PSICOLOGíA › EN “BELLAS Y EXITOSAS MUJERES”

Amores esquivos

 Por Stella Maris Rivadero *

Ellas son bellas y exitosas mujeres a las cuales el amor les es esquivo, no así las locas pasiones. Sus cuerpos están esculpidos desde muy jóvenes por múltiples cirugías y remodelaciones para acceder a una imagen perfecta. Se preguntan por qué ellas, que han trabajado tanto por modelar y embellecer sus cuerpos, no sólo con tratamientos quirúrgicos sino con horas extenuantes de gimnasio, no tienen éxito en el amor. Aunque sí lo tienen con los hombres, cuya condición es que también sean bellos: los cautivan con su imagen, pero luego desaparecen por propia decisión o porque ellas rápidamente se desencantan. En general, siempre hay alguno “de repuesto”, que en el primer momento del flechazo aparece con todos los atributos, el enamoramiento. De pasión en pasión va pasando la vida, pero el verdadero amor nunca llega.

Desde siempre el campo de las pasiones del ser –el amor, el odio y la ignorancia– ha sido objeto de la reflexión. “Son las pasiones aquello por lo que los hombres, íntimamente, se diferencian ante el juicio, les sigue a las pasiones como consecuencia tristeza o placer, así son por ejemplo la ira, la compasión el temor y cuantas otras hay semejantes a estas y sus contrarias” (Aristóteles, Retórica). Nos interesa abordar la veta del amorpasión y hoy intentaremos detenernos en una que toma una coloratura diferente en una época donde prima el dar a ver, el ofrecerse a la mirada, donde la imagen del cuerpo aparece fetichizada: la pasión por la imagen del cuerpo.

M., de 30 años, es traída a la consulta porque hace un mes que está deprimida, sin comer ni dormir. Está tirada en la cama llorando porque cortó con su novio, ella lo apuró para casarse y él no estaba aún seguro. Me aclara de entrada que ella hizo muchos tratamientos pero que de todos se aburrió, porque empezaban con la historia infantil y ella tenía todo claro, su desesperación actual es por qué H la dejó, no lo tolera. Ella ha tenido muchos novios pero se desencantaba. Este era el candidato ideal, profesional exitoso, buen nivel cultural, su mitad complementaria, el ideal para su familia.

Sus sesiones son un relato vehemente, apasionado y furioso del dolor que le causa esta situación. Su relato es pulsional: cualquier situación despierta su ira y la furia, constantemente está en una zona difícil de pasaje al acto.

Al poco tiempo otro caballero queda prendado de su belleza. Ella lo maltrata y le exige que sea un ser de excepción. Constantemente busca ser reconocida por el otro y cualquier desvío de la mirada del otro, la sume en un paroxismo de furia incontrolable, con una catarata de demandas incontrolables, sin siquiera notar que la no respuesta del otro la deja a ella en una búsqueda constante de reconocimiento.

Se pregunta cómo el otro se pierde a una mujer como ella, que es toda una mujer. Después de un arduo tiempo para que se instale algo de la confianza en la palabra, ella cuenta que todas sus relaciones tienen ese alto grado de peleas, todo la saca de quicio, los otros son imperfectos y ella no tolera el error ajeno. En el transcurso del análisis, M. se apacigua de a ratos. Cuando vuelve a aparecer su novio, a veces como novio y otras como amante, ella está dispuesta a cualquier cosa con tal de estar con él. A pesar de los desplantes ella está empecinada en que él es el hombre de su vida.

Para M. el amor es posesión; no tolera que para amar es necesario soportar la pérdida. Su atrapamiento narcisístico le impide ver más allá de su imagen, no da lugar al amor contingente que vela la imposibilidad de la relación sexual. Estas palabras podrían ser suyas: “Apenas mis ojos atónitos contemplaron su belleza me abalancé a él desvanecida. Como la llama en la llama, nos quemamos en el mismo fuego. Al fin había encontrado a mi igual, a mi otro yo: no éramos dos, sino uno, ese único ser maravilloso del que habla Platón en su Fedro: dos mitades de la misma alma”. (Fragmento de Mi vida, autobiografía de Isadora Duncan, en Antología del amor apasionado, comp. Ana María Shua y Alicia Steimberg, ed. Alfaguara). El cuerpo no está destinado al intercambio sino a dejar pasmados con la belleza, a la adoración de su imagen; es un cuerpo fetichizado. Engarce de la demanda del Otro materno con la demanda del Otro social, “éxito, belleza”, que por lo demás no hay que descartar si están abrochados a su posición deseante y no como simple obediencia al imperativo. Cuanto más el sujeto se encuentra capturado en la imagen, sacándole brillo y lustre, más alejado está de su deseo. Estamos frente a un avance del mito de Narciso, una historia de amor en la que el sujeto termina por conjugarse tan bien consigo mismo, que por encontrarse consigo encuentra la muerte. El destino narcisista del sujeto, al enamorarse de otro que cree que es él mismo o al apasionarse por alguien sin darse cuenta que se trata de sí, pierde en todas las ocasiones y se pierde.

En toda relación entre un hombre y una mujer se sitúa un desencuentro. Pero el desencuentro es más profundo en las pasiones, allí donde se pone en juego la alienación del deseo en un objeto. Sólo el amor mortal es novelesco, ese amor amenazado y condenado por la propia vida. Se trata de la pasión de amor, y aunque la pasión implica el sufrimiento, cuando se está apasionado, cuando se vive una pasión, no se tiene registro real del sufrimiento.

¿Qué consecuencias trae el hecho de que un sujeto capturado ilusoriamente en un juego de espejos, deponga su subjetividad y, buscando la reciprocidad, permanezca allí, consumido y exaltado, sin escatimar sacrificios ofreciéndose en el altar de su pasión? Esta pasión amorosa generalmente no anota el paso del tiempo, que podría ser eterno. En el amor pasión siempre se trata de un exceso, en el cual se ponen de manifiesto tanto los acontecimientos de la relación del sujeto con el Otro, como el rechazo de la falta. “Amores que matan nunca mueren”, dice el refrán. El amor aparece como un afecto enigmático y de él lo que importa es el signo. El encuentro amoroso puede hacer emerger aquello que estaba oculto, en estado latente, la pasión desatando la locura. En la dimensión imaginaria del amor, cuando eso se hace pasión, también hay tragedia.

* Texto extractado del trabajo “Amores esquivos, pasiones desenfrenadas”, que se publicará en el próximo número de la revista Imago Agenda.

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