PSICOLOGíA › EL MITO BIBLICO COMO PRIMERA OPERACION SEMIOTICA

El fracaso de Adán se llamó Eva

 Por Juan Magariños
de Morentin *

El mito adánico puede tomarse como metáfora de la primera producción semiótica (en nuestra cultura occidental) y, con ella, primera proyección, desde la estructura conceptual del ser humano, de la existencia de las entidades del mundo: “...Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada viviente tuviera el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo...” (Génesis, 19-20).

Dejo para otra oportunidad el tema del fracaso de esta primera tarea semiótica, con la que Dios pretendía que el hombre dejara de estar solo: esto se revirtió cuando el hombre se encontró con lo que Dios, en un segundo intento, le había preparado especialmente y completó aquella primera producción semiótica nombrando a esa nueva presencia: “Entonces éste [el hombre] exclamó: ‘Esta será llamada mujer [varona] porque del varón ha sido tomada’”.

Con lo cual, además, se instaura al varón como punto de referencia en nuestra historia (occidental). Lo que propongo a la reflexión es esta muestra de la eficacia de la producción semiótica (en este caso, del discurso): todas las aves del cielo y todos los animales del campo adquieren existencia ontológica al ser nombrados por el hombre, y lo mismo ocurre, en este relato, con la mujer. Antes de que el hombre los hubiera nombrado, en virtud de haber sido nombrados por Dios, todos tenían existencia óntica, pero la posibilidad de identificarlos, o sea, de atribuirles significado y sentido en función de la identidad diferencial de cada uno, sólo se da a partir de que el hombre les hubo atribuido un nombre.

Hay, en esta metáfora, una cómoda situación inicial: nada tenía nombre y ningún nombre había sido usado previamente. La semiótica (discurso verbal, en este caso) no tenía historia y, por eso mismo, el mundo tampoco; hasta que, mediante la generación de un femenino, se transforma la semiosis, lo que hace posible la identificación de una nueva presencia, que se diferencia de las preexistentes dando lugar al primer cambio y, con él, a la historia.

Pero, al pasar de la sorpresa retórica a la pretensión explicativa, se enfrenta una situación diferente. El mundo que percibe (reconoce/conoce) el ser humano consiste en un conjunto de entidades, que resulta determinado, a cada momento de su historia, por las posibilidades enunciativas (reproducción/producción) verbales, visuales, táctiles, etcétera, proporcionadas por el conjunto de semiosis de que dispone en ese mismo momento de su historia.

Si reproduce lo que antes ya podía enunciar, reconoce lo que podía percibir y tal como ya antes podía percibirlo; si produce nuevas formas enunciativas que antes no podía enunciar, conoce lo que no podía percibir y como antes no podía percibirlo. Hay una correlación fuerte entre lo enunciable y lo percibible. Y este orden sería también ineludible e inalterable: tengo que poder enunciar para poder percibir y no a la inversa. No es la nueva percepción la que produce la necesidad de una nueva enunciación (aunque ello resulte contraintuitivo); para estar en condiciones de percibir algo diferente, el hombre tiene que saber que lo puede percibir; de lo contrario, lo negará como percepción, negándose a percibirlo. Inversión de otra metáfora religiosa clásica: la que relaciona a Santo Tomás con el Cristo resucitado; no se trata de que si lo viera lo creería, sino que deberá creer para poder ver.

Si está dispuesto a modificar la estructura de su conocimiento, por intuir que puede nombrar otras entidades a cuya percepción no accede, es que ya se situó en el borde de sus posibilidades semióticas y será en función de los contenidos y relaciones de transformación enunciativa que pueda proporcionarle ese borde como aceptará modificar su estructura cognitiva para poder ver lo que supone que está dejando de ver. De alguna manera, esto implica una teoría de la creación, que es en lo que consiste la interpretación transformadora.

* Profesor de semiótica en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional de Jujuy.

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