mutilada un país que no asegura los derechos básicos, garantizados por la Constitución, a muchos de sus habitantes. La falta de soberanía se padece en González Catán, en Palpalá, en las distintas ciudades de provincia llamadas Mercedes, en Luján de Cuyo, en Carmen de Patagones, en Malargüe, donde usted elija, en cualquier confín de la larga extensión del territorio nacional. Ser soberano en ese suelo no está al alcance de la mano, es bien difícil. Es un objetivo pendiente.

Y al unísono, más prioritario.

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