EL PAíS › OPINION

Una mesa realmente bien puesta

 Por Mario Wainfeld

Para un primer día de deshielo, tras meses de enclaustramiento, más no se podía pedir. Una reunión en regla de menos de una hora, “buena” según concuerdan ante este diario fuentes del gobierno español y del argentino. Una cena más prolongada (dos horas) y más recoleta, pues solo hubo dos comensales por lado: un ministro apellidado Fernández y un canciller por cada país rioplatense, el canciller Miguel Angel Moratinos y el facilitador Juan Antonio Yáñez Barnuevo por los anfitriones. La representación de los hispanos es doble, Yáñez implica a la Corona, Moratinos al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Para terminar de dar cuenta de su compromiso con las tratativas, el rey de España recibirá hoy a media mañana en el Palacio de la Zarzuela a los enviados que estuvieron cenando ayer. Es mucha exposición para el monarca, la máxima que podía permitirse en un encuentro que no ha rendido aún fruto alguno. El gobierno argentino se congratuló con esa señal, los negociadores se la transmitieron al presidente Néstor Kirchner, que mantuvo celular rojo todo el día con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.

El facilitador, que tiene en su disco rígido lo que habló con representantes de Botnia y del gobierno finlandés, pidió desde el vamos “creatividad” a las partes. Para el cónclave de estos días les exigió “discreción”. La palabra “discreto”, en boca de diplomático, es algo preciso y valorable. Es una cualidad profesional, que debe acrecentarse en razón directa a la importancia de lo que se dirime. Para predicar con el ejemplo, Yáñez eligió la quinta de El Pardo. Un lugar discreto, en este caso sinónimo de reservado, de poco abierto a la mirada de terceros (incluida la prensa), hasta de inaccesible.

En el tejido de su gestión, no sometida a reglas protocolares, Yáñez instó ayer a las partes a que definieran “sus líneas rojas”, comentan compatriotas suyos que tienen diálogo asiduo con él. Al pedido de traducción al argentino de la expresión “líneas rojas”, explican que se refieren a sus puntos no negociables. La relocalización, por los argentinos. El levantamiento de los cortes de ruta, por los uruguayos. Una vez fijados estos límites, llegará el momento de definir aquello en lo que, valga el condicional, podrían ponerse de acuerdo. Hoy comenzarán desde tempranito.

El reclamo inicial de “creatividad” hasta ahora parece haber caído en saco roto. Ninguno de los destinatarios emitió señales visibles de haberlo internalizado y, menos, obró en consecuencia. Con lo de la discreción parece irle mejor a Yáñez. En la delegación argentina, por ejemplo, cunde la cautela. El jefe de Gabinete la pidió con todas las letras. Habló por radio a la mañana y se apartó, por una vez, del manual de estilo kirchnerista, siempre confrontativo, a menudo francamente belicoso.

El sigilo testimonia que la instancia de acercamiento es frágil y que hay interés en preservarla. Toda una novedad en un entuerto cuyas peripecias, si fueran leídas por una mente conspirativa, sugerirían que hubo una conjura compartida para no llegar a ningún acuerdo. No fue así, no hubo dolo pero, vía culpas compartidas, se logró algo similar.

La intolerancia, un registro indeseable y poco profesional, llegó a un punto asombroso, de mayor aislamiento al que tuvieron muchos países en guerra: la cabal imposibilidad de sostener una instancia regular de diálogo. ¿Para qué hablar si el otro es intransigente?, preguntan los gobernantes de ambas orillas del Plata. Una respuesta sencilla sería: para ir generando un clima diferente, para ir “creando” soluciones. La hipótesis de una solución simple, satisfactoria, preenvasada, no le calza a un conflicto que aúna tantas aristas. No es simple una discusión entre ciudadanos de dos países, siendo que sólo uno captura a los réditos económicos. La habitual tensión entre la protección del medio ambiente y los incentivos económicos se torna endiablada dentro una comunidad, ni qué hablar cuando son dos, de países soberanos diferentes.

Un problema sin precedentes históricos en la región fuerza a procurar respuestas inéditas. No hay un password que habilite la salida, supeditada al armado de una agenda bilateral vasta y generosa.

Discurrir los problemas es una forma de empezar a resolverlos. El gobierno argentino es bastante remiso a creer esa verdad de la negociación; sus colegas uruguayos (en este caso por lo menos) no le van a la zaga.

Jamás se debió llegar a esta instancia, que encontró un tercero que derrocha voluntad y savoir faire. El resto deben hacerlo los protagonistas, que hasta acá han compartido records de sordera y desaciertos. Sería absurdo imaginar milagros, sería satisfactorio un saldo muy básico: que comenzara una seguidilla de encuentros y reuniones.

La mesa está servida, con toda pompa y circunstancia. De los invitados depende que no se frustre lo que tiene todo el talante de una elegante, si que módica, oportunidad.

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Imagen: EFE
 
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