SOCIEDAD › REPORTAJE A CARLOS MONSIVAIS, ESCRITOR Y LUCHADOR CONTRA LA EPIDEMIA

“No respeto fórmulas mortales”

El ensayista mexicano, militante contra la homofobia y por los derechos de las minorías, cuestiona duramente la posición de la Iglesia Católica contra el uso del preservativo para prevenir el contagio. PáginaI12 lo entrevistó en el marco de la cumbre contra el sida.

 Por Mariana Carbajal

Desde México DF

“Respeto las creencias ajenas, como todo el mundo lo debe hacer, entre otras cosas porque no hay creencias idénticas ni siquiera en la misma familia. Pero no respeto la imposición de fórmulas mortales como el rechazo al condón”, dispara el reconocido escritor mexicano Carlos Monsiváis, en una entrevista con PáginaI12, sobre la posición de la Iglesia Católica en contra del uso del preservativo. La lucha contra la epidemia del VIH y contra la homofobia son dos de las tantas causas en las que este intelectual de izquierda, periodista, ensayista y narrador se ha involucrado con ferviente compromiso desde hace años. Sobre ambos temas se explaya en este diálogo, con la XVII Conferencia Internacional de Sida –que termina hoy en esta ciudad– como escenografía.

La ironía, el humor ácido y unos gruesos lentes son su sello distintivo, tanto, tal vez, como su omnipresencia: foros múltiples, revistas, mesas redondas, programas de radio y televisión, periódicos, coloquios, antologías, prólogos y museos lo han convertido en una celebridad y uno de los personajes fundamentales de la Ciudad de México. Su agenda está repleta de compromisos. Monsiváis les pone el hombro a la defensa de las minorías sociales, a la batalla por la despenalización del aborto, a las luchas feministas, a la educación pública y la lectura, entre otras: este año, la Universidad Nacional de México (UNAM) le entregó el Premio Honoris Causas Perdidas. Es una de las tantas distinciones que atesora. Autor de una enorme obra, la amplia mayoría publicada en revistas y diarios mexicanos, pero también en unos treinta libros, Monsiváis es considerado el gran cronista del DF, la ciudad que lo vio nacer setenta años atrás. Y donde vive desde entonces (en la misma casa de siempre). Ganador del Premio Juan Rulfo 2006, autor de Aires de familia (Anagrama), libro que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayos en el 2000, Monsiváis acepta la entrevista de PáginaI12, pero –por falta de tiempo, ya que está en vísperas de un viaje– finalmente pide que las preguntas se envíen por correo electrónico. A las pocas horas, manda sus respuestas. Aquí van.

–¿Cómo nació su compromiso con la lucha contra el VIH?

–En 1983 o 1984, cuando empezó a hablarse del sida, el “cáncer rosa”, las noticias eran vagas y muy homofóbicas. Luego, comenzó el desfile funerario. Perdí muchos amigos y fui testigo de la condición lamentable en que morían, del desprecio y el horror de las familias, del maltrato de médicos y enfermeras, de la ignorancia que triplicaba el prejuicio, del prejuicio que facilitaba la ignorancia. Todo esto me fue llevando a seguir tan minuciosamente como podía los avatares de la pandemia y a producir artículos tan informativos como lo permitía el conocimiento de entonces. La pandemia ha seguido y he mantenido mi interés.

–Escribió en una columna con motivo de su último cumpleaños, que desde 1985 la pandemia del sida le resulta “una sola fecha aterradora”. ¿A qué se refiere?

–En materia de una pandemia, los acontecimientos se unifican: son muy parecidos o iguales los ritmos del descubrimiento de la enfermedad, del período de negación, de los informes a familiares y amigos, de las visitas aterradas a los médicos, de las crisis, de las recuperaciones, de la sensación de años perdidos. En el trato con amigos infectados, por momentos me siento repitiendo escenas o confrontado con la singularidad que nunca lo es tanto: se comparten la ausencia de medicamentos, las dificultades del trato con los médicos, las intensidades de las crisis, etcétera. Todo esto y el olvido o la malignidad sociales informan de una sola fecha aterradora.

–¿Ha podido ser irónico con el tema del sida?

–No se puede ser irónico con la soledad desesperanzada, con la dureza de la enfermedad, con la agonía presentida por meses o años. Pero sí se puede ser irónico con los prejuicios y con la teatralización del ánimo.

–¿Qué relaciones encuentra entre el sida y la literatura?

–Las hay muchísimas, y uno las encuentra en novelas, cuentos, poemas, incluso en guiones cinematográficos. No son exactamente las relaciones entre una enfermedad y el registro literario, sino entre un fenómeno médico, político y social y el modo de trasladarlo al arte.

–A pesar de las evidencias, la Iglesia Católica sigue oponiéndose al reparto de condones y a que los estudiantes reciban información sobre su uso para prevenir la infección de VIH. ¿Cuál es su reflexión frente a esta postura?

–Respeto las creencias ajenas, como todo mundo lo debe hacer, entre otras cosas porque no hay creencias idénticas ni siquiera en la misma familia. Pero no respeto la imposición de fórmulas mortales como el rechazo al condón. En su primera gran reunión con los obispos africanos, el papa Ratzinger los conminó a enfrentarse a los grandes problemas de Africa: el adulterio, la homosexualidad, el uso del condón y el aborto. ¿Se puede tener sobre esto una opinión que no sea el rechazo de la intolerancia que actúa en nombre de dogmas insostenibles? Un obispo mexicano dijo, sin rubor, que los Evangelios prohibían el condón. Le faltó decir que San Juan especialmente se oponía a la clonación. Lo bueno de este asunto es que a las recomendaciones eclesiásticas ya sólo parecen hacerles caso los suicidas en potencia.

–En 1975 promovió junto con Nancy Cárdenas el primer manifiesto en contra de las redadas ilegales y muy violentas contra los homosexuales en México. Han pasado más de 30 años. ¿Por qué cree que la homofobia sigue siendo tan fuerte en las sociedades latinoamericanas?

–Ese manifiesto fue muy significativo porque lo firmaron cerca de ochenta escritores, intelectuales, artistas plásticos, teatristas y bailarines, entre ellos Juan Rulfo, Fernando Benítez, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska. Era un rechazo primerizo de la conducta homofóbica del Estado y, al parecer, o eso creíamos, no tuvo un efecto visible. Sin embargo, y no obstante la descarada y francamente tonta homofobia del Partido Acción Nacional, hoy en el poder, los avances han resultado notables y la presencia de gays y lesbianas es ya un hecho cotidiano de la vida democrática. ¿Por qué es tan fuerte la homofobia en América latina? Por las razones acostumbradas: la cultura judeo-cristiana tal y como la transmite un clero obstinadamente reaccionario, por el machismo como estrategia de compensación en la pobreza, por el machismo como ampliación de los derechos de la clase gobernante, por el miedo a comprometer la imaginación si no se cancela la noticia de otros comportamientos, por el orgullo de ser como todos antes de que las estadísticas probaran que no todos son como todos.

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“No se puede ser irónico con la agonía, pero sí con los prejuicios”, dice Monsiváis.
Imagen: Ana D’Angelo
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