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La madrina de la nouvelle vague se filma a sí misma

La rama argentina de la Fipresci presenta hoy dos trabajos que la extraordinaria realizadora belga Agnès Varda dedicó en años recientes a todas las formas de la recolección.

Procurando reparar en parte el pequeño escándalo que representa su virtual segregación de la cartelera cinematográfica local, la rama argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci), que reúne a los principales críticos del país, presenta hoy a las 19, en el auditorio del Malba (avenida Figueroa Alcorta 3415), el díptico que la extraordinaria realizadora belga Agnès Varda dedicó en años recientes a todas las formas de la recolección. Y que permanece inédito en nuestro país, cosa curiosa en momentos en que la práctica del cartoneo pasó a ser parte indivisible del paisaje urbano.
Cariñosamente apodada “la madrina de la nouvelle vague”, Varda es, desde hace unos cuarenta y cinco años, autora de una obra tan vasta y reconocible como difícil de definir, cuya única brújula parecería ser su imbatible, eternamente joven interés por las cosas de este mundo, antes que cualquier clase de dogma estético o personal. Esa curiosidad de Varda ante el mundo, aliada a una rara mezcla de agudeza, inspiración, buen humor y felicidad, aflora con particular plenitud en sus documentales, aún menos conocidos en la Argentina que algunos de sus títulos de ficción (como Cleo de 5 a 7, La felicidad o esa ficción documentalizada que se llamó Sin techo ni ley).
Sólo a un espíritu libre (libre de prejuicios, de presupuestos falsos, de tontería) podía ocurrírsele la recolección como tema ideal para una película. Sólo un espíritu inquieto podía terminar descubriendo, sobre la marcha, que un cineasta no es, finalmente, otra cosa que un recolector. En Los recolectores y yo (Les glaneurs et la glaneuse, 2000), Varda recurre al más ligero de los equipajes cinematográficos (el video digital) y con él se filma a sí misma (sus manos nudosas, sus canas, su espléndida vejez) mientras recolecta imágenes de gente que recolecta. Que recolecta basura, objetos diversos o que levanta una cosecha.
Una de esas películas únicas que parecen ir haciéndose a sí mismas en el camino, Los recolectores y yo (exhibida gracias al Servicio de Acción Cultural de la Embajada de Francia) será proyectada junto con su secuela, el mediometraje Los recolectores y yo: dos años después, que Varda acaba de presentar en el mundo entero. “Aprendí mucho filmando esta película”, dice, como si se tratara de una principiante, esta mujer de setenta y pico de años, con casi medio siglo de carrera encima. “Los recolectores y yo confirmó mi idea de que el documental es una disciplina que enseña a ser modesto”, remata una de las más admiradas (y admirables) cineastas contemporáneas. La función será presentada por el crítico francés Gregory Valens, de la revista Positif, y habrá luego una mesa redonda con los críticos locales Horacio Bernades, Diego Lerer y Sergio Wolf.

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Agnès Varda es una cineasta imprevisible, sin dogmas estéticos.
 
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