ESPECTáCULOS › “LA LIGA EXTRAORDINARIA”, UN FIASCO DE STEPHEN NORRINGTON

Unos superhéroes demasiado aburridos

 Por Martín Pérez

Uno de los más interesantes guionistas dentro del mundo de los comics más tradicionales es el británico Alan Moore. Su ya legendaria miniserie Watchmen (1987) revolucionó el mundo de la historieta de superhéroes a fines de los ochenta –Terry Gillam pasó toda una década soñando con adaptarla al cine–, y su nombre asomó en Hollywood de la mano de From Hell (2001), una decepcionante adaptación protagonizada por Johnny Depp de un trabajo monumental sobre Jack el Destripador que Moore tardó una década en terminar. Jugando a mezclar sin prejuicios la cultura elevada con la popular, el oscuro y apocalíptico Moore tuvo la divertida idea de jugar a los superhéroes con los personajes de la literatura decimonónica, y creó La Liga Extraordinaria, que acaba de llegar al cine de la mano de Sean Connery y Stephen Norrington, el director de Blade (1998). Una adaptación que, como no podía ser de otra manera tratándose de un nuevo encuentro entre el ambicioso e imaginativo Moore y esa prejuiciosa industria de masas que es el Hollywood actual, no es más que una nueva decepción.
Después de profundizar con la oscura historia de Jack el Destripador, la idea de Moore fue revivir personajes clásicos como el explorador Alain Quartermain de Las minas del Rey Salomón, el Capitán Nemo de Julio Verne, Dorian Gray y aquel Hulk primigenio que fue el Dr. Jekyll (y Mr. Hyde, por supuesto). A ellos se les suman un Hombre Invisible inspirado en el personaje de H. G. Welles y la vampírica Mina, esposa de aquel Jonathan Harker que supo correr detrás del conde Drácula. El concepto internacional de toda producción de Hollywood –que consiste en meter un personaje estadounidense– agrega en la adaptación cinematográfica un Tom Sawyer ya crecidito y a las órdenes del Servicio Secreto norteamericano. Semejante pastiche siempre al borde del ridículo, que funciona de una extraña manera en la historieta original, aquí deviene –algo imperdonable frente a una idea tan funambulesca– en un increíble aburrimiento.
Simplificada hasta la tontería, La Liga... no deja de sorprender por su magnífico despliegue de producción y diseño. Pero su narrativa extremadamente didáctica pierde el ritmo todo el tiempo. Y en esas pausas aparecerá todo el tiempo un declamativo Sean Connery —encarnando a Alan Quartermain— que con el correr del metraje parecerá estar rodando siempre otra película. Una en que Quartermain juega a ser el padre de Sawyer, mientras todos bostezan a su alrededor. Más allá de capitales incongruencias como la posibilidad de que el impresionante Nautilus pueda navegar por el Sena o el incomprensible desenlace de la aventura en Venecia, La Liga... es una de esas películas en las que a alguien se le ocurre algo y eso sucede inmediatamente. Y así es como lo que podría ser ridículo termina convirtiéndose –el mayor pecado a la hora de las aventuras, por incongruentes que sean– en algo sencillamente irrelevante.

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