ESPECTáCULOS › “EL CUIDADOR”, DE HAROLD PINTER, EN LA SALA EL DOBLE

Unos vagabundos sin destino

El buen trabajo de dirección de Lorenzo Quinteros realza esta puesta del dramaturgo inglés, crítico habitual de los atropellos de las superpotencias. Antonio Ugo descuella en un elenco sólido.

 Por Hilda Cabrera

El viejo vagabundo Davies necesita imperativamente zapatos, porque tiene “asuntos que atender”, y así como está, con los agujereados que calza y la lluvia que no cesa, tiene pocas opciones. No piensa abandonar la destartalada casa en la que encontró refugio. En ese deseo pedestre deposita su experiencia de vida. A este desclasado, un convicto quizá, no le importa otra cosa que la supervivencia. El diálogo con los supuestos dueños del lugar es accesorio. Tampoco se sabe de dónde proceden éstos ni qué cosas no quieren oír sobre ellos. Puede que se trate de una casa tomada. Davies charla, y a veces de modo prepotente y con cierta sorna. Es de ésos que confrontan pero ceden cuando les conviene, y en su caso alternativamente con los hermanos Mick y Aston, que muestran actitudes e intereses inconciliables.
Cada uno a su manera dejó de ser alguien, y esto lo percibirá el espectador en la misma atmósfera que crean los personajes al mezclar racionalidad y disparate. El pasado atraviesa el presente, fragmentándolo de manera tal que éste puede transformarse en una pesadilla teñida de humor negro. ¿Quién podría imaginar el destino de unos individuos que rehúyen la acción? Gente impasible ante las goteras y el crujido de los goznes de puertas que se cierran con el ruido metálico de las de una celda. ¿Y qué le espera a Davies en caso de que lo echen de ese lugar al que Aston lo llevó después de rescatarlo de una inminente paliza en un bar?
Rigurosa en su concepción formal y creativa respecto de los contenidos del texto, esta puesta de Lorenzo Quinteros explora en la problemática social de unos marginales, de los que subraya tanto los silencios como los ataques de exasperación o sus cómicas reflexiones. Quien reúne en grado superlativo estas emociones es Mick, el personaje que en cada irrupción convierte el escenario en una trampa. Está claro que el cerco es la habitación en la que se suceden las acciones, pero también la manifiesta ignorancia de lo que ocurre afuera, de lo que está más allá de sus estrategias de excluidos.
Si bien El cuidador no está entre las piezas de Harold Pinter en que la amenaza se yergue como asunto primordial, tampoco aquí está ausente. Reaparece en el mudable carácter de los protagonistas y en su práctica de la impostura. Esos falseamientos determinan a su vez una forma de violencia que en algunas secuencias se manifiesta de modo explícito y, en otras, como vívido recuerdo. Es el caso de Aston, trastornado al parecer por una tormentosa experiencia de la infancia. Arrojados fuera de una sociedad en la que las relaciones se degradan día a día, como los proyectos en común, hace tiempo que han iniciado el camino de la resignación. Esta aceptación de una “vida provisional” paraliza cualquier iniciativa: la de construir un galpón en Aston, buscar un trabajo en Davies o reparar un techo en Mick.
Escritor y guionista, además de importante dramaturgo y discutido autor de artículos periodísticos en los que criticó las políticas de las grandes potencias en cuestiones internacionales, el inglés Harold Pinter expresa aquí con intensidad la incomunicación, el fracaso, la violencia y la locura, en un marco doméstico que no es de clase media sino el de unos marginados y marginales en total descalabro emocional. La soledad y el arrebato van configurando una situación tragicómica, interpretada con sensibilidad y entrega por los actores, y muy especialmente por Antonio Ugo en el papel de Davies, especie de detonante de una historia con final abierto. El cuidado puesto en este montaje demuestra que en el escenario no hay elementos superfluos, aun cuando abunden trastos de todo tipo.
Entre los rubros técnicos tiene especial incidencia la música casi cinematográfica compuesta por Rick Anna y el diseño de luces de Quinteros, quien, a semejanza de otras direcciones suyas, como Dar la vuelta, Los escrushantes, Equívoca fuga de señorita apretando el pañuelo, Otros paraísos, y sobre todo Hormiga Negra, imprime a esta obra una atmósfera pictórica y sensorial. Entre otros ejemplos, el agua es un recurso constante en El cuidador, título que aquí alude a alguien que confiesa no haber cuidado nunca nada.

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En “El cuidador”, tres marginales llevan una “vida provisional” que se vuelve costumbre.
 
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