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APOSTILLAS DEL JUICIO

- Sueño: El presidente del tribunal está obsesionado con el tiempo. Antes del 14 de marzo Julio Maier tiene que terminar con la maratónica ronda de 137 testigos y a razón de tres jornadas de juicio por semana. Ese “plazo fatal” lo desespera pero, eso sí, por ahora no le quita el sueño:

–Dada la premura con que se me refiere termine –le lanzó a Ibarra el primer día del juicio–, recuérdese que hay un lapso muy breve de tiempo; tampoco es posible como sugiere acá el señor Jorge Enríquez que nos quedemos hasta las 5 de la mañana; porque al menos yo, necesito dormir.

- Catástrofes: El coordinador del departamento de Catástrofes del SAME hacía varios minutos que estaba sentado en la silla de testigos. La fiscalía había comenzado a ametrallarlo con una batería de preguntas preparada para quien, supusieron, era el hombre más experimentado del SAME para hablar, finalmente, de la catástrofe de Cromañón. Pero no. Bastaron unos minutos para que todas las expectativas cayeran al piso.

–Quiere decirme quién le informó (de Cromañon) –preguntó Enríquez.

–Yo –respondió Vicente Carluccio– me enteré por los medios.

- Café: El gran contratiempo del primer día del juicio comenzó cuando Ibarra pidió la lectura completa de los dos dictámenes de acusación con sus 318 fojas para comparar los puntos discordantes. La lectura embarulló las primeras horas de audiencia. Los secretarios del tribunal se pasaron la posta para leerlos, Maier pidió que las partes acuerden la suspensión. Que la lectura de los dictámenes ya llevaba tres horas y recién andaban por las primeras páginas, pero siguieron. Media hora más tarde, sus secretarios ya habían alternado la lectura tres veces, se había hecho un cuarto intermedio, habían pasado varios cafés y apenas 48 fojas de las 318.

–Por favor –imploró Maier–, pido un pequeño auxilio para esta situación. Yo soy el que juzgará esto, no tiene ningún sentido hacerlo así. No cumple función alguna leer los dictámenes, ni función alguna en el juicio. Les pido a las partes que vayan a un cuarto intermedio para pensarlo.

La lectura quedó suspendida y Maier se ganó un café.

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