SOCIEDAD › TESTIMONIOS DE CHICOS EN LA CALLE

Crónica de golpes y persecuciones

Pelotitas y secadores son dos “herramientas de trabajo”, dicen los chicos que en distintas esquinas porteñas hacen malabares o limpian parabrisas para juntar unas monedas. Desde hace semanas, esos chicos y esas “herramientas” son el centro de la saña de las “fuerzas del orden”. “Hace una semana nos sacaron las pelotitas, patada en el culo y al patrullero”, contó Fernando, de 15 años. “A mí, hace un mes, me rompieron el secador y el balde con agua y me llevaron a la fiscalía; estuve un toco de horas ahí”, recordó Martín, de 11 años. “Los llevamos a la comisaría para seguridad de ellos”, se excusó un oficial que presenció el diálogo de este diario con los chicos. La presión también llega a los cartoneros que duermen en las plazoletas de la 9 de Julio: un patrullero les quita las bolsas con papel y cartón para arrojarlas adentro de un camión de Cliba, denunciaron los chicos que juntan papel.
Por lo menos una veintena de niños que hacen malabares en distintas esquinas de la 9 de Julio contaron a este diario que la policía les quita las pelotitas que hacen girar en el aire. Pero ellos, cansados, encontraron la forma de esquivar ese acoso. Fabián, de 17, contó que “ahora hacemos malabares con naranjas o manzanas; como son comida, no te la pueden sacar”. Pero ese argumento no es del todo respetado. Cecilia tiene 15 años y hace malabares frente al teatro Colón: “Nosotros hacemos con limones. Los compramos a tres por un peso. Pero a mí me los sacaron igual y pisaron ahí, en el medio de la calle. Encima, me sacaron 20 pesos; antes nos jodían, pero no nos sacaban la plata”, relató.
“El jueves pasado vinieron y pum, adentro de un patrullero de la tercera. ‘Cuando te hablo mirá para abajo’, dijo el poli, y pum, cachetazo en la cabeza. Después, abajo. Patada en el tobillo. Pisaron la escobita (secador), rompieron los baldes y otra vez pum, cachetazo en la cabeza. Salí corriendo porque si no, pum, comisaría”, contó Fabián, un “contraventor” de 16 años. Fabián para en la esquina de Bartolomé Mitre, allí donde cinco chiquitos hacen malabares con mandarinas y aprendieron que, cuando se les acerca la policía, se las tienen que comer.
Martín, de 15 años, contó cómo se convirtió en “contraventor”: “Estaba limpiando vidrios y vino la policía y me echó varias veces. Dijeron que si no me iba me llevaban por doble A (averiguación de antecedentes). Volvieron y estaba yo con otros pibes. Nos pidieron documentos, rompieron las gomitas de los secadores, patearon a la mierda los baldes y nos llevaron”. El hecho ocurrió a las 17, ya no en un horario encubierto por la oscuridad donde nadie pudiera ver nada. “Igualmente, estos chicos están invisibilizados para la sociedad”, opinó Pablo, operador del Consejo de las Niñas, Niños y Adolescentes porteño que conoce a Martín y trabaja con él. Según su relato, todo ocurrió en Perón y 9 de Julio, hace un mes. Estuvo encabezado por “dos policías de civil, dos uniformados y uno vestido de traje, al parecer un superior”.
A Martín lo llevaron junto con otros cuatro chicos, dos menores de 18 y dos mayores, al Centro de Atención Ciudadana, en Combate de los Pozos 155, donde se aloja a los que infringen el Código Contravencional. Les tomaron los datos y los tuvieron varias horas porque “según me explicaron, el nuevo Código no permite actividades lucrativas no autorizadas por el gobierno porteño. Y limpiar vidrios o hacer malabares es una actividad lucrativa”. Martín recuperó su libertad por una gestión del Consejo, pero al volver se encontró con que su “ranchada”, el lugar donde paraban y que estaba establecido en la vereda de la sede del Banco Ciudad, no estaba más. “Nos sacaron cinco colchones y nos tuvimos que ir. Antes, esto no pasaba”, comparó el adolescente.
En la esquina de Belgrano y 9 de Julio, hace dos semanas, la policía ordenó a un camión de Cliba que levantara las diez bolsas con papeles para vender que Luis tenía en la plazoleta. El chico de 15 años dormía. “Me despertaron, no entendía nada, me sacudieron y dijeron que si no me iba en 10 minutos me llevaban. Salí corriendo y los de Cliba tiraban el papel, cartón y aluminio en el camión. Esto es nuevo porque antes jodían menos”, admitió.
En la vereda del local de comidas rápidas de Corrientes y Carlos Pellegrini estaban parados dos chicos cuyas ropas contrastaban con las raras vestimentas porteñas. Página/12 se acercó a hablar con ellos al mismo tiempo que un policía de apellido Bernardez. “No podés estar aquí”, le ordenó a uno de ellos. El chico –de 13 años– le dijo que sólo esperaba que le dieran comida. El policía le advirtió: “No hagas lío”, y le preguntó si tenía documentos.
–¿Es una práctica habitual pedirle el DNI a un chico tan chico? –preguntó este diario a Bernardez.
–Es que si no lo tiene lo podemos llevar –fue la escueta respuesta.
A medida que el policía intentaba explicar su actitud luego de que este periodista se identificara como tal, se acercaron otros dos uniformados de la comisaría 3ª. Uno de ellos, Gervasio Pérez, se prestó al diálogo.
–¿Es habitual llevar hasta la comisaría a un chico notablemente menor de edad sin documentos?
–El problema es que por ahí tienen el pedido de algún familiar que lo está buscando. Por eso les preguntamos qué están haciendo; por ahí están perdidos y no se animan a preguntar, ¿entiende? En la comisaría hay un libro en el que están (registrados) los pedidos de las familias, ¿entiende? No es que se los detiene, sino que los llevamos por averiguación...
–¿Por averiguación de antecedentes?
–No, porque son menores –se apresuró a aclarar–. Pero por ahí se escaparon de algún instituto, ¿entiende? Es para seguridad de ellos.
Cuando los policías partieron, Claudio (11), uno de los chicos, contó: “El otro día nos jodieron allá, en el semáforo (señala el de Corrientes y Florida). Me levantaron a mí y a mi amigo Maxi (13), nos subieron al patrullero pero nos tuvieron que bajar por un problema de que no sé qué mierda les dijeron por la radio. Igual nos llevaron hasta una parte de un río que no conocíamos nada, estaba lleno de barcos. Y dijeron que la próxima vez que nos veían, nos iban a llevar a un instituto. A veces te quieren llevar a la comisaría y tenemos que correr sí o sí. Todo el día estamos corriendo”.

Informe: Adrián Figueroa Díaz.

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