EL PAíS

Imágenes de un altar

 Por Emilio Ruchansky

En la calle Coraceros al 2552 ayer no hubo conferencia de prensa al pie del cordón ni vecinos movilizados. Los carteles pegados en la cuadra donde vivía y desapareció Candela Rodríguez eran la marca de la trayectoria vertiginosa de los diez días pasados. Los más viejos pedían por el paradero de una nena que “se perdió”. Otros, más nuevos, surgidos cuando se mencionaba la posibilidad de un secuestro, reclamaban que “la devuelvan”. Los últimos, pegados el miércoles pasado, exigían justicia. Sobre el garaje se amontonaban velas y flores. También una virgencita a los que muchos vecinos tocaban o, al verla, se persignaban.

En la ventana de la casa, tapiada desde el principio, alguien colgó una bandera enorme, con unas frases sueltas que conforman la plegaria que une a todo aquel que se sintió tocado con el caso. “No te conozco y escuché de vos. No te conozco y vi tu foto. No te conozco y lloré por vos. No te conozco y te busco. Y porque no te conozco, ya te quiero conocer.” Sin hablar y de manera fugaz, Carola Labrador salió de su casa ayer alrededor de las 16, tras el velatorio y el entierro, para pasar el día en casa de familiares. Los pocos vecinos que accedían a hablar con la prensa, pedían un poco de paz. “Lo único que te pido, hoy no rompan las pelotas”, le contestó uno a un movilero de televisión.

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