EL PAíS

Suma cero, berretines y deberes

 Por Mario Wainfeld

Fray Bentos será hoy sede de una movilización con escasos o nulos precedentes, consecuencia de un inédito conflicto internacional por cuestiones medio ambientales. Será cinematográfica, sin duda, y es dable esperar que todos los intervinientes obren de modo respetuoso y pacífico. En términos políticos los sucesos de estos días subrayan un cambio de etapa que obliga a revisar los medios utilizados. Comienza la actividad productiva en la planta de Botnia y tocan a su fin los esfuerzos argentinos por impedirlo. Sucesivas tácticas del Gobierno buscaron complicar o desalentar ese escenario, su único logro tangible (traspapelado en la mayoría de las memorias) fue la relocalización de la pastera española ENCE.

En términos objetivos Uruguay primó en este tramo de forcejeos y el entredicho pasó de pantalla. La papelera se activa; la resolución de la instancia legal en La Haya llegará después y sería un milagro que resolviera desmantelar la planta.

Un nuevo horizonte asoma y el gobierno argentino debe revisar sus acciones futuras. Los hechos son tozudos, desconocerlos es necedad.

Los afanes del Gobierno también apuntaron a encauzar la protesta de los vecinos de Gualeguaychú. Eso se logró en cierta medida, pero, ante los hechos consumados, crece la radicalidad de los ambientalistas.

A las autoridades argentinas les cabe el reto de internalizar que perdieron el primer set y que deben revisar sus herramientas. La necesidad tiene cara de hereje. Si no se puede todo, al gobernante le cuadra hacer lo mejor dentro de lo disponible. En ese acotado contexto cobra fuerza, como avance agible en el corto plazo, el monitoreo conjunto y riguroso, alternativa que Uruguay vetó con dilaciones no siempre leales y a la que Argentina jamás apostó todas sus fichas, empecinada en posturas más extremas.

Lo mejor posible

En Cancillería y en Jefatura de Gabinete cunde un diagnóstico que siempre fue cantado, que largamente se negó y que se hace difícil difundir: sólo puede esperarse un fallo positivo desde La Haya si se prueba contaminación en el río provocada por Botnia. O, por decirlo al revés, sólo un hecho sobreviniente (por ahora virtual) puede mejorar las chances argentinas en esos solemnes estrados.

El impacto medioambiental inminente habilita una polémica inacabable, con una gama vastísima de respuestas. Los ambientalistas argentinos pueden llegar a predecir catástrofes en corto plazo. Los uruguayos y los finlandeses predican que nada pasará, que las garantías son amplísimas y que, si sobreviene algo infausto, el Gobierno y la legislación oriental garantizarán evitar los daños.

Dos altos negociadores argentinos, que dialogaron en reserva con este diario, promedian una visión más cauta y abierta. Por lo pronto, asumen que nada se sabrá del todo hasta que la planta empiece a operar. También aceptan, aunque no lo vocean, que el argumento de la “polución visual” es desmesurado y debe dejarse de lado puesto que la fábrica ni se ve desde la ciudad de Gualeguaychú. Confiando en informes técnicos que manejan, los funcionarios presumen que el olor fétido no será habitual, “como mucho dos o tres días al año, dependiendo de la dirección del viento”. Los finlandeses han prometido que las chimeneas tienen filtros suficientes para evitar emanaciones de humo tóxico, casi sólo ventearán vapor.

Aun dando por cumplidas todas esas promesas, queda pendiente el punto más escabroso que es la contaminación de las aguas. La megaexplotación las recalentará sensiblemente. Ese trastorno es un hecho, hay relatos muy dispares acerca de sus derivaciones en la población, la fauna, la flora y el ecosistema. Y, por supuesto, habrá que corroborar si los efluentes no agregan otros daños.

Entre Ríos

El gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, tuvo verba y praxis irresponsable durante años, azuzando de modo redundante la bronca de los asambleístas. Ahora trata de morigerarlos, sin autoridad ni coherencia, ni éxito.

Su sucesor y compañero Sergio Uribarri dialogó anteayer con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Uribarri, como tantos mandatarios provinciales electos, atraviesa una transición interminable, que le permite (de momento al menos) “bajar” a Buenos Aires para ver los primeros partidos en Primera de su hijo Bruno, quien controla el carril izquierdo en la defensa de Boca. El gobernador, según refieren en la Rosada, transmitió que está preocupado por la crispación de los vecinos de Gualeguaychú y también por la falta de solidaridad que nota en otros habitantes de la provincia de Entre Ríos.

Es natural que los vecinos adecuen sus modos de lucha al nuevo escenario, también es inexorable que de ese modo lo complejizan. Cruzar las fronteras para movilizarse contra una decisión del gobierno de un país vecino no es ilícito ni brutal pero es poco frecuente. Por algo fue un límite infranqueable durante mucho tiempo.

La protesta tiene, en la Argentina, modalidades chocantes para personas de otras latitudes. Es muy amplia, en términos comparativos internacionales, la aquiescencia con la ocupación del espacio público. Explicar a terceros esos criterios laxos, justificables entre nosotros por razones históricas, viene siendo trabajoso. Exportarlos impone a los asambleístas hacerse cargo de la ecuación de los otros. Otro tanto cabe exigir a la gente de a pie, al gobierno y a las fuerzas de seguridad del Uruguay.

Fin de agosto

Los negociadores de los dos países reconocen estar en falta con el facilitador español Juan Antonio Yáñez Barnuevo y, por ende, con la corona y con la administración de José Luis Rodríguez Zapatero. El 8 de noviembre hay una Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, estará presente el rey Juan Carlos. Para aquel entonces se habrá cumplido un año de la intervención española, cuyos ejecutores esperan señales auspiciosas desde el Río de la Plata. No es de majestades augurar malas ondas, pero puede que España toque retreta si no hay alguna devolución.

Hasta entonces Yáñez Barnuevo refrenó su tradicional activismo, por motivos misceláneos. En parte porque agosto es mes de vacaciones rabiosas en el primer mundo, en parte porque se viene la asamblea anual de la ONU y allá trabaja el hombre. En mucho, porque la pelota está del lado de los países litigantes. Sabedores de esa circunstancia, argentinos y uruguayos discontinuaron una vía sin salida, las reuniones de técnicos. Sin agenda precisa, sin poder decisorio, sus afanes (explican con una metáfora sexual en la Rosada) cumplían apenas funciones autosatisfactorias. Sólo la implicación del primer nivel de los gobiernos puede destrabar el nudo gordiano.

En ese contexto, exigente, se concretó el encuentro en la Quinta de Anchorena. Meses atrás, se frustró una reunión en ese mismo lugar entre los presidentes Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez.

Una finca con linaje

Se está repasando una etapa árida y frustrante, quizá no venga mal una digresión de color.

El Anchorena que da nombre a la quinta del cónclave era un argentino, integrante de esa conspicua rama de la oligarquía nativa. Aarón era su nombre de pila, grande su fortuna, muchos sus berretines usualmente fastuosos. Por ejemplo, allá por 1907, al hombre le dio por volar en globo, importó uno de Francia y también se trajo un instructor. Decidió atravesar el Plata en ese medio de transporte, inflado con gas de alumbrado. El coach europeo desaconsejó el periplo, por riesgoso. El cajetilla prescindió de él, en la mera escalerilla y consiguió que Jorge Newbery fuera de la partida. Tal parece que el francés no estaba descaminado: el globo zozobró (si esa expresión puede aplicarse en el aire) y estuvo a un tris de caer al río. Sólo mediando vientos propicios a las clases dominantes consiguió que cayera, con estrépito, en las costas uruguayas. Salieron más o menos indemnes, a Anchorena le pintó el paraje, se aseguró un entorno amplio, compró 11.000 hectáreas. Hecho el gasto principal se esmeró en traer semillas de todo el mundo y cultivar un bosque formidable. Muerto sin dejar descendencia, legó la estancia al gobierno uruguayo, imponiendo al donatario la carga de usarla efectivamente al menos veinte días al año. Vueltas de la vida, es hábito valerse de ella para verse con los argentinos, de ordinario en circunstancias menos tensas.

En ese enclave, sobredeterminado por los caprichos del simbólico integrante de una elite, volvieron a verse las caras con demasiada demora representantes de dos gobiernos elegidos por el voto popular. Gonzalo Fernández, por la celeste, su tocayo Alberto y Jorge Taiana con la celeste y blanca. Las tratativas previas incluyeron recriminaciones entre los Fernández, que se conocen desde hace añares, cuando ambos eran abogados penalistas y garantistas. Se reseñaron llamadas sin respuesta o gestos de mala voluntad de la contraparte. Los orientales acusan a sus pares de agitar la cólera nacionalista de los entrerrianos y de prepotear a fuer de país grande. Los argentinos culpan a los de la otra orilla de victimizarse, de psicopatear con su pretensa debilidad y de ser sumisos a los designios de su oposición y de Botnia.

La agenda del encuentro no fue difundida pero es casi seguro que hubo un (desechado) pedido argentino para posponer la apertura de Botnia hasta después de las elecciones. Y que más allá de la consiguiente rispidez y del racconto de las broncas acumuladas se reabrió una instancia de diálogo. Fray Bentos dramatizará, esto es pondrá en escena, un entredicho que es de suma cero. Propiciar nuevos elementos de integración, que agreguen a los intereses de ambas partes, es clave para empezar a develar el entripado. Si hay más bienes en juego, para toda la región, será más falible alentar renuncias parciales. Crear esas condiciones es una tarea peliaguda, sólo accesible tras muchas horas de trabajo duro, no apta para dirigentes cabezas duras.

Una culpa concurrente hermana a los dos gobiernos, no haberse percatado de que afrontan un problema de tracto sucesivo. No podrán dirimirlo sin apelar a mecanismos de cooperación permanente. Controversias así de complejas no se saldan sólo por la vía de los hechos consumados ni por impromptus creativos o emocionales de los presidentes. La cerrazón compartida jamás servirá de puente. El aislamiento exacerba lo peor de cada bando.

Una etapa ha terminado y adviene otra. La correlación de fuerzas cambió o más bien se ha sincerado. Las imágenes de hoy serán potentes pero no arbitrarán el futuro que sigue en manos de las elites de gobierno, cuyos berretines y caprichos ya compiten con los de Anchorena.

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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