SOCIEDAD › EL CASO DE LAS DOS MONJAS QUE FINGIERON UN SECUESTRO

Una rara crisis de vocación

Dos monjas huyeron del hogar platense donde vivían. Llamaron a la madre superiora para decir que estaban secuestradas. Y que pedían 62 mil dólares. La policía las ubicó en un bar porteño.

 Por Raúl Kollmann

Las dos monjas guatemaltecas que armaron un autosecuestro recibieron ayer dos noticias, una buena y una mala. La buena es que al final de la jornada y pese a que presuntamente cometieron varios delitos –tentativa de extorsión, falsa denuncia– quedó la sensación de que la causa penal va camino a esfumarse y no tuvieron que pasar ni una noche tras las rejas, como habría ocurrido con cualquier otra persona. La noticia mala es que tuvieron que volver al lugar del que habían huido, el Hogar Marín de la Congregación Hermanas de Marta y María, en La Plata, y se frustró el intentó de dejar los hábitos y eventualmente radicarse en Estados Unidos, donde vive el hermano de una de ellas. El episodio fue caratulado por los abogados de la Congregación como “una crisis de vocación”. En La Plata no faltan las voces que insisten con que existe una especie de reducción a la servidumbre en la Congregación, pero otros afirman que de ninguna manera es así y que las hermanas, aunque viven austeramente, son tratadas con el máximo de dulzura.

Jovita Pérez, de 27 años, y Odilia Palma, de 20, se fueron del hogar el miércoles pasado porque Sor Jovita tenía un turno en la Clínica Santa Lucía de La Plata. Las monjas no regresaron al Hogar y a las 23 de ese día la madre superiora recibió una llamada angustiosa diciendo que habían sido secuestradas por tres hombres que exigían 62.000 dólares para liberarlas. “Nos tienen amenazadas y no nos dejan ir”, habría dicho Jovita antes de cortar.

En el caso tomó intervención el Arzobispado de La Plata, que decidió hacer la denuncia policial y, de inmediato, se puso a trabajar la Subsecretaría de Investigaciones del Ministerio de Seguridad, y el expediente judicial correspondiente quedó a cargo de la fiscal Ana Medina. Pocas horas después, estaba bastante claro que se trataba de un autosecuestro:

- Las hermanas se habían llevado la poca ropa propia que tenían en su habitación.

- También se llevaron sus objetos más preciados, como los álbumes personales de fotografías.

- En los días previos, a Sor Jovita le dieron 300 pesos para comprar medicamentos para los ancianos que están en el hogar y volvió sin el dinero y sin los medicamentos: “Me robaron”, explicó.

- De la misma manera, la religiosa le había pedido a la madre superiora que le entregara los dos pasaportes, retenidos por la Congregación, para hacer trámites en la clínica. Cuando volvió al Hogar dijo que también los pasaportes fueron robados.

La impresión de que se trataba de una fuga y no de un autosecuestro se confirmó el jueves, cuando la Bonaerense recibió el dato de que las dos monjas habían pasado por la embajada de Guatemala para preguntar qué trámites podían hacer para viajar a Estados Unidos. En esa ocasión exhibieron los pasaportes, que supuestamente les habían robado. Según parece, también estuvieron en el Consulado de Estados Unidos. Sucede que Jovita tiene un hermano que vive en ese país, aparentemente con buena posición económica, y la idea era abandonar los hábitos y radicarse allí.

Desde un primer momento, la fiscal Medina le pidió al juez César Melazo autorización para intervenir los teléfonos de la Congregación por si las monjas o los supuestos secuestradores llamaban. Esto se combinó con la explosión del caso en la prensa, a raíz de que la historia fue publicada por el diario El Día de La Plata en la mañana de ayer y fue recogida por numerosas radios. Ante el escándalo, las dos hermanas sintieron toda la presión y resolvieron llamar a la madre superiora. Como el teléfono estaba intervenido, de inmediato se supo que la llamada se originaba en un locutorio de la avenida Pueyrredón, en la Capital Federal. Un rato más tarde, los hombres de la Bonaerense rastrearon la zona y no fue difícil detectar a las monjas, ya que tenían los hábitos puestos.

Trasladadas a La Plata, ambas fueron llevadas a la Departamental de Investigaciones, de donde fueron recogidas por los abogados de la Congregación, Fernando Burlando y Fabián Amándola, y llevadas de regreso al Hogar. Desde el punto de vista legal, era muy posible que ambas pasaran al menos una noche en un calabozo. El autosecuestro consiste en tratar de sacarle por la fuerza dinero a una persona, es decir, una tentativa de extorsión. Ese delito es excarcelable, pero en las decenas de casos que se han registrado significó que los imputados pasaran una o más noches entre rejas hasta su indagatoria y, sobre todo, hasta que hubiera una primera resolución de la fiscalía. Las religiosas también hicieron una falsa denuncia de pérdida del pasaporte, hecha ante la policía. De todas maneras, casi todos los que intervinieron en este caso le dijeron anoche a Página/12 que no hubo reales preparativos para cobrar el rescate de 62.000 dólares y que la cuestión no había sido tan grave, pese a que llevó a una gran movilización policial.

La crisis espiritual o de vocación con la que se catalogaba anoche el caso en fuentes eclesiásticas seguramente no debe haber desaparecido con el regreso al Hogar. El pronóstico es que la Congregación –legalizada hace sólo un mes por la Secretaría de Culto– casi seguro reenviará a las dos hermanas a su lugar de origen, Guatemala. Allí tendrán chances de reflexionar y tomar una decisión frente a dos alternativas. Ninguna es fácil. O continuar dentro de la Congregación o concretar el anhelado viaje a Estados Unidos.

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Una de las monjas guatemaltecas del autosecuestro que terminó desbaratado por la policía.
 
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