ESPECTáCULOS › MEDESKI MARTIN & WOOD, EN EL TEATRO GRAN REX

El placer de lo inclasificable

 Por Roque Casciero

Cuando se habla de música, en la búsqueda de describir el camino elegido por un artista que no descansa amigablemente en los moldes, a menudo se recurre a la palabra “inclasificable”. Pues bien, aquí va otra vez: lo de Medeski Martin & Wood es inclasificable. O por lo menos rehúye a la clasificación más simplista, esa que se logra con un par de nombres en inglés y otros tantos adjetivos. Es que este trío instrumental conformado en el corazón de Manhattan abreva en fuentes tan disímiles como el jazz, la música clásica, el funk, el rock, los ritmos latinos y la composición espontánea típica de la escena del Downtown. Pero, en lugar de conformarse con armar un cadáver exquisito con retazos de cada género, MMW los degenera, los vuelve irreconocibles, partes de un todo original y único. Por eso sus conciertos son experiencias únicas, en las que seguir los caminos que trazan los teclados de John Medeski, las percusiones de Billy Martin y el bajo de Chris Wood se convierte en una aventura para el oyente. Eso se había vivido en la primera visita del grupo a Buenos Aires, en 1999, y volvió a suceder el domingo pasado, en un Gran Rex con mayoría de treintañeros en busca de recuperar emociones (musicales) fuertes.
El programa del concierto anunciaba que MMW iba a presentar Uninvisible, pero apenas sonaron tres temas de ese álbum. El propio Medeski le había adelantado a Página/12 que habría mucha música nueva, ya que el trío tiene casi listo su próximo trabajo. Pero, en realidad, casi da lo mismo qué tracks elijan interpretar. Por lo general, las piezas se sostienen de una frase musical a la que el trío retorna tras una excursión hacia lo inexplorado, aunque nadie puede asegurar ese regreso, ya que a veces el tema estalla, otras se diluye en el silencio, o se corta abruptamente.
Es notable el modo en el que improvisan MMW: puede que cada uno de los músicos vaya tras su propia musa, pero el todo nunca pierde forma. En los momentos más intensos, más que tocar los teclados, parece que Medeski les diera cachetadas; en la calma, apenas desliza sus dedos sobre el piano o el Hammond. Lo mismo puede decirse de la versatilidad de Martin (que salta de la batería para apretar patitos de juguete y aporrear campanitas) y de Wood (que clava un palillo entre las cuerdas del contrabajo y lo usa para hacerlas vibrar, entre otros trucos).
Justo cuando los espectadores creen que ya le encontraron la vuelta a lo que proponen MMW, llega el bis y el último “ooooooh” de asombro de la noche: en medio de un tema, Martin hace sonar un cavaquinho, Wood se adelanta con su contrabajo y Medeski saca a relucir una melódica; los tres se juntan al borde del escenario, sin amplificación. Entonces hay que hacer un esfuerzo extra por escuchar, para no perderse ni un detalle de I wanna ride you. Pero vale la pena: son los últimos sonidos de una noche irrepetible.

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