ESPECTáCULOS › A LOS 65 AÑOS, MURIO AYER EL GATO DUMAS

El arte del buen comer

A pesar de su estilo refinado, nunca quiso que lo llamaran “chef”. Se definía como “cocinero”. Les puso glamour a los ciclos televisivos de gastronomía y transmitió un sentido hedonista de la comida.

 Por Emanuel Respighi

Muchas son las cosas que se pueden decir acerca del Gato Dumas. Que era extrovertido y verborrágico lo prueban los numerosos programas de cocina que encabezó en televisión. Que era algo soberbio y un poco egocéntrico quedó expresado en las entrevistas que concedió a lo largo de sus 65 años de vida, en las que no tuvo reparos en afirmar públicamente que era “el mejor cocinero”, que él había “inventado la Recoleta” y hasta que era “el último cajetilla”. Que sus numerosas recetas basadas en langosta, caviar o cordero no estaban al alcance del bolsillo de la mayoría de las amas de casa, ni parecían estar destinadas a aquellas personas que querían cuidar su figura. Pero hay una cosa que nadie puede desconocer del personaje: el Gato Dumas fue sobre todo un tipo simpático y entrador. Un “amante del buen vivir”, tal como reza el slogan del Gourmet.com, el canal en el que trabajó (gozó, mejor dicho) hasta que se le cruzó la muerte. El informe médico del Hospital Universitario Austral de Pilar expresó que el fallecimiento fue producto de un “tromboembolismo pulmonar masivo”. Hace un mes habría sido operado de un cáncer de próstata.
Carlos Alberto Dumas nació en Buenos Aires el 20 de julio de 1938. De muy chico, Dumas soñaba con ser artista como su abuelo, un escultor discípulo y amigo de Rodin y Picasso, entre otros. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que lo suyo no era la pintura ni tampoco la escultura: su verdadera pasión estaba en la cocina. Por eso fue que promediando la carrera de arquitectura, Dumas viajó a Londres para aprender cocina con su primer maestro, Robert Carrier, por entonces el abanderado de la cocina moderna. Pese a su ascendencia “aristócrata” (fue socio del Jockey Club) y el dinero de su padre, el joven se las rebuscó como lavaplatos, guía del British Museum y hasta vendía sweaters por las calles londinenses. Además de su amor por la cocina, Dumas era fanático del rugby; jugó en los clubes CUBA, Belgrano y en el Richmond inglés. De sus tiempos de rugbier acuñó el apodo de “Gato”. “Por lo ágil, flaco y rápido que era”, dijo alguna vez, ya con su exuberante barriga identificatoria.
Tras su retorno a Buenos Aires, inauguró el primero de una serie interminable de restaurantes. No le inquietó instalar La Chimere justo frente al cementerio de la Recoleta. De ahí que siempre se haya vanagloriado de haber “inventado” la Recoleta como reducto de alta gastronomía. Su aire de bon vivant le permitió llevar su cocina a la TV, con numerosos ciclos que renovaron la presencia gastronómica en pantalla. Muy lejos de la cocina casera y austera de Doña Petrona o Blanca Cotta, Dumas desarrolló a lo largo de sus programas una cocina refinada y extremadamente alta en calorías. A pesar de las diferencias de contenidos, sus ciclos tuvieron un denominador común: una copa de vino en alguna de sus manos. O en ambas. De hecho, como consecuencia de las largas jornadas de grabación, el televidente avispado podía fácilmente reconocer a través de la manera en que hablaba y el brillo de sus ojos si se trataba de un envío grabado en el comienzo o en el final del día.
Casado en dos oportunidades y padre de cinco hijos –Olivia, su última hija, nació cuando Dumas tenía 60 años–, nunca le gustó que lo llamaran chef. “No me gusta la palabra chef. Nosotros somos cocineros, sin que suene despectivo. ¿Qué es eso de ser chefs si, en realidad, vivimos en un país de lengua castellana?”, se quejó hace algunos años ante este cronista. Fundador de una escuela de gastronomía que lleva su nombre, llegó también a publicar varios libros y hasta creó su propia marca de consumo masivo (catering, comida congelada, vinos). Un hombre que, ante todo, disfrutó de la vida.

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El Gato Dumas murió como consecuencia de un problema pulmonar.
 
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