REPORTAJES › EDUARDO RINESI, POLITOLOGO

El retorno de un discurso “ferozmente antipopular”

A partir de las lecturas dominantes de los resultados electorales, Rinesi analiza la reaparición de la dicotomía peronismo-antiperonismo, su relación con las referencias al clientelismo y al republicanismo. También interpreta la relación del kirchnerismo con los medios de comunicación.

 Por Javier Lorca

“Ni estoy seguro de que las relaciones clientelares sean causa de un voto alienado, ni creo que quienes suelen poner los ojos en blanco frente a ese fenómeno sean portadores de criterios menos parciales de elección”, sostiene el filósofo y politólogo Eduardo Rinesi, director del Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento. En esta entrevista, cuestiona la aparición después de las elecciones de un “discurso ferozmente antipopular”, lamenta la “manera tan pobre” en que la idea de república ha regresado al debate político y analiza la compleja relación del kirchnerismo con los medios de comunicación. Así inició el diálogo Página/12:

–Teniendo en cuenta la aparente segmentación social que mostraron los resultados electorales, ¿hay un hiato entre el sujeto social al que interpelan las políticas y los discursos del kirchnerismo, y el sujeto social que lo sustentaría con su voto?

–Sí y no. Por un lado, durante estos últimos años, el Gobierno llevó adelante una serie de políticas públicas, como las que tendieron a la recuperación del empleo y del salario, que claramente sirvieron a los intereses de los sectores sociales más pobres del país, que masiva y comprensiblemente votaron a la candidata continuista. Por otro lado, es obvio que durante estos mismos años hubo y hay también un conjunto de temas en la agenda del gobierno, y un conjunto de políticas –por ejemplo, en el campo de la revisión de los crímenes de la última dictadura–, que no forman parte del repertorio clásico de las asociaciones de esos grupos sociales, ni de sus demandas más perentorias, y en relación con los cuales sí se podría hablar de un hiato. A mí me parece muy interesante la obstinación del gobierno de operar en ese hiato, de no cancelarlo, de no hacer de su discurso y de sus prácticas una pura repetición de lo que surgiría inmediatamente de las necesidades o las preocupaciones de los sectores a los que se revela más eficaz para representar.

–¿Por qué?

–Porque eso es exactamente la política. La política no es la expresión, en el nivel del discurso o de las prácticas, del ser social previo de un grupo, ni incluso de toda una sociedad, sino el laborioso trabajo de modificación recíproca entre ese discurso, esas prácticas y esa sociedad. La política de un gobierno no es ni debería ser la pura identificación de su discurso y de sus prácticas con la imagen que ofrecen los sondeos de opinión de la sociedad, o el grupo al que representa o cree o querría representar, sino la atención a las necesidades de esa sociedad y la simultánea afirmación de una diferencia respecto de esa imagen. En una de sus frases más felices, el viejo Alfonsín dijo una vez: si la sociedad se ha vuelto de derecha, nosotros debemos prepararnos para perder elecciones, no volvernos de derecha. El progresismo argentino de las últimas décadas ha tendido a pensar de otra manera: si la sociedad se ha vuelto de derecha, nosotros, que somos de izquierda, debemos hacer cosas de derecha, porque sería jactancioso y arrogante y antidemocrático afirmarnos en una posición distinta de la de “la gente”, cuya opinión ese progresismo tiende a considerar una suerte de inmodificable roca dura de la historia. Me parece que Kirchner ha demostrado en estos años una comprensión más compleja y más política de este mismo problema. Se ha propuesto construir –como se dice a veces con escándalo– una hegemonía, y eso siempre implica un juego entre la propia identidad y la de los distintos sujetos a los que se interpela.

–¿Observa un regreso del ordenamiento peronismo-antiperonismo en los modos que asumió el voto y en las lecturas del resultado electoral?

–Hay un regreso, sobre todo después de las elecciones, de un discurso antiperonista muy rudimentario, muy básico, revelador de un conjunto de prejuicios antipopulares que llaman la atención –y preocupan– por su extraordinaria tosquedad. No veo en cambio la reaparición de un discurso gubernamental que, en respuesta a ese discurso antiperonista, se construya especularmente en la afirmación de algo así como una identidad peronista. Por un lado, es claro que no es ésta la apuesta del Gobierno, que parece más bien buscar otros horizontes identitarios. Por otro lado, el viejo peronismo, el más tradicional y litúrgico, no parece estar masivamente del lado del Gobierno.

–¿Cómo interpreta la incidencia de las prácticas clientelares en las elecciones? ¿El clientelismo implica una mera cautividad del voto o se pueden hallar otros sentidos en sus manifestaciones?

–La aparición en estos días de la idea de cautividad del voto, e incluso de la necesidad de “rescatar” ese voto cautivo de las garras del malvado clientelismo peronista, forma parte de la emergencia de ese discurso ferozmente antipopular. El clientelismo es un tipo de relación política injusta y antidemocrática, desde ya. Nadie podría defenderla, y eso es obvio. Pero no es menos obvio que, para personas sometidas a condiciones muy duras de pobreza, las redes de protección vinculadas con ese tipo de intercambios ofrecen condiciones mínimas de supervivencia que, lejos de constituir factores de heteronomización de su voluntad, son el punto de partida de cualquier posibilidad de elección. Es necesario reflexionar sobre la idea, reiteradamente expresada en estos días, de que los votos de las clases medias y altas son votos menos condicionados, menos alienados y más espirituales que los votos de los pobres porque, además de que revela un prejuicio clasista escandaloso, es de una falsedad palmaria. No fueron los pobres argentinos los que salieron a la calle, hace no tantos años, coreando lindezas como “pusimos dólares, queremos dólares”, que no parece exactamente una consigna reveladora de una desinteresada preocupación por el futuro de las generaciones argentinas. De manera que ni estoy seguro de que las relaciones clientelares sean causa de un voto alienado, ni creo que quienes suelen poner los ojos en blanco frente a ese fenómeno sean portadores de criterios menos parciales de elección.

–La oposición de clase media/alta parece haberse enfocado en cuestionamientos republicanos.

–La idea de república es una idea tan interesante de la tradición política occidental que es una pena que hoy vuelva de manera tan pobre al debate político argentino. La idea de república, en el pensamiento clásico del que proviene, supone dos cosas: la noción de una cosa pública y la idea de conflicto. Hay república porque hay, en una sociedad, un campo común entre las distintas clases, pero también porque ese campo común es un campo de batalla. Así entendida, la idea de república condensa lo fundamental, me parece, de la idea misma de política, y es una idea absolutamente útil para seguir pensando hoy. Ahora, es exactamente contra las consecuencias más inquietantes de esa idea que se levantan en Europa, después del Renacimiento, las grandes teorías modernas del orden, que sostienen la necesidad de un poder estatal fuerte para conjurar el peligro de ese conflicto que la idea clásica de república supone. El problema es que ese poder a veces es muy odioso y poco respetuoso de las libertades ciudadanas, y de ahí que, sobre todo a partir del siglo XVIII, la historia del pensamiento político asista a la emergencia de una nueva idea de república, que la piensa no tanto como una cosa pública conflictiva sino como un conjunto de buenas maneras gubernamentales, asociadas a la división de poderes y a ese tipo de mecanismos. Cuando hoy se recupera la idea de república en los debates argentinos, se lo hace, me parece, en este sentido que podríamos llamar moderno. No hay nada de malo en ello. Pero esa idea pierde buena parte de su interés si no se la pone en diálogo con la riquísima tradición que piensa la república como una cosa pública peliaguda, en la que una comunidad va construyendo en el conflicto y a partir del conflicto su destino común. Esta idea clásica de república, lejos de ser una pieza de museo, ofrece una importante posibilidad teórica para pensar el presente, muy superadora del mero escándalo bien pensante frente a la evidencia de que existen en la sociedad el antagonismo y la lucha.

–¿Cómo analiza la relación del kirchnerismo con los medios de comunicación?

–Kirchner ha operado una fuerte recentralización del discurso político en relación con un par de factores que en la última década y media lo habían colonizado hasta la asfixia: los medios de comunicación y el discurso técnico económico. La colonización del discurso político por la TV –y el espectáculo de los políticos argentinos haciendo cola para comer fideos con Tato Bores, ir a la cama con Moria Casán o almorzar con Mirtha Legrand– es un fenómeno muy fuerte de la política nacional desde la segunda mitad de los años ’80, un fenómeno que tenía consecuencias: el discurso político asumió el formato y los códigos de la TV, los políticos se convirtieron en actores que repetían libretos. Independientemente de cualquier consideración sobre los contenidos del discurso kirchnerista, una cosa destacable es que Kirchner no va a los medios. Y no sólo no va sino que ha logrado que los medios vayan a él. Un poco al estilo de lo que ocurría en los primeros años de la transición, cuando los medios –como mostraba Oscar Landi en sus memorables trabajos sobre esta cuestión– iban a los lugares clásicos de la enunciación política: el acto cívico, el balcón de la Casa de Gobierno, las sesiones parlamentarias, y nos llevaban esas imágenes a las pantallas de nuestros televisores. Pues bien, a partir de 2003 la palabra política vuelve, en la Argentina, a ocupar un lugar central en su relación con los medios. Lo hace incluso recreando una escena bastante institucional y solemne: la del presidente hablando desde un estrado con su edecán atrás. No es extraño que los medios, acostumbrados a ser ellos los dueños de la situación, perciban esta reconfiguración de la escena como una afrenta intolerable.

–En su perspectiva, ¿cuáles son los desafíos centrales que afrontará el próximo gobierno?

–Primero, profundizar la lucha contra el desempleo y la pobreza. Segundo, construir un Estado fuerte y democrático en condiciones de ser un instrumento eficaz de políticas públicas de avanzada. Y tercero –y aquí el gobierno saliente tiene, me parece, una de sus deudas más importantes–, crear las condiciones para el desarrollo de una democracia fuertemente participativa, en la que la ciudadanía recupere la capacidad para generar consensos a través del ejercicio público de la deliberación.

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Imagen: Daniel Jayo
 
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