PSICOLOGíA › LA PELICULA “ELEPHANT” Y LA TRAGEDIA EN EL COLEGIO

“¡Divertite!”, dijo una voz de mando

Por Mario Goldenberg*

“Si alguien le encontró sentido a la vida, por favor escríbalo aquí.” La frase estaba escrita en el pupitre que usaba Junior, el chico que mató a tres de sus compañeros e hirió a otros cinco en una escuela patagónica. El episodio de Carmen de Patagones es un signo de la época. La película Elephant dirigida por Gus Van Sant, que recibió la Palma de Oro 2003 en Cannes, trata de un hecho en un high school de Portland, Oregon. La película recorre vidas de adolescentes que transcurren con bastante aburrimiento. En la película no hay padres; los chicos van y vienen de su casa, los padres no se ven.
Dos amigos están en una casa. De pronto llega una encomienda y todo se desencadena: es un rifle. Lo prueban en el garaje. “Mañana es el día”. Al día siguiente, en ropa de combate, armados hasta los dientes, van al colegio. Nadie se sorprende, nadie los detiene. Llegan al pasillo central y, antes de comenzar la masacre, uno le dice al otro: “¡Divertite!”. No hay ningún delirio mesiánico; no hay en juego ningún sentido.
Sí. Elephant muestra un mal sin amarre en el sentido, ni siquiera un sentido delirante. Es el mal por diversión, en un lugar donde cualquiera puede armarse con tarjeta y por encomienda; un síntoma social en la economía de mercado americana.
La película muestra un vacío de significación. No podemos reducirlo al pasaje al acto de unos adolescentes desquiciados, aunque quizá lo fuesen.
El film muestra la irrupción de lo disarmónico en la aburrida armonía del high school pueblerino. Van Sant pensó en la parábola de los ciegos y el elefante: en esta historia, de la que existe, en los cánones budistas, una versión del siglo II a. C., varios ciegos examinan diferentes partes de un elefante. Cada ciego cree entender la verdadera naturaleza del animal basándose en la parte que tiene en sus manos.
En Carmen de Patagones tenemos nuestro Elephant. El coro de ciegos puede decir que en el colegio habían visto hacía unos días el film Bowling for Colombine, o que esos chicos jugaban al Counter Strike, o que fue un brote psicótico o una patología encubierta no detectada a tiempo. Etcétera.
¿Cómo leer un hecho así? Si lo tomamos aisladamente, sin duda es un pasaje al acto, pero entra en serie con Colombine, con la escuela de Belsán en Chechenia, con el 11 de septiembre en Nueva York, con las bombas de Atocha en Madrid... Es la época de la civilización y su trauma. Vivimos entre el estrés postraumático y el estrés pretraumático.
La declinación de los Ideales, que implicaban una regulación, produce sujetos que no creen en nada: “Si alguien le encontró sentido a la vida...”. Encontramos nuevas modalidades de la adolescencia: no les interesa nada, no les interesa saber nada, sólo divertirse bajo un fondo de aburrimiento generalizado; hay nuevas formas de fracaso escolar, de violencia, de consumo de drogas y alcohol, de anorexia y bulimia y también de graves inhibiciones.
El episodio de la escuela Islas Malvinas es preocupante, no sólo para determinar la “patología” de quien irrumpió a los tiros contra sus compañeros, sino también la incidencia traumática en los demás estudiantes y en los demás establecimientos educativos del país. La comunidad tiene el deber ético de la comunidad de prestar atención a los jóvenes, no para “detectar al enemigo”, sino para poder escuchar a alguien que escribe: “Lo más sensato que podemos hacer los seres humanos es suicidarnos”; escuchar a jóvenes y niños cuyo sufrimiento no es ruidoso, no llega a los medios, no se constituye en espectáculo mediático.

* Miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL). Profesor de la UBA.

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