ESPECTáCULOS › “OSAMA”, EL PRIMER FILM AFGANO QUE LLEGA A LA PANTALLA OCCIDENTAL

Justicia y mujeres entre los talibanes

 Por Horacio Bernades

Cubiertas de pies a cabeza por la burka llamada a mantenerlas ocultas del mundo, las mujeres se manifiestan en silencio, levantando carteles que dicen: “Queremos trabajar”. “¡Ahí vienen los talibanes!”, advierte alguien y todo el mundo empieza a correr, mientras desde carros hidrantes un grupo de guardianes barbudos las rocía, a los gritos. Desde la propia escena introductoria, Osama no deja lugar a dudas sobre su tema, situación, lugar y hasta tono dramático. Primera película filmada en Afganistán desde la llegada del fundamentalismo al poder, la ópera prima de Siddiq Barmak es de esas que se dirigen directamente al espectador, como quien le lanza a la cara un cascotazo de realidad. No hay espectador occidental que no sepa de qué se trata: desde bastante antes del 11/09/01 todo el mundo está al tanto de que la situación de la mujer en la tierra de los talibanes es lo más parecido que pueda imaginarse al infierno sobre la tierra. Lo que hace Osama es poner eso en imágenes, en relato, en parábola.
Recibida por brazos abiertos de este lado del mundo, premiada en una apabullante cantidad de festivales desde su presentación en Cannes 2003, Osama parecería ser la película que Occidente estaba esperando ver. Concisa y descarnada, a lo largo de sus apretados ochenta y pico de minutos la película de Barmak exhibe la estructura simple y transparente de una torre de cubos. Cada acontecimiento viene a montarse sobre el anterior, generando una suerte de efecto acumulativo que empieza de modo demoledor y termina siendo lisa y llanamente devastador. La anécdota es sencillísima y resume el hueso de la situación: en tiempos de los talibanes, la mamá y la abuela de una niña deciden que lo mejor que la chica puede hacer es hacerse pasar por niño. Corroborando que no hay salidas en una sociedad cerrada, la niña, rebautizada Osama (si hay algo que a Barmak no le falta es capacidad apelativa), terminará viviendo un triple calvario: primero como niña, luego como niño y finalmente, como mujer.
Fotografiada en adecuados tonos terrosos, editada –por el propio Barmak— con la misma seca precisión que el realizador demuestra a la hora de escribir y filmarla, actuada por no profesionales tan elocuentes como ningún actor pudo serlo, Osama escalona su tragedia como quien desciende los sucesivos círculos del infierno. Luego de que su madre, enfermera de un hospital de Kabul, resulta “descubierta” (en la patria de los talibanes las mujeres estaban privadas tanto del derecho de trabajar como del de mostrarse en público), aquélla y la abuela deciden cortarle el pelo a la niña, vistiéndola con ropa de varón. “¿Adónde nos llevan?”, pregunta la niña poco más adelante, y le contestan que Bin Laden necesita soldados para el combate. Reclutada, no se le hará fácil sortear las desnudeces de la intimidad. Sobre todo, durante las clases de sexualidad dictadas por un anciano mullah, obsesionado con abluciones y poluciones nocturnas. A la larga, el círculo se cerrará, con una suerte de ironía infernal.
Con habilidad, Barmak introduce referencias que ayudan a completar el cuadro. Sobre todo, las vinculadas con el destino de los varones afganos y la guerra de liberación antisoviética. Máxima elocuencia tienen planos como uno en el que una mano cubre el pie de una mujer, que asomaba de modo tabú, por debajo de la burka. La sensación de que la película ha sido pensada en buena medida para el espectador occidental se ve reforzada por la presencia, no del todo justificada, de un corresponsal extranjero, que por supuesto no correrá la mejor de las suertes. Pero el realizador acierta con escenas como la del juicio público a cargo de un mullah, toda una farsa que ayuda a entender el funcionamiento de la Justicia, en una sociedad que no se caracteriza precisamente por ella. El último plano tiene la fuerza de un último clavo en el ataúd, cerrando una película en la que no queda el menor resquicio para segundas lecturas. Lo que hay es lo que se ve. Y lo que se ve es la clase de cosa que nueve de cada diez espectadores preferirían no ver.

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