EL PAíS › OPINION

Vidas

 Por J. M. Pasquini Durán

Esta semana el almanaque recaerá de nuevo, inexorable, en otro 24 de marzo, fecha ennegrecida por la arbitrariedad criminal que asaltó el gobierno el mismo día hace veintinueve años, en el siglo pasado. Entre tanta memoria oscura sólo resplandecen las imágenes luminosas de tantas vidas, muchas de ellas en los primeros tramos de sus itinerarios personales, que fueron arrebatadas en nombre de doctrinas que negaban “la dignidad de la persona humana y sus derechos”. La frase entrecomillada pertenece a un reciente texto del presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, cardenal Renato Martino, funcionario del Vaticano, pero no fue enunciada para condenar aquellos crímenes sino para alabar al Ordinario Militar Antonio Baseotto, un hombre que por su manera de pensar, según sus actos y discursos, se hallaba más interpretado y protegido por Jorge Rafael Videla que por la actualidad nacional.
El Ordinario, puesto en la obligación de aceptar esta democracia imperfecta, con seguridad simpatizaba con Carlos Menem más que con cualquier otro presidente de los últimos veinte años, debido a las especulativas adhesiones del riojano a las añejas teorías eclesiásticas sobre la procreación. En realidad, conocida la propensión donjuanesca de este septuagenario padre y abuelo simultáneo, si hubiera sido fiel a los métodos episcopales, que niegan el uso del profiláctico, a esta hora debería tener más hijos que Urquiza. Al Ordinario no le importa que ese tipo de fidelidad no sea otra cosa que un ejercicio de la hipocresía, porque él también es hipócrita cuando usa el tema del aborto para contrabandear una reivindicación de los vuelos de la muerte como un justo acto de castigo para los réprobos y herejes.
En la visión de la ultraderecha católica, la Casa de Dios es un bunker cerrado a cal y canto. Las personas que son aceptadas por los propietarios privados de la fortaleza son reconocidas como personas de fe y las que quedan afuera merecen ser arrojadas al mar con la piedra al cuello, o detenidas, desaparecidas, torturadas y arrojadas desde aviones en vuelo. Existen otras concepciones de la Casa de Dios, las que abren puertas y ventanas, bajan los puentes y allanan los caminos para que entren el sol y la humanidad. En esta Casa se ejerce, por ejemplo, la solidaridad con los que sufren, atienden las heridas y calman la sed y el hambre de los que necesitan. Por cada Ordinario, hay cientos de miles, creyentes verdaderos, que aman la vida y que en la puerta no le preguntan a ningún niño cómo fue concebido para hacerlo pasar, abrigarlo y confortarlo.
En el arroyo de solidaridades con el Ordinario, el presidente del Consejo Pontificio para la Familia, cardenal Alfonso López Trujillo, señaló que lo acompañaba “en esta hora de prueba, por dar testimonio de la verdad contra el aborto, la ejecución capital de un inocente en el seno de la madre y sobre el preservativo”. Tal vez sea un error de la memoria, pero esta personalidad no figura entre los muchos que expresan solidaridad con las Abuelas y Madres de la Plaza, que fueron separadas por la fuerza del fruto de sus vientres y vieron descoyuntadas a sus familias en inhumanas horas de prueba y que desde hace veintinueve años dan testimonio de verdad y claman por justicia. Sus demandas, repetidas hasta enronquecer, lo mismo que las protestas de las llamadas Madres del Dolor, ¿no logran atravesar las murallas del Vaticano y resonar, por ejemplo, en los despachos del Pontificio Consejo para la Familia? ¿A qué familias aconseja y a cuálesconsuela, don López? ¿Enviará su mensaje a la próxima marcha del 24 de marzo?
Cualquier ciudadano tiene el derecho de profesar sus creencias religiosas y obedecer a su propia conciencia. Todos los ciudadanos tienen el derecho a que el Estado los proteja de cualquier intento de dominación por parte de una facción religiosa, sea de mayoría o de minoría, porque si no fuera así tendríamos el maridaje de Religión y Estado del que nace el fundamentalismo fanático, arcilla con la que se modela al terrorismo contemporáneo. ¿Esa coyunda es la que quieren los obispos argentinos? ¿A cuál de las casas de Dios los conduce el tramposo sentido corporativo? Cierto es que ningún funcionario del Gobierno o de la Iglesia puede imponerle a nadie los requisitos de sus vidas privadas, pero el Estado tiene la obligación de darles a todos y todas la mayor cantidad de opciones libres. Cada cual elegirá la que recomienden sus convicciones e intereses. Y, por último, como decían las viejas tías de misa semanal: “Menos pregunta Dios y más perdona”.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.